Rubén Amón-El Confidencial
- El presidente del Gobierno es el primer responsable de una crisis política e institucional que degrada el Parlamento y que excita la irresponsabilidad del PP en una oposición lamentable que da alas a los antisistema
No va a resultar sencillo que la reputación de la política española se reponga del trauma del 3-F. Conviene recordar la fecha y hasta remarcar el santoral del día: San Blas. Porque el vodevil de la reforma laboral consolida un episodio siniestro de la crónica parlamentaria que fomenta la pujanza de la antipolítica. No iban a desaprovechar el PP y Vox la oportunidad de recurrir al Constitucional ni a la vía penal. Y de suscribir una batalla institucional que tanto socava la credibilidad del Parlamento como disparata las invocaciones al tongo, al pucherazo, al sabotaje de república bananera.
No puede concebirse un lugar ni un momento más inapropiados para escenificar la degradación formal y conceptual de la política. Las señorías han provocado un espectáculo indecoroso. No por el ‘casus belli’ del error telemático ni por el hipotético ‘tamayazo’ en que incurrieron los diputados navarros, sino porque la reforma laboral se ha resentido de la irresponsabilidad y cinismo de sus principales artífices y detractores. Todo es política —hasta la fase previa de Eurovisión—, menos la política.
La buena estrella de Sánchez no contradice su responsabilidad extrema como director de circo y aventador de controversias
De otro modo, el debate de la reforma laboral se hubiera planteado en sus razones y sinrazones conceptuales. Se habría expurgado con escrúpulo su contenido. Y no habría degenerado en un arma arrojadiza o en un pretexto de mera táctica electoral. Es la perspectiva ‘kármica’ que escarmienta el ‘oposicionismo’” del PP. Un error, un desliz, ha precipitado que el PP terminara suscribiendo lo que su partido —subconscientemente— realmente quería votar. Y que no se atrevió a confesar porque prevalecía el principio de obstrucción, mirando de reojo los comicios castellano-leoneses del 13-F y temiendo que Vox los abrumara con el estigma del colaboracionismo.
La buena estrella de Sánchez no contradice su responsabilidad extrema como director de circo y aventador de controversias. Puede que su victoria convenga a los intereses de la nación y que haya prosperado el marco laboral idóneo, pero los pormenores del resultado demuestran que la reforma ha prosperado por un error, que la Cámara no respaldaba el acuerdo de la patronal y los sindicatos, y que la conmoción institucional del pasado jueves trastorna, cuando no degrada, el triunfo aritmético de Sánchez.
Tenía razón el míster, pero la imagen gloriosa de Sánchez no contradice el vértigo del descalabro, la percepción del abismo
Ya lo decía Ignacio Pinedo, histórico entrenador de baloncesto en el Madrid y en la selección nacional: “Una sola canasta marca la diferencia entre la gloria y la mierda”. Tenía razón el míster, pero la imagen gloriosa de Sánchez no contradice el vértigo del descalabro, la percepción del abismo.
Supongamos que Casero no hubiera metido el balón en su propia canasta. Y que se hubiera producido el resultado ‘natural’ de la votación. Sánchez habría encajado la peor derrota de la legislatura, Yolanda Díaz quedaría por completo desautorizada, al límite de la dimisión. El bloque de la investidura se habría resquebrajado con resultados imprevisibles. Y el desenlace de la sesión podría percibirse incluso como una moción de censura que permitiría a Casado humillar a Pedro Sánchez.
Sánchez los engañó a todos. Y todos ellos le restregaron el rechazo y la incredulidad en la sesión traumática del jueves negro
Suyo, de Sánchez, es el pecado original de la crisis del 3-F porque fue el primero en retractarse de la promesa electoral de la derogación. Y porque los matices cosméticos planteados a la normativa vigente del PP supusieron una tergiversación de principios que explican el movimiento opositor de ERC, Bildu y el PNV. Sánchez los engañó a todos. Y todos ellos le restregaron el rechazo y la incredulidad en la sesión traumática del jueves negro.
La mentira estaba en el embrión del disparate. Y dio origen a una escalada de contradicciones, de intereses y de ambigüedades que subordinaron por completo el mero contenido de la reforma laboral. No interesaba tanto el consenso con que fue concebida —sindicatos, patronal, Comisión Europea— como el uso partidista que permitía agitarla. Más todavía cuando el voto favorable de Cs fue percibido como un tabú inviolable para ERC, Bildu y los nacionalistas. El PSOE tampoco se creía la reforma que estaba impulsando, ni el PP tenía razones para malograrla, pero cualquier hipótesis de sustento de las iniciativas gubernamentales le resultaba a Casado inconcebible.
La maniobra expone hasta qué extremos se relativizaba la importancia o el interés de la reforma laboral
Oportunismo, oportunidad. Lo demuestra el movimiento transfuguista de UPN. El líder nacional del partido, Javier Esparza, había exigido a sus diputados —Sayas y García Adanero— suscribir la reforma de Sánchez. No porque creyera en ella, sino porque el acuerdo garantizaba que los socialistas navarros se abstuvieran de reprobar al alcalde de Pamplona.
La maniobra expone hasta qué extremos se relativizaba la importancia o el interés de la reforma laboral. Y justifica que los diputados navarros decidieran votar en conciencia, aunque los rapsodas de la izquierda y los activistas de la información hayan concluido que Casado fue capaz de ganarse su voluntad para inscribirlos en la tradición del ‘tamayazo’.
Es uno de los términos hiperbólicos con que se reconoce esta siniestra crisis política, institucional, mediática. ‘Tamayazo’ y pucherazo. Árnica para un bando y para el otro, material incendiario que favorece a Vox y al antisistema. Y que no alcanza a encubrir la responsabilidad cenital de Pedro Sánchez, cuyos decretazos cuestionan mucho más el Parlamento y el parlamentarismo de cuanto pueda hacerlo una jornada de ebriedad y de locura en el día sagrado de las cigüeñas.