La política migratoria que ha defendido Pedro Sánchez durante su gira africana camina a contracorriente de la del resto de Europa. Cuando los países europeos, incluido el Reino Unido del socialista Keir Starmer, están empezando a endurecer las condiciones de acogida siguiendo las políticas de Giorgia Meloni en Italia, el presidente español se ha quedado solo como el único líder de la UE que la promueve activamente.
Es lo que se desprende de su alusión a «una migración segura, ordenada y regular», que Sánchez defendió este miércoles desde Gambia. La víspera, el presidente había ofrecido en Mauritania 250.000 empleos en España para recibir inmigrantes en condiciones legales y frenar así la llegada de los irregulares.
Y aunque luego en Dakar el presidente ha afirmado que «es imprescindible el retorno de quiénes han llegado a España irregularmente, principalmente porque este retorno traslada un mensaje desincentivador, nítido, claro y contundente a las mafias y a quienes se ponen en sus manos», lo cierto es que nada en sus declaraciones permite sostener que haya un plan para ese retorno, al que por cierto obliga la legislación de la UE.
Sánchez pretende acordar «programas de migración circular, pioneros en Europa». O, mejor dicho, extender los convenios vigentes con países como Senegal, Ecuador, Honduras o Marruecos a otros países, como Mauritania y Gambia.
Estos convenios de «migración circular» consisten en la contratación en origen de un cupo de inmigrantes para que trabajen durante unos meses en España en labores estacionales. Trabajadores que luego volverían a su país. Se trata de un régimen similar al que se emplea con los temporeros o los recolectores de la fresa.
No se equivoca el presidente al señalar que «la migración es fundamental para nuestra economía», apoyado en datos del Banco de España que prevén que nuestro país necesitará veinticinco millones de inmigrantes en 2053 para sostener el Estado del bienestar. Pero el de la inmigración es un vector del desarrollo económico que hay que manejar con inteligencia y con cálculo.
Todo lo contrario de esta clase de anuncios gruesos cuya credibilidad es mínima, viniendo del presidente del país con las tasas de desempleo estructural más elevadas de Europa.
¿No sería más razonable, antes de traer a centenares de miles de inmigrantes, poner en marcha políticas activas de empleo para jóvenes españoles? Un grupo poblacional al que el Gobierno, en lugar de haber pertrechado mejor para afrontar un mercado laboral hostil, ha agasajado con subvenciones improductivas de motivación electoralista.
Además, este entusiasmo receptor del que hace gala Sánchez parece asumir como una fatalidad el invierno demográfico español. Pero es obligación del Gobierno acometer una política de fomento de la natalidad para intentar acercarla a la tasa de reemplazo.
Habiendo asumido estos dos compromisos, procedería en todo caso regularizar a los casi 700.000 extranjeros que permanecen sin papeles en España desde 2021.
Y, como última opción, cabría plantearse atraer más inmigrantes. Una solución voluntarista que, además, sólo produciría efectos a largo plazo, mientras que la crisis migratoria amenaza a la España de hoy.
Por eso, el anuncio de Sánchez es desatinado, en primer lugar, en el mensaje. Porque, en principio, la gira africana de Sánchez estaba pensada para disuadir la llegada de nuevos inmigrantes, no para estimularla o para prometer, sin mayor concreción, el retorno de quienes una vez asentados en España son difícilmente expulsables.
Es también equivocado el lugar elegido para proclamar esta cooperación migratoria. Porque Sánchez no ha hecho sus propuestas en la ONU o con un discurso en algún foro internacional, sino que ha acudido al mayor país emisor de cayucos de la ruta canaria para garantizar oportunidades laborales a sus ciudadanos en España.
Y es igual de desacertada la elección del momento para estos anuncios, en mitad de una auténtica emergencia migratoria. Sánchez visitaba Mauritania y Gambia para intentar atajar una crisis, no para promover un aumento de la inmigración. ¿A qué se debe ese giro de guion súbito que ha cogido a contrapié a las comunidades que sufren las consecuencias de una inmigración ilegal que se ha multiplicado con su gobierno?
Está en lo cierto Alberto Núñez Feijóo cuando pronostica que las promesas de Sánchez generarán un «efecto llamada» que acabará haciendo más inmanejable el problema. Pero puede que el mayor error de cálculo de Sánchez haya sido minimizar el sentido de agravio social que esta iniciativa va a propiciar, incluso entre sus propios votantes.