Antonio Casado-El Confidencial

Dos fuerzas independentistas enfrentadas y el enemigo común. Un triángulo político para el tiempo añadido de una legislatura mal enterrada y un Torra visto para sentencia

Alguien dice en la radio que Sánchez «es más imprevisible que un calambre». Es verdad. No sabemos si acierta cuando toma una decisión o cuando la vuelve del revés, como ha ocurrido con el rectificado anuncio de aplazar los tratos con el ya amortizado Gobierno de Cataluña. Pero sí sabemos el motivo.

Las cabriolas de Moncloa en el área pequeña de la catalanizada política nacional las dicta ERC, de cuyos 13 diputados depende la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado para 2020. Y de ahí cuelga el futuro político de Sánchez.

Oriol Junqueras, que manda en ese partido desde la cárcel, ya ha dicho mirando al tendido independentista que la gobernabilidad de España depende de cómo evolucione la mesa de Gobiernos (central y autonómico). Eso supone la total catalanización de una política española con su credibilidad en modo «Ábalos». Con las mismas, también procede anunciar la españolización de una política catalana en modo «reset».

Las cabriolas de Moncloa en el área pequeña de la catalanizada política nacional las dicta ERC, de la que depende la aprobación de los PGE

Dos fuerzas independentistas enfrentadas entre sí ante un enemigo común. Es el triángulo equilátero de la crónica política para el tiempo añadido a una legislatura autonómica mal enterrada y un Torra visto para sentencia.

Todos miran al tendido independentista. No solo Junqueras y cía. También Sánchez se ve empujado a participar en la grotesca carrera de sacos entre ERC y JxCAT. Se disputan la credibilidad frente al enemigo común asociado a la España «antidemocrática y represora» que los amordaza, los humilla, los encarcela y les niega el derecho de autodeterminación.

Mienten y aburren de tanto repetirlo, pero en Moncloa hacen como si no lo oyeran. Y así seguirá ocurriendo, al menos mientras la supervivencia del Gobierno «progresista» de coalición dependa de una de las dos principales facciones del independentismo, unidas en un objetivo común y enfrentadas por diferentes estrategias para lograrlo.

Vamos hacia la catalanización de una política española con su credibilidad en modo Ábalos

Unos apuestan por diálogo, transversalidad y ruptura de bloques como «servicio a Cataluña» (Sergi Sabrià, ERC, ayer). Otros por el victimismo (Puigdemont es un «represaliado» y Torra ha caído por la «deslealtad» de ERC). Pero ambos coinciden en poner «autodeterminación», «amnistía» y «fin de la represión» sobre la anunciada mesa negociadora de Moncloa con un Gobierno que tiene las horas contadas. Qué absurdo.

Es absurdo, pero Sánchez toma partido por los primeros, los de Gabriel Rufián, que el jueves a mediodía fue a Moncloa a decirle lo que tenía que hacer. El mismo que un día se permitió traducir libremente unas siglas históricas: «Pedro Sánchez Os Engaña» (PSOE). Pero, claro, es quien pastorea a los 13 diputados de los que depende la gobernabilidad de España, aunque reniegue de los socialistas («el partido del 155»), incluidos los catalanes de Iceta: «Hay mucha tierra quemada entre el PSC y ERC».

Eso dice Rufián, uno de los varios recaderos de Junqueras que ayer salieron en tromba a descartar absolutamente cualquier posibilidad de gobernar en Cataluña con el PSC en un eventual tripartito.