Es la tercera vez en menos de dos años que Pedro Sánchez viaja a Mauritania. El verano pasado, su forma de ocuparse de la emergencia migratoria, en un año récord de llegadas irregulares a España, fue análoga: una gira africana por los principales países emisores, que sin embargo recibió críticas razonables de la inmigación por alentar el «efecto llamada».
Este miércoles, el presidente ha mantenido la primera Reunión de Alto Nivel con Mauritania, con el propósito declarado de «reforzar lazos» con el país islámico, y el más inconfesado de aminorar el flujo migratorio hacia España.
Es razonable que Sánchez haya privilegiado estas visitas oficiales al que es uno de los socios estratégicos de España y de la Unión Europea en el Sahel. Sobre todo, teniendo en cuenta que Mauritania representa más de la mitad de las llegadas a las costas españolas del año pasado.
Atender, por tanto, ese problemático flanco resulta ineludible.
Pero los problemas aparejados al descontrol de la inmigración irregular no pueden resolverse únicamente con viajes diplomáticos a los países de origen, sino también (y principalmente) con actuaciones en el país de destino de estos expatriados.
En el sentido más inmediato, ocupándose de una vez de realojar a los 827 menas que permanecen en Canarias y a los que el Gobierno, incumpliendo este martes por segunda vez el plazo que le había impuesto el Tribunal Supremo, aún no ha dado ninguna salida.
Pero, de una forma más general, con una política migratoria sólida y unas reformas socioeconómicas estructurales.
Porque, por mucho que el Gobierno se resista a aceptarlo, existe en España un problema de fondo, que cada vez se hace más palpable, en el acomodo de una población inmigrante que ha crecido de forma exponencial en la última década.
Es innegable que estos flujos descontrolados están tensionando los servicios públicos y las infraestructuras y agravando la carestía de la vivienda. Además de llevar asociado, en sus formas de más difícil integración social, un problema de crecimiento de la delincuencia constatado por sucesivos informes de Seguridad Nacional.
Los sucesos de Torre Pacheco, que seguían vivos mientras Sánchez viajaba a Mauritania, ofrecen la evidencia más fehaciente de que las tensiones sociales que propicia la marginalidad aparejada a una alteración poblacional acelerada es el mejor caldo de cultivo para la percepción de inseguridad que aprovechan los grupos ultras para azuzar actitudes xenófobas.
No basta con proclamar, como ha hecho Sánchez en Mauritania, que «el progreso y la buena situación económica de España debe mucho a la aportación de la migración».
Porque, siendo irrefutable que el crecimiento económico español de los últimos años debe mucho a la inmigración, lo es igualmente el hecho de que el modelo económico español se ha vuelto dependiente de la mano de obra barata importada para puestos de baja cualificación.
La presidenta de la AIReF ha confirmado en su informe de evaluación del gasto, presentado este miércoles, que el tímido incremento de las afiliaciones a la Seguridad Social se debe en su mayoría al trabajo que realizan los inmigrantes.
La AIReF ha señalado que, si bien el crecimiento del empleo en nuestro país se sustenta en la llegada de foráneos, se ha detectado una caída de la población activa de personas de nacionalidad española.
Lo curioso es que, de manera independiente, el organismo fiscalizador ha apuntado otro elemento relacionado con el anterior: la parálisis de la Hacienda para iniciar la elaboración de los Presupuestos para 2026, con la consiguiente falta de previsiones de déficit y deuda ni de gastos no financieros.
Y es que, en ausencia de unos Presupuestos Generales de un Estado, lo único que puede hacer un Gobierno es viajar a Mauritania.
A la postre, Sánchez no tiene capacidad política para actuar sobre ninguno de los factores que podrían mitigar la lumpenización a la que conduce una inmigración demasiado elevada como para ser absorbida.
Porque para eso haría falta poder gobernar.
Y para eso se necesitan unos Presupuestos.
Y para eso se requiere una mayoría parlamentaria.
De un Gobierno tan débil que vive al día no cabe esperar un plan de vivienda resolutivo, ni un refuerzo de las prestaciones asistenciales, ni una mayor dotación de fuerzas y cuerpos de seguridad.
Y si a ello se le suma la impotencia para abordar políticas de fomento de la natalidad ni de mejora de la productividad, sólo queda la perpetuación de un sistema económico endiablado sostenido sobre la inmigración y el turismo.