Isabel San Sebastián-ABC

Nuestros próceres patrios condenan a la ruina a millares de españoles mientras se saltan la cuarentena para salir en la foto

Confieso mi estupefacción. ¿Cuánta incompetencia es capaz de exhibir este Gobierno? ¿Cuánta incuria, cuánta insensatez, cuánta división? Y no me vengan, por favor, con eso de la unidad ante la grave crisis que nos atenaza. Unidad y ejemplaridad es lo que deberían mostrar nuestros próceres patrios, constituidos en paradigma de lo que no hay que hacer en una situación de emergencia como la que plantea esta pandemia.

El sábado, sin más lejos, vimos al presidente del Ejecutivo y a su vicepresidente para asuntos sociales asistir al Consejo de Ministros como si tal cosa, habiendo obtenido sus respectivas esposas resultados positivos en el test del coronavirus. Se reunieron con el único propósito de encerrarnos en nuestras casas para no propagar la

enfermedad, ya que las medidas de índole económica naufragaron en la tormenta de su enfrentamiento, mientras ellos mismos se convertían en bombas víricas andantes saltándose a la torera la preceptiva cuarentena. ¿Con qué autoridad moral apelan ahora a nuestro sentido de la responsabilidad para que permanezcamos aislados? ¡No tienen vergüenza!

Tanto Irene Montero, señora de Pablo Iglesias, como Begoña Gómez, cónyuge de Pedro Sánchez, fueron entusiastas participantes en la multitudinaria manifestación celebrada el pasado 8 de marzo, cuyos efectos devastadores colapsan ya los hospitales madrileños. Es más; jalearon desde sus redes sociales y las de Podemos y el PSOE la necesidad de salir a la calle desafiando al virus, haciendo gala de una irresponsabilidad sin precedentes. Después, beneficiándose del trato de favor reservado a los miembros del Gobierno y sus familiares, se sometieron a las pruebas diagnósticas correspondientes y han dado positivo. Subrayo trato de favor, privilegio, prebenda. Porque los españolitos de a pie no tenemos acceso a esas pruebas, al menos en Madrid, salvo casos de extrema gravedad que requieran ingreso hospitalario. Lo contaba Ramón Pérez-Maura en estas páginas hace unos días y lo corroboran multitud de testimonios cercanos. Ante la escasez de recursos disponibles y la saturación de los laboratorios, dichos tests llevan tiempo severamente restringidos en base a criterios médicos… y políticos. Lo cual podría ser hasta razonable si los beneficiarios de esa regalía demostraran que se la merecen en razón de sus altas responsabilidades. Si actuaran en consecuencia. Pero lo que hemos visto es justo lo contrario. Un comportamiento demencial que ignora las más elementales pautas de contención. Dicho de otro modo; quienes invocan la salud de nuestros mayores para instarnos a extremar las precauciones; quienes han obligado a millares de compatriotas a cerrar sus negocios y prepararse para la ruina; quienes se llenan la boca conminándonos a obedecer el consejo de los expertos, conviven con dos contagiadas y lo saben, pese a lo cual se juntan durante horas en una sala cerrada con docena y media de personas que saldrán de allí, infectadas o no, a jugar a la ruleta rusa en sus respectivos entornos. ¿Cabe mayor desprecio a lo que se dice proteger?

Estamos en un escenario de pesadilla. Nos enfrentamos a un enemigo pavoroso, que se expande a toda velocidad y ha matado ya a incontables personas en todo el mundo, huérfano de liderazgo. A los mandos de la Nación se encuentra un Ejecutivo cuyos principales integrantes están más preocupados por marcar territorio y salir en la foto que por resolver este aterrador problema. Un Gobierno impotente e incoherente donde la vanidad prevalece con creces sobre el talento y la ambición de poder gana por goleada a la vocación de servicio público. Solo nos queda encerrarnos a cal y canto y confiar en la calidad y dedicación de nuestros sanitarios.