Sánchez, el socrático

Ignacio Camacho-ABC

  • La continuidad en el poder exige una enérgica resistencia a la tentación de sentir un mínimo atisbo de vergüenza

Al cabo de una hora de cháchara presidencial en la tribuna del Congreso, porque no puede calificarse de explicación -¿de qué?, como diría don Juan Carlos-, los españoles seguimos sin conocer quién espió el teléfono de Sánchez, qué información relevante pudo encontrar en él y qué uso ha hecho de ella. Y nunca lo sabremos, claro, pese a tratarse del aspecto más relevante del escándalo Pegasus y del motivo por el que, según el propio Gobierno, fue destituida la directora del CNI aunque el responsable de la ciberseguridad de Moncloa era el entonces secretario general Bolaños, hoy ministro plenipotenciario. En realidad, lo único que sabemos después de la vacua comparecencia es que el presidente dice que él no sabía nada, como un Sócrates del barrio de Tetuán (y ahora va usted, lector, y se lo cree).

No sabía que su móvil tenía un agujero. No sabía que el cuerpo de inteligencia escuchaba a los líderes independentistas, ni por qué. No sabía, por tanto, lo que éstos decían durante la sublevación callejera de 2019 contra la sentencia del ‘procés’, mientras negociaban con él -de esto sí se le supone al corriente- su investidura como jefe del Ejecutivo. Y por supuesto no sabe, o por lo menos no contesta, si esa escucha autorizada por el juez estaba justificada en alguna clase de amenaza a la seguridad nacional. Eso es asunto de la directora cesada y del magistrado adscrito; cómo se le puede ocurrir a nadie pensar que el primer ministro esté al corriente de lo que hacen los agentes a su servicio.Como no tenía nada que aclarar, porque vive en la bendita ignorancia de lo que pasa bajo su mando, dedicó el primer tercio de la intervención a denunciar la corrupción del PP… cuando estaba en el poder. Por momentos cundió la sospecha de que estuviera leyendo el discurso de la moción de censura de 2018. Y el último tercio lo consumió anunciando una nueva ley de secretos oficiales y una reforma de la que regula el funcionamiento del CNI. Es decir, un paquete legislativo a la medida de sus socios para desarmar un poco más al Estado tapándole los oídos y cerrándole los ojos. Tal vez las futuras normas incluyan la obligación de los espías de informar y reportar a su superior, cosa que por lo visto ahora no ocurre y de ahí su entrañable inopia. En cualquier caso, los aliados tampoco le creyeron ni se dieron por satisfechos, entre otras razones porque ahora que lo tienen genuflexo les conviene seguir apretándole las tuercas para aprovechar su patente posición de fuerza. Rufián, crecido en la situación, le llegó a preguntar quién de los escuchados -él dice «espiados», que suena más sugestivo- era un terrorista, cuestión bastante obvia estando al parecer Otegi en la nómina. Sánchez prefirió eludir la respuesta. Su continuidad en el poder exige un enérgico esfuerzo de resistencia a la tentación de sentir un mínimo atisbo de pundonor o de vergüenza.