- El dilema entre dos aventureros como Sánchez y Puigdemont estriba en saber quién será el último en engañar al otro con España de segura perdedora como arrabal del ‘procès’ y colonia del independentismo
De poco sirvió el simulacro de entrevista del lunes en TVE en el que la periodista hacía como que preguntaba, mostrándose dizque incisiva para que no le gritaran «que se besen, que se besen», y el entrevistado hacía como que respondía, salvo para patentizar que «Noverdad Sánchez» se aferrará a La Moncloa, aunque no tenga Presupuestos por tercer ejercicio consecutivo o lo imputen como a su mujer, su hermano y a sus lugartenientes Ábalos y Cerdán. No en vano, el blablapresidente no reconoce ninguna «línea roja» por la que, hipotéticamente, se sienta obligado a anticipar unos comicios que hoy juzga que paralizarían España cuando él lo hizo por dos veces en 2019 al rechazarse las cuentas públicas. Sánchez no se siente concernido por las reglas de la democracia y lo exhibe groseramente hasta volver a cerrar el Parlamento este 11-S, Día de Cataluña, como con el Covid con la censura del Tribunal Constitucional, a fin de no perder votaciones.
Aun así, vislumbrando su horizonte penal –de ahí su andanada contra los jueces cuyas investigaciones le comprometen y a los que achaca encausar sin pruebas a su parentela y a su fiscal general–, Sánchez compareció como un eccehomo que, según la verónica que lo entrevistó, «está siendo víctima de una campaña de deshumanización extraordinaria». Habiendo hecho del muro emblema, aludió a un odio asimétrico que adjudicó a la presidenta madrileña por defenderse –con su «me gusta la fruta»– de las calumnias que él vertió esa mañana contra ella, su padre, su madre y hermano valiéndose de su inmunidad.
Empero, su inestable fragilidad parlamentaria hace oscura e incierta la legislatura. Urgido por Zapatero tras citarse el viernes con Puigdemont, envió a todo correr a entrevistarse con el evadido a Salvador Illa –integrante del trío de la Mareta– para alargar la legislatura y ver si pasa la marejada de encuestas que vaticinan su barquinazo y el de sus socios Frankenstein. Con su cortejo a ‘Pretty Puigdemont’, Sánchez e Illa refrendan que la autoamnistía a los golpistas no supuso perdonarles por su delito de sedición de 2017, sino hacerse perdonar por aquellos ante los cuales se reclina y humilla el hoy president como si requiriera ser legitimado por el ‘president en el exilio’, como gusta decir al segregacionismo. Como él acusaba a 2018 al president Torra por visitar a Puigdemont a Berlín, parece «ponerse a sus órdenes». De seguido, deberá hacerlo quien prometió en vano entregar el prófugo a una Justicia a la que hoy acusa de lawfare. A eso llaman normalización como otros incluyen al pulpo como animal de compañía.
No es para menos asistiendo al giro de volatinero de un Illa que transita del «ni amnistía ni nada de eso» al «amnistía y todo eso» en su ‘Pretty Puigdemont’ de ayer en Bruselas al escenificar momentos estelares de la popular película protagonizada por Richard Gere y Julia Roberts, aunque aquí haya sólo negocios. De entrada, como mandado de Sánchez, Illa ha debido sentirse como el tiburón financiero al toparse con la prostituta y que ilustra como actúa el nacionalismo con cada cesión. Así, el acaudalado se dirige a la chica con un «busco Beverly Hills, ¿puedes indicarme?», y ésta le contesta: «Claro, por cinco pavos». «Eso no tiene sentido», le objeta recibiendo otra vuelta de tuerca de ésta: «El precio ha subido a 10». «No puedes cobrarme por una indicación», refuta airado a la jinetera, que le endilga: «Puedo hacer lo que quiera, chato, yo no me he perdido». Otro tanto el fugado con un Sánchez que mendigó su investidura y cuya legislatura fio al abono de ese servicio de prostitución política.
Pero, es más. Tras «escuchar» su encargo a Illa, Puigdemont puede someter a Sánchez como Gere al encargado de la lujosa boutique que antes no había permitido entrar a su dama de compañía: «Vamos a gastar una cantidad indecente y necesitaremos que nos hagan mucho la pelota porque es lo que más nos gusta». Algo que no hay que descartar con un Sánchez duro con las espigas y blando con las espuelas poniendo del revés los versos lorquianos. Por eso, el dilema entre dos aventureros como Sánchez y Puigdemont estriba en saber quién será el último en engañar al otro con España de segura perdedora como arrabal del procès y colonia del independentismo. Más cuando Cataluña disponga de cupo fiscal, cuyo primer andamio colocó ayer el Consejo de Ministros al condonársele la deuda con María Jesús Montero homenajeando a los trileros de la calle Sierpes.
Es verdad que Puigdemont amenazó a Sánchez con convertirle en la «vaca ciega» del poema de Joan Maragall si no se atenía a su ultimátum. Pero no se sabe si a la postre será como el boyero que, «de una pedrada harto certera», dejó deshecho un ojo de la vaca debiendo ésta deambular a tientas en busca del agua. Pero, en el meridiano de la legislatura, Puigdemont no goza aún de la amnistía por exigencia de los jueces y Junts pierde fuelle entre Illa dueño del espacio de la antaño sociovergencia –aquel corrupto «oasis catalán» por el que CiU dominaba la Generalitat y el PSC municipios y diputaciones– y la Aliança Catalana de Silvia Orriols, alcaldesa de Ripoll, que crece como la espuma abanderando la lucha contra la inmigración ilegal. De hecho, Junts calca su programa oponiéndose al traslado de menas, así como veta el velo islámico en escuelas y el burka en calles.
Ello hace difícil que Puigdemont aventure urnas, si bien trasladó esa posibilidad al presidente del PP europeo, Manfred Weber, en una gala del periódico Politico en Bruselas. No irá más allá de no avalar los presupuestos y de incomodar con alguna iniciativa contra la corrupción sanchista –no por casualidad insistió sobre este aspecto a Zapatero– para que, pese a la pedrada, seguir exprimiendo las ubres de esa vaca ciega que no es tanto Sánchez como España. Pero, siendo ayer martes y estando en Bélgica, como en la película de ese título que satiriza a un grupo de turistas que recorren 9 países en 18 días y que pierden la noción de donde están, la política española asiste a tal desquicie hace siete años.