- Pedro Sánchez ha tomado tres decisiones que son sendas puñaladas en la campaña del socialismo andaluz. Tres errores que le costarán un castigo severo el 19-J con réplicas ciclópeas en el ‘supermayo’ y en las generales
«Derechos o derecha». Esta es, hasta el momento, la más feliz aportación del presidente del Gobierno a la precampaña andaluza. El socialismo del sur entra en pánico a la que desde Moncloa le anuncian una nueva visita de Pedro Sánchez. Le temen más que la ministra Rivera a un coiffeur. Sabido es que el líder del PSOE espanta votos. Allá donde va, hunde a su equipo. Así ocurrió en las elecciones gallegas, en las vascas, en las de Castilla y León. Por no hablar de las madrileñas, donde él solito encumbró a la nueva lideresa nacional de la derecha. Logró, eso sí, una raquítica victoria de Salvador Illa, insuficiente para gobernar Cataluña.
Antes de los mítines, nuestro héroe ha fatigado en Davos a un auditorio colmado de butacas vacías, ante el que recitó una fábula sobre nuestra deriva económica, encaminada ya de cabeza hacia el abismo, como aquí dejaba bien expresado Rodríguez Asensio. Estanflación de libro, sin rumbo ni programa, sin proyecto ni medidas. Todo al albur de la improvisación y la chapuza. Una situación preocupante, una desidia calamitosa que enerva no poco en Bruselas, donde los funcionarios de colmillos como arpones remiten a la cúpula de la Comisión informes rebosantes de alarmas, alertas, warning, luces rojas y demás signos de prevención ante la deriva del ‘problema español’. O reformas o recortes, advierten los comisarios europeos a Nadia Calviño, que se encoge de hombros y mira al tendido como si tal. Sánchez, más inclinado a la arrogante displicencia, escucha estos avisos con desprecio y canturrea lo de «soy demasiado grande para caer».
La realidad les da la espalda todos los días hasta el punto de que no hay sondeo, a estas alturas, que no anuncia una victoria del lado de Vox y del PP, sea cual fuere el orden final de los factores
La economía decide. El bolsillo vota, aunque los estrategas socialistas que diseñan la estrategia andaluza se empeñan en juguetear con esos mantras apolillados que yuxtaponen derecha con caverna y que apestan a mercadería podrida y alcanfor. La realidad les da todos los días la espalda. No hay sondeo que ignore la inapelable victoria del lado de Vox y del PP, sea cual fuere el orden final de los factores.
Tan negro es el horizonte que el líder socialista ha decidido lanzarse a la batalla para evitar que la catástrofe adquiera dimensiones bíblicas. Y ahí está el problema. Sánchez es garantía de derrota. Un yeta, un mufa, un malaje infernal. Pretende ahora demostrar lo contrario y rearmar a sus filas en el territorio que siempre fue símbolo del PSOE, pieza clave para conseguir el control de la Moncloa. Ha cometido tres errores que sin duda actuarán como elementos decisivos en la noche de las urnas. Tras patinazos superlativos, tres jugadas suicidas.
Ir con la letanía de las chorizadas al territorio del saqueo de los Eres, la coca, los prostíbulos, de Chaves y Griñán es como regalarle al Pacma entradas para ver a Morante en la isidrada
Primero, participó muy activamente en la defenestración de Pablo Casado al maniobrar bajo cuerda en el affaire de las mascarillas del hermano de Ayuso. Un error palmario ya que esa estratagema, rastrera y torpona, propició el relevo en Génova y el advenimiento a la séptima planta de un político, severo y circunspecto, con mayores garantías para alcanzar victoria electoral.
El segundo disparate, quizás no de Sánchez sino de sus ochocientos asesores, despistados como turco en la neblina, ha consistido en jalear el espantajo de la corrupción como arma de combate para recuperar la Junta. A quién se le ocurre hablar de corrupción en Andalucía, durante cuarenta años saqueada sin tregua por la izquierda. Ir con la letanía de las chorizadas al territorio de Chaves y Griñán, de los Eres pirateados, de la coca, los prostíbulos… es como regalarle al Pacma entradas para ver a Morante en la isidrada. En su irrecuperable confusión, han recurrido incluso a viejos audios de Villarejo con voces de gente que hace siglos dejó la política. «Mangantes», gritaba Sánchez desde su escaño a un PP que ya ni siquiera existe, que se evaporó el día mismo en el que Casado perdió su silla y llegó Feijóo.
Finalmente, Sánchez consumó su previsible harakiri al mantener al triste Juan Espadas como cabeza de lista. Y no porque el acalde de Sevilla sea un político gris y ramplón, sin fuerza en la oratoria ni enganche en el auditorio. El problema es que Espadas no es Susana Díaz, a quien le endilgaron el papel del ‘payaso de las bofetadas’ al estilo León Felipe. Sánchez ya no podrá camuflar la confirmada derrota en la excusa de que el vencido no era uno de los suyos, que es cosa de la dirección andaluza, ‘esos inútiles’, dirá luego Bolaños.
Pues no. Espadas es Sánchez y viceversa. Lo que le ocurra a uno se le apuntará al otro. No hay posibilidad de escamotear el naufragio andaluz, de sacudirse las culpas, de acuchillar a un chivo expiatorio que pasara por allí. Sin el cetro de Andalucía, el PSOE es un partido demediado y menguante, raquítico y canijo. El tortazo del sur será, por lo tanto, la antesala del descarrilamiento del sanchismo. Por derecho o por derecha, a elegir.