Tras el broncanazo el presidente nos sale con un periplo internacional. Lo siguiente lo ignoramos, pero no dejará de sacar conejos de la chistera con tal de que no se hable de lo importante, ya que Sánchez no puede darle a los españoles las explicaciones que merecen. Aquí no hay día que no tenga su afán y la estrategia sanchista es que el personal se olvide del quilombo de ayer porque el de hoy lo supera. Nadie habla de Tito Berni, Koldo, Francina Armengol y sus compras de mascarillas, de lo mismo, pero con el por entonces ministro de sanidad Salvador Illa, la ley de amnistía, de qué y quién está pactando en Suiza con los separatistas, del plante de los fiscales ante el fiscal general, y eso por no ir atrás y entrar en el caso Delcy, las maletas, los pactos con Bildu, el confinamiento ilegal en pandemia, mantener cerrado el parlamento durante ese tiempo, gobernar a base de decreto, la ley del sí es sí, el sometimiento a Marruecos, la invasión de inmigrantes ilegales, la muerte de los guardias civiles en Barbate y no sigo porque se podrían llenar páginas y páginas.
El cúmulo de escándalos es tal que, tan solo por uno, cualquier gobierno habría tenido que convocar elecciones. Pero España es un país en el que todo un ministro del Interior, estando en alerta antiterrorista, puede haber sido reprobado tres veces y continuar en su puesto sin que lo cese el presidente
El cúmulo de escándalos es tal que, tan solo por uno, cualquier gobierno habría tenido que convocar elecciones. Pero España es un país en el que todo un ministro del Interior, estando en alerta antiterrorista, puede haber sido reprobado tres veces y continuar en su puesto sin que lo cese el presidente. De todo esto, Sánchez no quiere hablar ni que le pregunten. Sabe que si dice la verdad tendría que marcharse defecando productos lácteos, a saber, cagando leches. De ahí la importancia en insistir que Begoña comparezca ante la sede de la soberanía popular y que los ministros rindan cuentas y que quienes rigen la nación den explicaciones. Porque es su deber. Porque les pagamos para ello. Porque es lo que toca cuando se vive en un Estado de derecho. Pero como el miedo guarda la viña, según un viejo refrán castellano, Sánchez, sinceramente atemorizado y de ahí su huida hacia adelante, sin frenos y en bajada, evita cualquier cuestión de las anteriores. Si se opone a que su esposa dé explicaciones acerca de sus cartas de recomendación, no es tanto por el cariño lógico hacia la pareja, sino porque teme que le salpique a él. Cuidado, no hablo de la comisión de presuntos delitos, hablo de que el simple hecho de ver a Begoña sentada ante una comisión de investigación en los televisores le produce pánico por una cuestión de imagen. Sabe que la gente no la verá a ella. Lo verá a él. Y como ya sabe lo que opina la gente – allí donde va lo esperan gritos y los abucheos, como nunca jamás se ha visto en la España democrática – no quiere dar la cara. A Sánchez le va más el modelo Maduro: ponerse ante una cámara y hablar, hablar y hablar. Le encanta el sonido de su voz. Y, como autócrata, no le gusta someterse a interrogatorios que no sean pactados.
Pero las cosas han llegado tal punto que por mucho que se ausente de la Cámara cuando se tratan asuntos espinosos, por mucho que emplee la mordaza a los medios y por mucho que vaya creando cortinas de humo, más pronto que tarde tendrá que afrontar la situación. Tiene tres citas electorales que le conciernen extraordinariamente porque afectan a sus socios de gobierno. En las dos primeras se verá obligado a elegir entre PNV o Bildu; en las segundas, entre Junts o Esquerra. Veremos si esto afecta o no los apoyos en el Congreso. En las europeas, se juega lo poco que le queda. Si tuviera buenos asesores, deberían aconsejarle que fuese la propia Begoña quien solicitase comparecer ante el Congreso. De lo contrario, Sánchez estará cada día más oprimido entre su mujer y la pared. Y de ahí no saldrá fácilmente.