JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 09/01/16
· A Sánchez no le basta con ser desgracia partidista y haber hundido a los socialistas; quiere hundir a España entera.
Decía Unamuno, uno de los más grandes lusófilos de nuestra literatura, que la lengua portuguesa es como un «castellano sin huesos»; y que el encanto que nos produce se debe a que, escuchándola, creemos oír «los frescos balbuceos infantiles» de nuestra lengua castellana. Pedro Sánchez, el hombre más invertebrado e infantil de nuestra política, se ha ido a Lisboa, para averiguar cómo se las arregló António Costa, el primer ministro portugués, para encaramarse al poder, después de perder las elecciones.
Hay un no sé qué enternecedor en este viaje a Portugal de Sánchez, que ya no sueña como los socialistas antañones con la federación ibérica, sino con los váteres de lujo que Zapatero mandó instalar en La Moncloa. Sánchez quiere probar a toda costa esos váteres de lujo, que tal vez imagine con chorritos perfumados, y peregrina a Lisboa, como los devotos peregrinan a Fátima, para hacer rogativas por el milagro.
Unamuno también nos advertía que la dulzura y melancolía portuguesas son el rebozo de otras pasiones más turbulentas: «La blandura, la meiguice portuguesa, no está sino en la superficie; rascadla y encontraréis una violencia plebeya que llegará a asustaros». A esta violencia plebeya del portugués, tan rebozadita de dulzuras, la llamaba Pessoa, más finamente, «desmesura»; y la distinguía de la desmesura típicamente española, que es externa y palabrera, afirmando que es una desmesura sobre todo interior y sentimental, erizada de tristezas y ensoñaciones que nacen de la conciencia de frustración.
Tal vez Sánchez, el hombre que quiere sentar a toda costa sus posaderas en los váteres de La Moncloa, haya viajado a Portugal porque su blandura exterior, ese aire de político invertebrado e infantil, esconda bajo la superficie la violencia plebeya de la que hablaba Unamuno, que sublimada da lugar al fado, pero que cuando estalla puede acabar en el regicidio del último rey romántico de Europa, como ocurrió allá en 1908. Sánchez, sin embargo, es un demócrata como la copa de un pino; y aunque esconda una violencia plebeya y una desmesura que asustan, no quiere alcanzar su sueño de sentar las posaderas con regicidios, sino con aritmética parlamentaria, que es como se resuelven en tiempos de doña Democracia las violencias plebeyas.
Sánchez será recordado como el tipo que, después de hundir a su partido, quiso salvarse del naufragio encaramándose al palo mayor. Sus conmilitones están que echan las muelas y lloriquean por las esquinas, considerándolo la mayor desgracia que les ha caído encima en sus casi ciento cincuenta años de historia. Pero a Sánchez no le basta con ser desgracia partidista y haber hundido a los socialistas; quiere ser desgracia nacional y hundir a España entera, encaramado en los váteres de La Moncloa.
Para hallar el modo rocambolesco de hacerlo, que le exigirá un rebozo de dulzuras impostadas y melosas con los mozos de Podemos, se ha ido a Portugal, como antaño, en épocas de gloria, se iban los teólogos españoles, a sacar brillo a los dogmas y a intercambiar predicaciones con sus colegas de Évora y Lisboa. Sólo que, en aquellas épocas de gloria, los teólogos españoles se asomaban al océano Atlántico, teatro de las hazañas portuguesas, y se quedaban extasiados, contemplándolo; y algunos hasta se morían allí y allí eran enterrados, como Francisco Suárez y fray Luis de Granada. Pero aquellos eran espíritus patricios y pacíficos; a la violencia plebeya de Sánchez el océano Atlántico sólo le parecerá un jacuzzi gigante y le inspirará el deseo de mojarse los pies en la orilla, para aliviarse los juanetes. Y, al mojárselos, pensará lúbricamente (¡ah, la erótica del poder!) en las sales de baño que se guardan en los váteres de La Moncloa.
JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 09/01/16