Agustín Valladolid-Vozpópuli

  • Puede que, frustrado su proyecto de ser el gran antagonista de Trump, la única salida que le quede a Pedro Sánchez sea la de convertirse en un nuevo ZP

Cuando en unos años, pongamos en 2040, historiadores y politólogos, gracias a la luminosidad que proporciona la perspectiva y al acopio de información fiable, estén en condiciones de hacer un balance riguroso de la España del primer cuarto de siglo, es muy probable que la última década de ese período, 2016-2025, sea identificada como la más decadente de la etapa democrática.

No es una opinión. Hay instituciones independientes que realizan sistemáticos seguimientos de las principales variables que determinan la mejora o el retroceso de un país y que vienen alertando, desde que estalló la crisis financiera -y antes-, de las consecuencias de postergar reformas inaplazables que, también sistemáticamente, se acaban aplazando.

Mariano Rajoy logró en 2011 esquivar un rescate cuyas consecuencias seguimos sin justipreciar. Y quizá ese sea uno de los problemas. Pero aceptemos que aquella resistencia a terminar como Grecia, Irlanda o Portugal fue un acierto. El drama es que después no hubo nada. Rajoy guardó en un cajón el paquete de reformas pendientes (a excepción de la del mercado laboral) y tiró la llave, y la mayoría absoluta del PP (186 diputados), por el desagüe.

Lo más grave es que nos hemos quedado sin instrumentos para combatir el deterioro, con un Gobierno atrincherado que no gobierna, solo resiste, sin presupuestos, y con un presidente abrasado

Hoy, todo sigue igual. O peor, diga lo que diga el Gobierno. Si en 2011 la riqueza per cápita de los españoles estaba sólo un punto por debajo de la media de la Unión Europea, en 2024 esa distancia había aumentado hasta el 10%. El cohete, pero contra el que lo lanza. En algunos pueblos de Castilla a los cohetes con la vara que estabiliza su rumbo recortada -lo que los convierte en peligrosos artefactos explosivos sin control-, les llaman carretillas. Y la economía española se parece mucho a una amenazante carretilla cuyo estropicio evitan los fondos europeos.

Pero no es el dopaje el único problema. Ni la economía. Casi diría que ni siquiera el principal. Lo más grave es que nos hemos quedado sin instrumentos para combatir el deterioro; la inacción. Al menos a corto plazo. Con un Gobierno atrincherado, que no gobierna, solo resiste. Sin presupuestos, y con un presidente abrasado, promotor principal del grave proceso de descrédito institucional que sufre el país.

¿Cinismo, incapacidad o ambas cosas?

El lunes lo pudimos constatar en la entrevista de la RTVE okupadaPedro Sánchez llamó prevaricadores a los jueces que investigan a su mujer y a su hermano y justificó, con cara de mármol cuarteado, el impúdico espectáculo al que asistiremos el próximo viernes en la apertura del año judicial: un jefe del Estado obligado a compartir asiento con un fiscal general en vísperas de sentarse en el banquillo de los acusados. Otra imagen para la historia del oprobio.

Como la de Salvador Illa con Puigdemont, el penúltimo hito del proceso de chantaje y humillación asumido por Sánchez para permanecer en el poder escenificado en la misma fecha en la que el Gobierno volverá a estafar al conjunto de los españoles -en precisa calificación del colega Rivasés– camuflando una nueva e insolidaria capitulación ante el independentismo catalán como una generosa quita de deuda al conjunto de las comunidades autónomas.

No hay nada que hacer. No hay nada que hacer con un Sánchez que después de siete años de gobierno se cae del caballo y descubre que ha aumentado la desigualdad, que tenemos un problema serio con la vivienda y que lo previo a redistribuir es crecer. Eso sí, sin presupuestos. No sé si es cinismo, incapacidad o ambas cosas. Lo que está claro es que todo lo que a partir de ahora venga será una penosa forma de despilfarrar un tiempo que no tenemos.

Sánchez no escucha. Podría atender el consejo que aquí le daban Cándido Méndez y Marcos Peña: “Para que haya Estado de bienestar, lo primero que tiene que haber es Estado, por lo que su delimitación y reforzamiento es prioritario”. Pero no lo hará. Porque, aunque quisiera, ya no puede. Su camino de salida es cada vez más estrecho, y, en su afán de encontrar una plataforma en la que apoyar su insensata resistencia, ha empujado a España hacia la inoperancia diplomática y un acelerado deterioro de su potencial influencia internacional.

Sánchez es el producto de una desproporcionada ambición sin consistencia que la respalde. Solo le queda una bala en la recámara. La más sensata: pactar una salida. Hay modos de hacerlo. Con discreción y cierta dignidad

Al Sánchez desgastado por su infantil comportamiento en la cumbre de la OTAN, por esa inviable pretensión de convertir el catalán en lengua oficial de la UE y por los casos de presunta corrupción de colaboradores y familiares asomando en las primeras páginas de los grandes diarios del continente, le quisieron fabricar un nuevo traje, mitad Greta Thunberg mitad Dalai Lama, como principal antagonista de Donald Trump. La cosa es que no da el nivel.

Sánchez es el producto de una desproporcionada ambición sin consistencia que la respalde. Solo le queda una bala en la recámara. La más sensata: pactar una salida. Hay modos de hacerlo. Con discreción y cierta dignidad. Por su bien, y desde luego por el bien de España. Incluso se lo aconsejan gentes que le quieren bien, como Sánchez-Cuenca y Fernando Vallespín. Pero su soberbia se lo impedirá.

Sánchez ha tomado la peor de las decisiones: morir matando, convertirse, con permiso de Ada Colau, en el jefe de la flotilla y, con un poco de suerte, sustituir en sus tejemanejes, atento José Luis, a ZP. Hubo un tiempo en el que pudo ser al revés, en el que se pensó en Rodríguez Zapatero como sustituto de emergencia si las revelaciones procedentes de los juzgados hacían inevitable la renuncia del presidente. Pero la evidencia de prácticas lobistas subrepticias, ajenas a cualquier regulación, han abortado esa supuesta alternativa.

Ahora es Sánchez el que necesita que ZP le haga un hueco en su universo chinomadurista. Llegado el caso, es lo pactado. Y es una de las pocas puertas que el presidente de la decadencia tendrá en un futuro opciones de abrir.