- Sánchez perdió el segundo asalto en el Senado. Feijóo se mostró certero e incisivo. Un pulso en el que el presidente, más comedido, perdió el ritmo y hasta los papeles
Tan aturullado y urgido de victoria subió Sánchez al estrado que hasta se le escapó lo de ‘vertir’ y ‘preveyeron’. Así andan las cosas en Moncloa, tensas, crispadas, hechas un lío. No dan pie con bola. El primer combate en el ring del Senado, hace seis semanas, había terminado en tablas, según los sondeos. Pedro Sánchez abusó de su ventaja en los tiempos y, con una agresividad desaforada, sacudió a modo a un Núñez Feijóo, nuevo en esta plaza, que intentó defenderse con cierta soltura pero sin brillo. Ese papel de víctima no le vino nada mal porque ya se sabe que los débiles y blandengues están más cotizados que los chulos de discoteca y los bronquistas anabolizados.
En este segundo asalto no hubo bronca, ni insoportables insultos, ni infames tarascadas. Dos caballeros en una competencia parlamentaria limpia y fría. Un tostón estéril, un combate anodino, absurdo, una pérdida de tiempo. Una de esas películas a las que le sobra la mitad del metraje. El presiente de la Cámara, el socialista Ander Gil, concedió esta vez algo más de tiempo al senador gallego con una generosidad escueta y rezongona. Aún así, Sánchez acaparó más del triple del cronómetro que su rival.
La sombra del pacto sobre el CGPJ
La sombra del acuerdo sobre el CGPJ sobrevoló por el Hemiciclo como un convidado de piedra inaprensible pero determinante. «No vamos a hacernos daño», parecía el acuerdo suscrito antes de saltar al estrado. Una sola vez se refirió Sánchez a este asunto, en una alusión sutil a las negociaciones ahora en trance de conclusión. Feijóo no hizo ni mención. Bolaños y Pons se encargan de ello a hurtadillas y no es cuestión de airearlo mucho, que las componendas para nombrar jueces tienen mala venta.
Ninguno de los dos contendientes goza de las dotes del buen parlamentario, esto es, un verbo ágil y eficaz, un discurso ordenado y bien estructurado y una malicia picajosa que enardece a los propios y escuece a los ajenos. No son excelentes dialécticos, no redondean la ironía y carecen de esa habilidad que se requiere para acertar en la quijada contraria. Sánchez se mostró extremadamente inconexo, vacuo, cansino, repetitivo, empeñado en sacar pecho de la excepción ibérica (¿qué narices era eso?) y en tumbar el perfil de buen gestor que acompaña al líder gallego. «Bulos, sólo dice bulos», repitió con insistencia de papagayo averiado. Esta vez no le tachó de ‘insolvente’ ni le acusó de ‘tener mala fe’.
Feijóo se mostró más asentado que en su trastabillado debut, mejor preparado, más suelto y, desde luego, mucho más agresivo y punzante. Le desarboló al presidente todas sus farsas, sus embustes, su maldades, desde los datos económicos al supuesto éxito en Europa, desde la gestión de la pandemia a sus proyecciones de futuro. «Ni tiene credibilidad ni cree en su país», fue la frase decisiva. «Retire su presupuesto, que son los de su Gobierno y no los que España necesita, y recorte un tercio su Gabinete», le retó. Lejos de reaccionar como corresponde, Sánchez, despojado de su perfil destroyer de la anterior ocasión, encerrado del dóberman en el trastero, se empeñó de forma absurda en perderse por los cerros de Galicia, en su obsesión por encontrar algún flanco para criticar a su oponente. ¿Pero a quién le interesa la deuda que dejó Feijóo en la Xunta hace tres legislaturas? Ah, también habló del banco malo y de los impuestos de Montoro. O sea, Rajoy malo, muy malo. No insistió esta vez en cacarear lo del PP de los banqueros, de los ricos, de los del puro porque hasta el pupitre se fatiga de escuchar esa letanía.
Un debate prescindible, tan sólo animado por el carácter electoral que domina ya el tablero. Feijóo controló bien sus magros tiempos, se mostró resolutivo y redondeó su perfil de político prudente envuelto en ese manto de sensatez que requieren momentos tan azarosos. Sánchez desbarró en su discurso -sin duda herido por las severas advertencias que esa misma mañana le habían propinado Funcas y la Airef sobre lo desastroso del Presupuesto y la inminente recesión- y sucumbió en un estruendoso vacío, una cascada de naderías, el recitado de quien ya carece de batallas por ganar. Como dijo el poeta, «sólo eco, olvido, nada».