Pedro Sánchez se va mañana a China y occidente entero se ha sentido estremecido ante la estrategia del titán que va a ajustarle las cuentas a Donald Trump, o, por decirlo con la lengua de trapo de Ione Belarra, “a darle donde más le duele”. Hay una tendencia entre los columnistas de aquí, incluido quien firma esta columna, a menospreciar las capacidades de este hombre, pero vivimos en el error. Sánchez cuenta en su favor con los inestimables servicios de intermediación de su antecesor, José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Y qué pinta ZP ejerciendo unas funciones que deberían competerle a a Albares, que para eso es ministro de Asuntos Exteriores? se preguntarán ustedes.

Pregunta errónea. Un tipo que se nombra doctor gracias a una tesis trucha, cuando él ponía como ejemplo a Alemania, que destituyó a los tres ministros de Merkel  que habían plagiado sus tesis, que consigue una cátedra para su mujer, tan insuficiente en su currículum, a ver por qué no va a nombrar a un intermediario en sus relaciones con Xi Jinping. Puede argumentarse que él ya nombro a un intermediario salvadoreño, Francisco Galindo, para limar asperezas entre el Gobierno español y el prófugo catalán.

 ZP tiene, además, una familia tan vistosa como la de Sánchez. No por las parientas, que Sonsoles es mucho más discreta que Bego y no tenía negocios en la Moncloa. Pero Zapatero tiene dos hijas. No es para olvidar la foto de Zapatero con aquí su señora y el par de góticas que han criado entre los dos, en compañía los cuatro de Obama y su primera dama. Hay que recordar a esas elementas cuya foto de preadolescentes en la portada de Diez Minutos motivó una airada carta de sus padres, invocando el derecho de las niñas a su intimidad. Lo que motivó la protesta en realidad es que las niñas estaban gordas y así seguían cuando fueron a retratarse con los Obama con sus atuendos negros, sus botas Martens y las muñequeras de cuero que lucía  Alba, la pequeña. Los anfitriones mostraban una sonrisa algo alelada, en plan ‘nos han perdido el respeto porque somos negros’. Zapatero se jactó ante Rosa Díez, cuando ésta era todavía socialista, de que Laura, la mayor, “es muy de izquierdas, más que yo”. “¿Y la pequeña?” le preguntó ella.   “Alba es muy guapa”, respondió el padre, orgulloso.

Pues bien, la roja y la guapa crearon una empresa, a la que pusieron por nombre Whatefav y con ella se están poniendo las botas (no las Martens, sino las metafóricas) asesorando a los países con los que su padre tiene tratos, pongamos que hablo de la Venezuela madurista y de la empresa china Huawei, que es tanto como tenerla con Xi Jinping. Papá no es en sentido estricto, un político con buenos contactos en Venezuela y China. Es más bien un comisionista de esos dos regímenes y allá donde va se lleva a sus niñas que venden a esos clientes sus habilidades inespecíficas.

El viaje a extremo Oriente empieza por Vietnam, lo que dará ocasión a la Moncloa para  presumir de un hito histórico, el del primer presidente español que visita Hanoi. Podría llevar a Jane Fonda, que tiene allí contactos más estrechos que Albares. Pero también y principalemente va a sufrir las tribulaciones de un chino en China, con permiso de Julio Verne. Cualquier pretexto es bueno para escapar de sus tribulaciones en España.