Isabel San Sebastián-ABC
- El presidente y su número dos aprovechan la pandemia para liquidar nuestras libertades
Hasta ahora había pensado que el Gobierno era un compendio de inepcia y sectarismo trufado de soberbia, pero con la información de la que vamos disponiendo he llegado a la conclusión de que la cosa es infinitamente más grave. El tándem Sánchez-Iglesias no actúa a humo de pajas, no se equivoca. Nadie erraría tan a menudo y siempre en la misma dirección. No me atreveré a afirmar que estén consintiendo deliberadamente la muerte de millares de ciudadanos indefensos, pero sí estoy convencida de que han calculado perfectamente los réditos políticos que pueden obtener del miedo que atenaza a buena parte de la población, así como de la hecatombe económica que se avecina y la crisis social subsiguiente, que están decididos
a explotar sin el menor escrúpulo. Lo diré todavía más claro: al presidente y su número dos les viene bien esta pandemia porque pretenden aprovecharla para aniquilar nuestras libertades en aras de consolidar su permanencia en el poder.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se mofan de la democracia. Sólo así se comprende que mantengan en secreto los nombres de los integrantes de ese fantasmagórico «comité de expertos» en cuyas manos están nuestras vidas, movimientos y haciendas. En cualquier otro país acostumbrado al imperio de la ley y la soberanía popular tal pretensión chocaría con un rechazo frontal de la oposición, los medios de comunicación y los tribunales, al unísono. En España, la primera está dividida, en buena medida merced a las artimañas desplegadas desde La Moncloa para enfrentar unos partidos con otros, el Constitucional se inclina inevitablemente a favor del Ejecutivo de turno y casi todas las televisiones, que son las que mueven el voto, reproducen, obedientes, la voz del amo gubernamental. El Gran Hermano decide quién nos vigila y qué nos permite, dependiendo de su conveniencia. El Gran Hermano determina lo que necesitamos saber. El Gran Hermano dispone de una coartada de lujo para controlar cualquier acción susceptible de dañar su imagen. Y cuando alguien se permite rechistar, como ha hecho con valentía Isabel Díaz Ayuso, el Gran Hermano la fulmina.
La Comunidad de Madrid ilustra a la perfección la absoluta arbitrariedad con la que actúa ese sanedrín misterioso al servicio de quien lo ha nombrado y no de la ciudadanía. Mientras el País Vasco obtiene licencia para organizar la desescalada a su antojo, incluido el regreso de los niños al colegio, a los madrileños se les castiga porque los gobierna el PP. No solo es el perfecto chivo expiatorio de la negligencia mostrada en todo momento por el Ministerio de Sanidad (ahí está el miserable tuit del Partido Socialista, principal impulsor de las criminales marchas del 8-M, señalando a la Comunidad como ejemplo de «gestión ineficaz e irresponsable ante la crisis del Covid»), sino que constituye el principal objetivo político a batir. Madrid no levantará cabeza, no eludirá la ruina que el dúo Sánchez-Iglesias ha decretado para toda España. Se hundirá junto a las demás regiones para que sobre sus cenizas se alce el fénix social-comunista que ansía tenernos eternamente bajo su bota. ¿De qué otro modo se explica el nombramiento del secretario general del PCE como vicepresidente primero de la Comisión parlamentaria llamada a dirigir la reconstrucción? ¿Qué clase de «reconstrucción» va a fomentar un ferviente admirador de Lenin? Dependiendo de las circunstancias, se jacta en una entrevista, él también asaltaría la Zarzuela y pasaría a la Familia Real por las armas. Si entre todos no lo frenamos, eso es lo que nos espera.