- Un presidente escondido, temeroso de los medios, esquivo con la prensa, siempre a la fuga, no pisa la calle, no comparece en el Congreso. Su miedo vuela más alto que el Falcon
Todo lo que ha dicho hasta ahora Pedro Sánchez sobre «el momento más peligroso para Europa desde la Guerra Fría», según ese héroe proteico que atiende por Josep Borrell, se resume en cuatro topicazos, insípidos y recurrentes: la importancia del diálogo, la diplomacia, la desescalada y la unidad en la disuasión. Y punto. Casi habló más en su vídeo mudito de La Moncloa. En la escueta comparecencia junto a su homóloga finlandesa, al ser preguntado sobre si nos obsequiaría con una sesión monográfica sobre la crisis prebélica de Ucrania, el presidente no esquivó un guiño a Rajoy. Se hará «cuando corresponda», dijo, excelente paráfrasis a aquella antológica frase de «sobre lo otro ya si eso…». Marianismo en vena, ahora homenaje a Pedro Arriola, gran gurú demoscópico, estratega simpar, firme defensor de la cultura del dontancredismo (lo mejor es no hacer nada para no movilizar al contrario), que dio excelentes resultados tanto a Aznar como a su sucesor, el sabio gallego.
Sánchez, acorralado en todos los frentes, agobiado por los socios, urgido por las encuestas adversas, cuestionado incluso por su huésped, la jovencísima premier finlandesa, que le arreó un sopapo nuclear del que aún convalece, parece seguir la senda del marianismo. O incluso ir más allá. En sus esporádicas comparecencias públicas, ni siquiera ensaya el recurso del plasma, un clásico del anterior jefe de Gobierno tan denunciado por los medios que ahora callan.
Con la excusa de la pandemia, se zambulló en los eternos monólogos a lo ‘aló presidente’, en conexión televisiva nacional, una homilías desbordadas de tontadas y falsedades. Ahora ha optado por las severas declaraciones institucionales, cada vez más torpes e indigestas, que apenas logran espantar el sopor que irremediablemente se apodera de los pobrecitos camarógrafos, únicos representantes de los medios admitidos en la sala.
La nueva portavoz, Isabel Rodríguez, más tímida, ha instaurado el cupo de seis cuestiones por sesión, algo razonable dado que Sánchez le endilgó dos Consejo de ministros por semana y eso no está pagado
En los tiempos de Iván Redondo había un secretario de Estado de Comunicación que atendía por Oliver, quien se encargaba de seleccionar una por una las intervenciones de la prensa, en liturgia inédita en las costumbres democráticas. La nueva portavoz del Ejecutivo, Isabel Rodríguez, más tímida, ha instaurado el cupo de seis cuestiones por sesión, algo razonable dado que Sánchez le endilgó dos consejos de Ministros a la semana y eso no está pagado. Por lo demás, apenas logra enterarse de lo que le preguntan y dificilemente acierta al ofrecer la respuesta. A los informadores les guustaría algo más pérfida, estilo Isabel Celaá, pero no se les logra. «¿Cómo se consigue ser más mala?», habrá preguntado. «Hija, igual que ser más alta», le habrán respondido a lo Levowitz. .
Ha aprendido a manejar con soltura las cuatro reglas para evitar los sobresaltos y redondear una presidencia apacible: Nada de prensa, nada de plasma, nada de calle y nada de gente. Todo bajo control
Loco por escapar de los focos, Sánchez recurre con frecuencia al marianeo, pero sin demasiado éxito. Le falta esa ironía gallega y no es bueno ni en el recorte ni en la cabriola. De modo que se se ha quedado en lo más elemental. Elude las entrevistas, evita las declaraciones, huye de la prensa, sólo habla cuando está en La Palma y allí nadie le aplaude porque los tiene hartitos con tanta estafa. Ha acudido cuatro veces a la cadena Ser, única emisora a la que distingue con su presencia, y en contadas ocasiones se ha personado en un estudio de televisión con un entrevistador previsible. En conclusión, ha aprendido a manejar con soltura las cuatro reglas para evitar los sobresaltos y redondear una presidencia apacible: Nada de prensa, nada de plasma, nada de calle y nada de gente. Sólo actos controlados, en espacios blindados, con público controlado y con periodistas amordazados.
«Presidente, no te escondas», se escuchó el grito lejano de un paisano en su visita vertiginosa a Fitur. No solo se esconde sino que se evapora en cuanto adivina algún escenario adverso, alguna presencia inquietante, algún movimiento fuera del guion. A Aznar le volaron el auto y casi le siegan la cabeza. A Zapatero, después de su pacto con ETA, le pitaban allá donde fuera, pero lejos de arredrarse, parecía disfrutar con el insulto. Siempre ha sido raro, un extraterrestre malvado. A Rajoy, en campaña por Galicia, le lanzaron un directo a la sien que casi le tumban.
La cobardía, como los cuernos y la vileza, tan sólo conserva un cierto pedigrí en el ámbito literario. Pregunten a Borge. Aquel legislador Carondas sí acertó con el tratamiento que requiere defecto tan sobrevalorado. Lejos de invocar la ejecución de los desertores, ordenó que permanecieran sentados tres días en la plaza pública vestidos de mujer. Cierto que suena algo anti-woke pero así se las gastaban en el Imperio romano. Sánchez no es cobarde, ni timorato, ni siquiera gallina. Es, y lo tiene escrito, un resistente en su variante de fanático de la resiliencia. Prepara ya su reelección para otros cuatro años. Necesita preservar su inmaculada prestancia y su inaccesible presencia.
Tras la purga, este verano, de los abrasados y ásperos ministros (Ábalos, Celaá, Carmen Calvo…) Sánchez olvidó un factor fundamental. Designar a sus sustitutos como parapeto, como escudos humos
Algo, sin embargo, está fallando. Un detalle que ha pasado inadvertido en Moncloa. Tras la purga, este verano, de los abrasados y ásperos ministros (Ábalos, Celaá, Carmen Calvo…) Sánchez olvidó un factor fundamental. Designar a unos cuantos sustitutos para ejercer de parapeto, de escudos humanos a quienes partir la cara cuando caen chuzos, esos fieles servidores que se dejan la piel por su jefe y perecen achicharrados en su función. Obsesionado con la empatía, optó sin embargo por incorporar a su Gabinete a cuatro damiselas sonrientes cuyo nombre apenas alguien recuerda, y ha quedado desarmado y expuesto a la feroz voracidad de la oposición, en creciente fase de agresividad según se acercan las fechas electorales. ¿Quién protege al presidente?. Sus Migueles y sus teles, es cierto. Pero necesita algo más, necesita ese ardoroso escudero que se plante cada día frente a los medios a dar respuesta a los nutridos ataques que recibe todo presidente. En especial, este, que hasta le sacuden sus socios de coalición.
Ofrece la imagen de un presidente en fuga, escurridizo, inseguro, permanentemente escondido, silente, atemorizado hasta el espanto y tan encogido por dentro como estirado por fuera
Sánchez se muestra vulnerable y desprotegido. Óscar López y Antonio Hernando, los nuevos mayordomos de la Presidencia, ni saben ni sirven para eso. Félix Bolaños ejerce de lustroso cerebrín, aunque apenas se le ha detectado jugada con brillo alguno. Y pare usted de contar. Sin embargo, por la otra banda aparecen la lengüilarga Yolanda Díaz, y Pablo Iglesias que se acaba de desperezar. Tan oscuro se divisa el panorama desde el sillón de la Moncloa que hasta han tenido que movilizar a Adriana Lastra, arrinconada en Ferraz y ahora presencia en medios y negociaciones, con su verbo elegante y su apostura sin igual.
No tiene un talón de Aquiles. Sánchez tiene el cuerpo entero de Aquiles, por eso se escapa en el Falcon, no responde preguntas y desprecia a los periodistas de siete en siete. Su estrategia mediática hace agua. Quizás tenga alguna jugada en la reserva pero, de momento, tan sólo ofrece la imagen de un presidente en fuga, escurridizo, inseguro, escondido, silente, atemorizado hasta el espanto y tan encogido por dentro como estirado por fuera. Travestirse de Mariano y abrazarse al ‘cuando convenga’, es decir, al ‘si eso ya luego…» no es precisamente la ruta de los vencedores. Su canguelo vuela más alto que el Falcon. Y esto no ha hecho más que empezar.