Manuel Marín-Vozpópuli
- Desde el miércoles, Vox está descolocado, y el PP, demasiado eufórico. Nada bueno para ninguno de los dos, con un tipo enfrente sin principios, ni valores, ni r
Alberto Núñez Feijóo tenía una necesidad. Dejar de jugar con las reglas homogéneas de la política, con los cánones clásicos propios de unos estándares tradicionales de oposición. Necesitaba entrar en el barro porque la desigualdad de armas, de argumentos y de fronteras morales ha dejado de ser asumible. Pedro Sánchez se impuso a sí mismo hace ocho años otras reglas basadas en los arrabales propios de la liturgia política con que, mal que bien, nos veníamos manejando desde principios de los ochenta. Manipulación oscura de primarias en el PSOE, pucherazos, cambalaches, degollamiento del oponente en plaza pública y sin misericordia… Esas eran sus normas para el PSOE y con lógica aplastante después fueron extrapoladas a La Moncloa. Intervenir el poder, no ejercerlo, no asumirlo, sino intervenirlo sin más normas que las que impondría cualquier Luca Brasi. Feijóo al fin ha entendido el mensaje.
No puede sorprender el alarde de victimismo de Sánchez. Ya con su famosa carta a la ciudadanía demostró hasta dónde estaba dispuesto a sobreactuar con tal de permanecer en La Moncloa. ¡Oh! La derecha ha traspasado un límite inasumible. Feijóo, el político más sucio. Cuánta bajeza moral por haber preguntado a todo un presidente si fue beneficiario a título lucrativo de los negocios del suegro, del padre de Begoña Gómez, en saunas y prostíbulos. La línea roja ha sido traspasada y el PSOE, este PSOE, se escandaliza. Aquí se fuma. El PP ha hurgado en la víscera personal y eso no es respetar las reglas… La pregunta es ¿qué reglas? Aquí no hay reglas desde que Sánchez quiso que no las hubiese. La tabla de equivalencias está averiada y la medida que utiliza la izquierda siempre es justificada y justificable por carente de ética que sea, y la de la derecha es siempre abusiva, inmoral e indecente.
La mentira en pleno Congreso con la mujer de Núñez Feijóo. El marido de María Dolores de Cospedal. La pareja de Isabel Díaz Ayuso. La vara de medir es aceptable si la utiliza un Gobierno forzando a delinquir a un fiscal general, pero es inaceptable si la utiliza Feijóo aunque no haya mentido en nada. La segunda pregunta es sencilla. ¿Es cierto o no que hubo un beneficio lucrativo de Sánchez a través de una participación directa o indirecta en los negocios del suegro, que ahora el PSOE, abrumado por babosos y demás lenocinios, quiere prohibir? Aún no ha contestado Sánchez a la pregunta. Solo se ha hecho el enfadadito porque él sí está legitimado para mantener un discurso que niega a los demás. Nada es nuevo. Si acaso, que el ademán de quejica se le ha acentuado. ¿No era él ese ‘killer’ desencadenado? ¿A qué vienen tantos remilgos y mohínes fingidos?
Siempre sostuve que Vox y PP están condenados a entenderse por muy difícil y traumático que sea para los melindres de ambos. La derecha sociológica lo necesita aunque desprecien el argumento. La novedad del pleno del Congreso del miércoles no es la arrobada muestra de amor progresista que los socios demostraron a su sanchismo del alma, ni la decisión de Sánchez de “no arrojar la toalla” tras su enésima “reflexión”. Eso, para los crédulos e ingenuos que llegaron a creer que de verdad esa sesión parlamentaria era crucial para la legislatura. La novedad fue el giro de guion de Núñez Feijóo con Vox.
Santiago Abascal no lleva bien que se le ignore, que el PP endurezca su discurso y su tono, y que le opaque con agresividad porque la patente de la virulencia contra todo y contra todos, la razón última, siempre la tiene Vox con su pureza de sangre y su ejemplaridad virginal. Feijóo se ha puesto la chaqueta presidencial, pero carece de escaños suficientes. Y Sánchez ha admitido que no tiene la mayoría social. Por eso no hay cuestión de confianza, ni moción de censura, ni elecciones. Por motivos diferentes, los dos tienen un objetivo común basado en el discurrir del tiempo. ¿Dónde queda Vox en esta ecuación? Crece extraordinariamente en las encuestas en ese segundo plano de estridencias puntuales y teatros de fugas parlamentarias cuando habla el presidente. Y ha fidelizado a su electorado, pero sabe que no alcanzará la presidencia del Gobierno.
La ambición razonable de Feijóo es gobernar en solitario. En cambio, su error, es sugerir que si no lograse formar un gobierno en solitario, se repetirán las elecciones porque Vox no entrará en su hipotético Ejecutivo. Incomprensiblemente, la hemeroteca no perjudica demasiado a Sánchez, pero, sin embargo, sí puede dañar mucho a Feijóo. No es cuestión de falta de inteligencia emocional. Acierta al pretender disminuir a Vox, pero la realidad política, la dispersión del voto, y la percepción de una parte sustancial de la derecha de que Abascal tendrá que ser parte activa de la alternativa, aconsejan a Feijóo a ser más cuidadoso. No resulta demasiado creíble sostener que recibirá un millón de votos procedente de electores socialistas defraudados. Ni que Vox quedará tras las urnas como un ente residual ante el que alcanzar acuerdos puntuales de gobernabilidad.
Dirán que no, pero Feijóo y Abascal necesitan un punto de inflexión más allá de esa regla básica del tacticismo que impone al PP ignorar a Vox y a Vox, aborrecer al PP. Falta lógica en este proceso de anulación recíproca. Desde el miércoles, Vox está desorientado y descolocado, y el PP, demasiado eufórico. Nada bueno para ninguno de los dos, con un tipo enfrente sin principios, ni valores, ni reglas. Hasta ahora el PP se había instalado en un plano de dependencia mental respecto a Vox. Si lo combatía, malo. No recuperaría votos de ese caladero. Si se contenía para no ofender al electorado de Vox por aquello del voto útil, malo también. Demasiado blandito. Si practicaba la prudencia y la resignación y se limitaba a soportar a Abascal en silencio, como las hemorroides, peor. Vox mejoraba en las encuestas. Ahora Feijóo ha entrado en una fase ignota y Vox tendrá que asumir que el PP se haya sacudido eso de las normas no escritas. Aquello de la “derechita cobarde” como base de argumentario ya no va a ser creíble. A Sánchez le entusiasma retozar en el barro de verdad, no en el retórico. Feijóo lo ha comprendido y aceptado… y Vox tendrá que aclararse porque le han achicado el espacio sin verlo venir.