Félix Madero-Vozpópuli
- O se siente la muerte de un terrorista o se siente la de su víctima. Las dos al mismo tiempo es imposible
Quiere uno en este momento ser, como ahora se dice, empático, una palabreja con éxito en los relatos más cretinos de la televisión basura. Eso de ser empático lo resolvían nuestras abuelitas con una expresión que define bien semejante cursilería en manos de quien nunca lo va a ser ni lo va a intentar: ponerse en el pellejo de otro. Eso quiere decir la palabra en cuestión, aunque uno la ha escuchado incluso para hablar de fútbol: falta empatía con la pelota, decía un comentarista en la radio en el tedioso España-Portugal. Y ahí sigue el comentarista acorralando al micrófono, y tan contento con semejante hallazgo semántico, que el fútbol y la afición aguantan eso y más.
Decía, eso, que quería yo ponerme en el pellejo de Sánchez por un rato, digamos que sólo una hora, que tampoco quiere uno padecer la sensación de perderse en la culpa y la memoria que acompaña siempre, se quiera o no, a cualquier gobernante que no sea un cretino. Esquilo nos enseña desde hace muchos siglos que los dioses siempre ayudan a los hombres que se ocupan en labrar su perdición, y por eso yo no quiero ser Sánchez más que una hora. Ni un segundo más. Una hora, que es lo que me dicen que duró la visita que hace una semana el presidente hizo junto a Felipe VI y al presidente Urkullu a la inauguración del Centro Memorial de la Víctimas del Terrorismo en Vitoria.
De la mismísima web de La Moncloa recojo este entrecomillado en el que se explica lo que el Centro pretende: «Preservar y difundir los valores democráticos y éticos que encarnan las víctimas del terrorismo, construir la memoria colectiva de las víctimas y concienciar al conjunto de la población para la defensa de la libertad y de los derechos humanos y contra el terrorismo».
Sánchez pudo procesar para sí la grandeza del hombre que aguantó y soportó el tiempo en que, como los nazis hicieron con los judíos, lo convirtieran en un animal
Tras la inauguración, los telediarios en aluvión y la prensa con profusión, nos mostraron el momento en el que los invitados estuvieron dentro o cerca del zulo en el que los etarras, hoy en libertad, encarcelaron a Ortega Lara durante 532 días, 17 meses, año y medio. Y entonces quise creer muy sinceramente que el presidente Sánchez tomó verdadera conciencia del infinito sufrimiento de un ser humano dentro de un habitáculo lleno de humedad y que apestaba a mierda, a meados y a comida podrida. Y quise creer que en esos minutos Sánchez pudo procesar para sí la grandeza del hombre que aguantó y soportó el tiempo en que, como los nazis hicieron con los judíos, lo convirtieran en un animal al que sólo le faltó que se comiera sus heces. Y quise creer que ese momento de tan intensa jornada le había puesto con claridad frente al bien y al mal. Estaba seguro también de que, al imaginar el dolor del secuestrado, supo que desde ese momento podía ahorrarse cualquier ontológica disquisición sobre el origen del mal en estado puro.
Salir de la equidistancia
Un poco tarde, la verdad, pero acababa de descubrir aquello que no se puede refutar: o estás con el bien o estás con el mal. No hay término medio. O estás con las víctimas o con los que traen el dolor y el odio. Ese momento liminar fue para el presidente, y lo sé, o lo quiero saber, más que suficiente para comprender que en la vida la equidistancia es sólo un atributo con el que algunos dirigentes construyen la biografía del cobarde, incapaces de entender que, cuando se tiene toda la información sobre el dolor que ETA causó a los españoles, lo mínimo que uno puede ser es ecuánime. Y a eso hemos llegado en España, la ecuanimidad es ya un sinónimo de valentía. Y en esa exigencia están las víctimas del terrorismo cuando hablan con los que mandan: por favor, señores que nos gobiernan, si no pueden mantener fresca la memoria al menos sean ecuánimes, salgan de una vez de la equidistancia. No hay nada entre el martillo y el yunque. Nada.
Pero yo intentaba ponerme en el pellejo de nuestro presidente porque, aunque cueste creerlo algunos días, es el que hay y el que nos gobierna. Y ahí está, con los votos de los españoles que creyeron sus palabras, y con los que no sintiéndose españoles han encontrado en su persona la posibilidad de que a los demás nos cueste sentirnos lo que queremos ser. Españoles, quizá porque acaso no podamos ser otra cosa, que dijo a modo de gracia Antonio Cánovas del Castillo. Con las gracias sucede como con las anécdotas, que terminan transformándose en categorías.
Dijo a quien le preguntaba que le había molestado ver dentro de la réplica del zulo a Pedro Sánchez. No dijo más. No insultó, no faltó el respeto
Y una categoría es lo que me parecieron las palabras de Ortega Lara en una entrevista que el domingo le hicieron en El Mundo, y en la que, desde el sosiego y por lo bajo, dijo a quien le preguntaba que le había molestado ver dentro de la réplica del zulo a Pedro Sánchez. No dijo más. No insultó, no faltó el respeto. Sólo le molestó. Ortega Lara ya ha perdonado a los que le hicieron aquello, pero siente molestias con los que han hecho del zulo de su tortura un plató de televisión.
La víctima diferencia entre el Rey y el presidente. Lo tiene claro. Pero yo quiero pensar que Sánchez sintió muy sinceramente espanto y desolación dentro de ese lugar. Ya digo, me pongo en su pellejo y sé que es así. No puede ser de otra manera. Y, sin embargo, no sé, no puedo hacer lo propio cuando la misma persona que se fotografía en ese siniestro cajón gobierna con los votos de aquellos que metieron ahí a Ortega Lara. Los mismos con los que el PSOE pacta leyes. Los mismos que sacan adelante a su gobierno cuando este está en apuros.
El pésame por un etarra
Y entonces fue cuando recordé el momento en el que Sánchez en el Senado, un 9 de septiembre del año pasado, dio el pésame a un senador de Bildu porque un tal Igor González Sola, etarra condenado a 20 años, se había suicidado. Sánchez lo dijo así: «Señoría, lamento profundamente su muerte».
Imposible que uno pueda ponerse ya en el pellejo del presidente. O se siente la muerte de un terrorista o se siente la de su víctima. Las dos al mismo tiempo es imposible. Dudo mucho que Sánchez pudiera estar dentro de ese zulo si José Antonio Ortega Lara hubiera acudido a la inauguración del memorial. No creo que hubiera soportado la mirada de la víctima. La de quien ya ha perdonado. La del que sosegadamente afirma: «Si este hombre supiera la verdad, lo que hay encerrado allí».
Y uno ya no sabe qué es peor, que el presidente no lo sepa o que no lo quiera saber. O que lo sepa, pero haya otras urgencias. Y perdónenme, que yo sólo pretendía ser empático. Eso mismo de ponerse dentro de la piel de otro. Eso que es tan difícil. Por no decir imposible cuando el presidente de España es Pedro Sánchez.