Ignacio Varela-El Confidencial

El PSOE de Sánchez y el Podemos de Iglesias están afectados del mismo mal. Se llama desorientación histórica. Sus síntomas son inequívocos

Leo el texto del primer discurso de Pedro Sánchez de 2018, en el Foro Nueva Economía, que los servicios oficiales del PSOE presentan como reaparición estelar para retomar la iniciativa y galvanizar la sociedad con un proyecto potente y fresco. ¿Alguien se siente galvanizado?

Si es usted votante del Partido Socialista o alguna vez lo fue, y no quiere que su actual indiferencia derive hacia la depresión, ahórrese la lectura del discurso. Es difícil encontrar un texto más vacuo, rutinario, cargado de tópicos y frases hechas, pagado de sí mismo, superficial y miope. Y no será por que este tipo de productos escasee en el actual mercado político.

Y sobre todo, más rancio. Sánchez repite hasta 10 veces la expresión adanista “el nuevo PSOE”. Pero no hay nada nuevo. Si tienen curiosidad, acudan al discurso de Rubalcaba el 9 de julio de 2011 en la presentación de su candidatura. Allí encontrarán todas las ‘novedosas’ propuestas de Sánchez, aunque expuestas entonces con más consistencia y menos frivolidad.

 También allí estaba ya la propuesta del doble impuesto a los bancos y a las transacciones financieras. Rubalcaba hablaba de exigirles que, tras haberse recuperado gracias a las ayudas públicas, contribuyeran con una parte de sus beneficios a crear empleo. Y recogía una iniciativa europea y europeísta, un acuerdo comunitario para gravar las transacciones internacionales. Sánchez desafina la melodía de aquella canción de hace siete años y presenta una versión paleta de la letra.

Lo acompaña con 10 “acuerdos de país”, tan pretenciosos en su enunciado como tediosamente redundantes en su sustancia (más bien, en la ausencia de ella). Si de verdad quisiera sacar adelante esos “acuerdos de país”, no sé a qué espera para llamar al presidente del Gobierno y sentarse a negociarlos, incluyendo en el paquete los Presupuestos. Pero se remite a una vaporosa “alianza con la sociedad” que, según anuncia, establecerá de aquí a mayo. Solo falta preguntar a la sociedad si tiene gran interés en aliarse con el volátil dirigente del “nuevo PSOE”.

Luego está el mantra sanchista, esa reforma constitucional de la que habla sin cesar y sin concretar jamás en qué consistiría. Tras haber transitado por sucesivas ocurrencias (¿qué fue del artefacto plurinacional que llevaría la paz a Cataluña y resolvería todos los problemas territoriales de España?), ahora nos asombra con este hallazgo peregrino:

“La nueva Constitución debe ser también la Constitución del 15-M”.

 ¡Carajo, esto sí que es nuevo! ¿Qué diablos será la Constitución del 15-M? Ardo en deseos de que la presenten, artículo por artículo, en la inane comisión que Rajoy concedió a Sánchez para que adecentara ante los suyos el apoyo al 155 tras haber abominado de él.

Al menos, el primer acto en la comisión ha servido para que tres casi octogenarios den un baño de solvencia intelectual y sabiduría política a la desarrapada tropa de pigmeos que forman nuestra actual clase parlamentaria.

Po Podemos se queja de que Sánchez le copia las propuestas. Tiene su guasa que hable de plagio un partido cuyo nombre en inglés es ‘Yes, we can’ De Pablo Iglesias no puedo citar declaraciones recientes porque ha enmudecido. Tras las elecciones de Cataluña, se esperaría de su vigoroso liderazgo que iluminara a sus cinco millones de votantes con una interpretación sobre el conflicto más grave que ha conocido la democracia española; pero se ve que no tiene mucho que decir al respecto o que lo que podría decir tras el patinazo no puede expresarse en voz alta.

En realidad, el PSOE de Sánchez y el Podemos de Iglesias están afectados del mismo mal. Se llama desorientación histórica. Sus síntomas son inequívocos:

Viven obsesionados por petrificar su poder orgánico antes que por conectar con la sociedad. Sánchez ha dedicado el año 2017 a establecer en el PSOE la paz de los cementerios para blindar la cuarta planta de Ferraz 70. Iglesias, tras errar clamorosamente en el diseño estratégico de Vistalegre, decapitar a todos los demás socios fundadores y sucursalizarse respecto a Colau, ha sembrado España de secretarios de Organización domesticados y de tribunales disciplinarios. Debe ser duro admitir que Errejón y Bescansa tenían razón cuando advertían de que la rabia social no puede ser el único combustible de un proyecto político, porque llega un día en que la furia amaina y el vehículo se gripa.

Debe ser duro admitir que Errejón y Bescansa tenían razón al advertir de que la rabia no puede ser el único combustible de un proyecto político

Han sustituido las ideas por las consignas, las soluciones por las recetas y el discurso comprensible por la jerga de la tribu. Nadie encontrará en ellos una inspiración, la señal de un camino a recorrer, ni siquiera el rastro de una emoción que parezca auténtica. Por supuesto, tampoco algo parecido a una estrategia para el país.

Desconocen la ambición de construir verdaderas mayorías sociales. Especulan con los datos de las encuestas buscando una carambola de sumas minoritarias que los meta en el poder por la puerta de atrás, pero nada en ellos transmite la convicción —ni siquiera las ganas— de llegar a merecer la confianza de 10 o 12 millones de españoles.

Se sienten extraviados e incómodos ante la cuestión candente de España y su unidad. Se manejan con extraordinaria torpeza en el debate territorial y, prisioneros de complejos y estereotipos, han olvidado la lección histórica de que progresismo y nacionalismo son casi siempre términos inconciliables.

Se vigilan y sabotean mientras los adversarios les vacían la despensa. Sánchez fue a una investidura e Iglesias se la tumbó. Iglesias presentó una moción de censura y se la tumbó Sánchez. Nadie espera ya seriamente que de ahí nazca una alternativa de gobierno fiable y viable, por eso hoy las miradas se dirigen a otro lado. Por eso el líder de la oposición amenaza con freír a impuestos a los bancos y aquí no tiembla nadie, empezando por los bancos.

Nadie espera ya seriamente que de ahí nazca una alternativa de gobierno fiable y viable, por eso hoy las miradas se dirigen a otro lado

La izquierda española padece de anemia ideológica y de presbicia política. Su contacto con la realidad social se hace cada día más problemático. Vive ensimismada, autorreferenciada, paralítica. La izquierda es un tema inagotable de conversación para la izquierda; y cuando eso sucede, se produce la temida desconexión con la sociedad.

El PP sufrió en 2015 un tremendo castigo electoral: perdió cuatro millones de votos y más de 60 escaños. Pero no existió entonces, ni existe ahora, una alternativa en la izquierda capaz de recoger esa cosecha. El PP de Rajoy no cesa de descender en las encuestas. Lo paradójico es que no sale premiada su oposición sino su socio, el partido que lo sostiene.

¿No les parece extraño? ¿No será que, como apunta Pablo Pombo, la mayor parte de la espectacular crecida de Ciudadanos esté siendo el producto de un puro voto de descarte? Ante tres vinos detestables, comamos con agua que, al menos, no hace daño. Así empezó Macron.