El acuerdo firmado por PSOE, Podemos y Bildu para derogar la reforma laboral ha dado paso a la crisis más grave del Gobierno en sus cuatro meses de vida. En 24 horas se han sucedido pulsos internos, plante de responsables del área económica, desmentidos varios, llamadas al orden y agitación entre los barones socialistas.
Pero las consecuencias de este episodio se extienden más allá del Consejo de Ministros y afectan de lleno al diálogo social. La patronal, que ha sido ignorada en un momento extraordinariamente difícil para las empresas, deja por ahora «en suspenso» las relaciones con el Ejecutivo.
Los ecos de todo ello llegan a Bruselas, que tiene en sus manos decidir cómo, cuándo y en qué condiciones ayuda a España para salir de la crisis. La presencia de Podemos en el Ejecutivo era un lastre para la credibilidad de Sánchez ante la UE que ahora pesa más.
Toda esta tormenta política se entiende mejor si advertimos que en ella subyace la necesidad de Pablo Iglesias de arrastrar a Sánchez hacia esos terrenos pantanosos donde mejor se maneja: junto a Bildu y ERC. La aproximación de los socialistas a Ciudadanos confirmada esta semana es una amenaza para él.
Radicalismo
Hasta Bildu se ha mostrado más moderado que Iglesias a la hora de defender el documento suscrito, dejando al libre criterio de cada firmante su interpretación. El líder de Podemos, lejos de dar un paso atrás o contemporizar ha optado por redoblar su apuesta.
Era cuestión de tiempo que asomase el radicalismo de Iglesias, pero lo sorprendente es que el PSOE haya entrado en su juego. Si ya había motivos para dormir mal por la epidemia y sus consecuencias, el pacto con Bildu para derogar la reforma laboral convierte en proféticas las palabras de Sánchez: qué difícil va a ser conciliar el sueño con este Gobierno.