Ignacio Camacho-ABC
- Frente a un Casado de despedida, con la túnica de tribuno aún sangrante, fue incapaz de encontrar una palabra amable
Ayer vimos los españoles la forma que tiene Sánchez de parecer elegante. Tenía enfrente a un Casado de despedida, con la túnica de tribuno aún agujereada y sangrante, y no fue capaz de dedicarle una palabra amable. Lo más gentil que le salió fue una frase vulgar para desearle que le fuera bien «en lo personal» -sólo faltaría que le hubiese soltado una maldición gitana- y a continuación le reprochó que se hubiese dedicado «a la descalificación constante». Y como broche añadió en tono condescendiente que no aprovecharía las debilidades del adversario para anticipar las elecciones generales. Mintiendo, como siempre, porque la única razón para descartar -por ahora- el adelanto no es el «patriotismo democrático» sino que ante la posibilidad de que la derecha, aun rota por dentro, pueda todavía ganarle el asalto piensa apurar el mandato repartiendo dinero europeo a discreción y sin control parlamentario. Así es el personaje: ni un gesto caballeroso, ni un detalle considerado, ni un halago deferencial, ni un amago empático. Nada distinto, al fin y al cabo, del trato que ha dispensado al jefe de la oposición en los últimos tres años.
Casado tenía un papelón, sin duda el más amargo de su joven vida. Lo resolvió con dignidad, sin grandilocuencia ni sentimentalismo ni pose autocompasiva. Para sujetarse a sí mismo llevaba la intervención escrita; la leyó como si fuese su propio epitafio, conteniendo con la mayor frialdad posible cualquier expresión emotiva, escuchó la réplica protegido en la mascarilla y enfiló la salida entre el aplauso de los mismos diputados que le habían abandonado la víspera. Un precipitado, escueto, gélido final de partida que no imaginó cuando se sentía protagonista de una excitante aventura política. La asombrosa cadena de errores que ha cometido en los últimos días lo aleja de la consideración de víctima pero incluso así su calidad humana sigue a años luz de la esclerosis moral sanchista.
Ahora le toca al partido, lo que quiera que eso signifique en medio del caos -barones, grupos de influencia, cuadros, afiliados-, procurar un cierre de etapa sin más daños, barrer los cascotes y organizar una transición que no va a ser fácil tras el colapso. Las heridas de una batalla tan cruenta tardan en cicatrizar pero el PP necesita reaccionar rápido. Hay decisiones que tomar, la primera si pactar o no con Vox en Castilla y León, y eso no se puede hacer en pleno vacío de liderazgo ni es cosa que convenga dejar en manos de un presidente regional demediado. Si va a mandar Feijóo alguien tendrá que empoderarlo para que sirva de referente inmediato antes de que las intrigas de salón le compliquen el paso. Y ese alguien sólo puede ser una gestora con autoridad, respeto, crédito y atribuciones de poder orgánico. El último servicio de Casado, ‘un bel morir tutta la vita onora’, debería consistir en facilitarla sin poner obstáculos.