JOHN MÜLLER-El Mundo
Se habla mucho de noticias falsas (fake-news) y poco de postverdad (post-truth). Mi impresión es que en España nos encontramos en un momento de postverdad, tal como quedó definida por el Diccionario Oxford a finales de 2016: «Una circunstancia en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las emociones y las creencias personales». Noticias falsas han existido siempre, pero los momentos de postverdad, los llamados estados de gracia política, cuando la opinión pública traga con todo lo que le echen determinados personajes o circunstancias, son menos frecuentes. Y muy trascendentes.
El debate Solbes-Pizarro de febrero de 2008 fue uno de esos instantes. El momento clave de la crisis, cuando ésta dio la cara, se había producido siete meses antes, el 9 de agosto de 2007, cuando el Banco Central Europeo inyectó casi 100.000 millones de euros en la Eurozona para combatir el estrechamiento de la liquidez. Y España tapaba sus vergüenzas con una burbuja inmobiliaria. Todo el mundo intuía que estallaría, Pizarro lo dijo, Zapatero ya tenía un comité de vigilancia de la crisis que le organizó David Taguas, pero los votantes prefirieron creer a Solbes y al optimismo irrefrenable del presidente.
Ahora sucede algo parecido con Vox y con la política económica de Sánchez. El partido de Abascal está en el mismo estado de santidad que bendijo a Podemos entre 2014 y 2016 y cumple la misma función que Rajoy le asignaba a Iglesias: dividir el voto de la otra mitad del bipartidismo.
Con la política económica la cuestión es más compleja, porque al no haberse aprobado los Presupuestos, el presidente se encuentra en el mejor de los mundos. Por un lado, disfruta del impulso en las rentas que supuso la subida a pensionistas y funcionarios, el aumento de gasto que comenzó a verificarse en septiembre, las nuevas contrataciones públicas y que, al no estar Montoro, se abrió la mano con el gasto autonómico en los últimos meses de 2018 cuando el ex ministro ponía cancelas en las cajas grandes y chicas.
Y lo mejor para Sánchez es que no ha tenido que pagar nada por esto. El impacto de la subida del salario mínimo no se reflejará en los datos de paro por un buen tiempo y la factura fiscal que le prepara al votante, con las subidas del diésel, con la implantación de un mínimo en el Impuesto de Sociedades, la creación de la tasa Google y del impuesto a la banca –que el socialista ya anunció y no ha dicho que vaya a retirar– son una espada de Damocles sobre una economía en desaceleración que el ciudadano parece no ver.
Como avisó ayer el Banco de España: «Se mantiene la indefinición sobre el curso de la política fiscal». La entidad volvió a lamentar que el Gobierno siga perdiendo oportunidades de reducir el déficit y la deuda, lo que nos sitúa en una débil posición ante una ralentización global. Puede ocurrir de nuevo como en 2008, que se nos vuelvan a juntar las hipotecas y las alzas de impuestos para después de la elección. La postverdad puede ser muy tranquilizadora un periodo de tiempo, pero al final se paga.