Entre los militantes y simpatizantes del PSOE que sin aparente vacilación siguen defendiendo a Pedro Sánchez, los hay que sostienen que la gestión del Gobierno, en su conjunto, ha sido espléndida; luego vienen los que, con algún pero en la cartera, entienden la militancia como una religión y en ningún caso van a traicionar al sumo sacerdote; y, por último, están esos otros que han hecho de la política su único modo de vida (y de subsistencia; nada personal, solo negocios). Distintos arquetipos que comparten, por intereses diversos, un mismo evangelio: el rechazo a la ola conservadora que viene.
Pero, ¿viene una ola conservadora? Puede. O más bien ya está aquí. En la Unión Europea hay 15 gobiernos de centro o centroderecha, 3 de derecha radical, 2 tecnocráticos, 2 grandes coaliciones, 4 de centroizquierda y sólo uno nítidamente de izquierdas, el español. Por ahí van los tiros. Las razones son múltiples, pero eso hoy no toca. Lo que sí debiera tocar, en lugar de aplicar a ciegas el catecismo sanchista, con sus alertas antifascistas, trucos parvularios y negaciones de la realidad, es tratar de entender las causas del vuelco que se anuncia, y del que hemos tenido un más que probable preludio el 28 de mayo.
Instalado en su jactancia, Sánchez sigue sin aceptar que él es el verdadero problema, que su exacerbado protagonismo opera como la magnetita que focaliza en su persona las decepciones acumuladas por el gobierno de coalición
No sé si ha llegado a España la ola conservadora, pero lo que hoy se entrevé es que estamos ante una posible riada que puede arrastrar todo el fango acumulado en una legislatura áspera, en la que hemos soportado una polarización extrema, pactos anómalos y la degradación de la política a causa del ordinario quebrantamiento de lo prometido y la incorporación del engaño como cotidiana herramienta de (mala) gestión de lo público. No sé si, de un día para otro, millones de españoles se han convertido en fachas o más bien han llegado a la libérrima conclusión de que el gobierno de coalición progresista (sic) ha tomado demasiadas decisiones de trascendencia en las que ha pesado más la presión ideológica de los socios que el pragmatismo que aconsejaba la crítica coyuntura de estos últimos años.
Pedro Sánchez puede repetir cien veces que “la economía española va como una moto”, pero, más allá de que tal cosa sea verdad o un eslogan inconsistente, ya no está en condiciones de convencer a nadie que no esté de antemano convencido. El presidente puede decir misa, y la grey replicará obediente la consigna. El problema de Sánchez es que ya no está en disposición de detener la merma del rebaño; mucho menos en condiciones de ampliarlo. Sánchez fracasará el 23 de julio porque él se ha convertido en el programa electoral de su partido; porque al plantear de nuevo las generales como un pulso entre él y Núñez Feijóo, regala al político gallego una ventaja que se antoja insuperable.
El PSOE va a perder las elecciones del 23-J porque su candidato se llama Pedro Sánchez, un personaje mezcla del Felipe II que describe Geoffrey Parker y del Fernando VII ávido de poder que con tanta precisión retrató Galdós
Instalado en su inabarcable jactancia, Sánchez sigue sin aceptar que él es el verdadero problema, que su exacerbado protagonismo opera como la magnetita que focaliza en su persona el amplio catálogo de decepciones acumuladas por el gobierno de coalición: deuda insoportable, empobrecimiento de las clases medias, aumento de la desigualdad, deterioro de los servicios públicos, Administración mastodóntica y en muchos casos ineficiente, etcétera, etcétera. Eso sin contar con el demoledor efecto de las cesiones al independentismo y de la colusión con Bildu. Como una moto.
El PSOE va a perder las elecciones del 23-J porque su candidato se llama Pedro Sánchez, un personaje mezcla del Felipe II que describe Geoffrey Parker en “El Rey imprudente” (“La raíz del problema residía en el empeño [del monarca] de supervisar todas las decisiones personalmente”) y del Fernando VII ávido de poder que con tanta precisión, y desprecio, retrató Galdós (Muy recomendable, por cierto, «El legado de Galdós», de Rafael Jiménez Asensio. Catarata). Porque es Sánchez quien ha arrastrado al PSOE a un callejón sin salida confirmando por la vía de los hechos que su oferta estrella en las elecciones generales de julio es un Frankenstein 2, la misma que cosechó un estruendoso fracaso el 28 de mayo.
La pretensión de convencer al electorado de que la mejor receta para superar los graves problemas que arrastra el país es repetir, con leves variantes, el pacto de PSOE con Yolanda Díaz, Esquerra, Bildu y, para que den los números, el resto de componentes del “pisto ideológico” galdosiano, es lo más parecido a un suicidio asistido. Lo que queda por dilucidar es si además de asistido acabará también siendo colectivo.