ALBERTO AYALA-El Correo

El presidente Pedro Sánchez se va a jugar su futuro político en dos frentes. El primero, la reforma del sistema de pensiones; o por ser más preciso, el recorte de las futuras pensiones que nos exige Bruselas. El segundo, Cataluña, con todas sus derivadas.

Decía esta semana el jefe del Ejecutivo en su última comparecencia ante la Prensa del infausto 2020 que «el Gobierno de coalición tiene por delante una legislatura larga y fructífera». Es posible que así sea… y lo contrario.

Hemos entrado en el año de las vacunas que debe suponer que dejamos poco a poco atrás la pandemia. El gabinete PSOE-Unidas Podemos se ha acabado de apuntar dos éxitos políticos relevantes: la aprobación de los Presupuestos para 2021 y la ley que regula la eutanasia. En ambos casos, con una amplia mayoría superior incluso a la de la investidura. Pero los nubarrones siguen ahí.

Las pensiones, afirmaba Sánchez el martes, constituyen «la clave de bóveda» de nuestro Estado de bienestar. Entonces, ¿por qué arriesgarse a reformar el modelo para introducir importantes recortes, como el que supondría computar 35 años de vida laboral en vez de 25 para calcular el importe de la prestación? ¿Por qué no hacer como Emmanuel Macron, que ha ordenado aparcar ‘sine die’ el asunto, sin duda porque en 2022 habrá elecciones presidenciales en Francia, aspira a seguir en el Elíseo y con recortes en las pensiones ve casi imposible lograrlo?

La coalición de izquierdas no se va a romper por la negativa del PSOE a subir nueve euros, sí, sólo nueve euros mensuales, el salario mínimo, por más que Podemos y los sindicatos pongan unos días el grito en el cielo. Pero las pensiones son palabras mayores. Si aun así el presidente ha ordenado al ministro Escrivá que ponga el asunto sobre la mesa es porque Europa nos aprieta las tuercas.

Pablo Iglesias sabe que como en el Gobierno no se está en ningún sitio. Ve cómo se va hundiendo el proyecto podemita comunidad tras comunidad, elección tras elección. Para que se plantee volar la coalición a causa de un eventual recorte de las pensiones tendría que tener mínimamente claro que ello nos abocaría a unas elecciones anticipadas, lo que no está en su mano. Y podría meter la cuchara en el electorado de un PSOE que sí se la está metiendo en este momento en el suyo.

La otra bomba de relojería se llama Cataluña. Sánchez necesita que ERC le siga apoyando en Madrid y que rebaje el suflé soberanista. Pero para ello los republicanos deben ganar a Puigdemont en las autonómicas del 14 de febrero, si la pandemia no lo impide. Y luego poder formar gobierno con los ‘comunes’ y con el PSC, o al menos con el apoyo externo del socialismo catalán.

El líder del PSOE no está escatimando riesgos. Desde cambiar la regulación legal del delito de sedición para rebajar la pena a los políticos presos por el fallido ‘procés’. A poner de relieve su disposición a indultarles, pese a su evidente falta de arrepentimiento y con argumentos tan chirriantes como que en Cataluña «todos hemos hecho cosas mal». Y como traca final, situar al ministro de Sanidad, Salvador Illa, como candidato del PSC a la Generalitat.

Las primeras medidas constituyen munición electoral para que ERC venda que su política sirve a diferencia de la del huido Puigdemont. La apuesta por Illa busca que el socialismo catalán capte una buena tajada del voto españolista que hace cuatro años respaldó a Ciudadanos y que ahora parecía que iba a quedarse en su casa. Objetivo: que el PSC quede segundo y logre escaños suficientes para armar el tripartito de progreso. Si no lo consigue, la operación Illa habrá fracasado.

Sánchez vuelve a jugar con fuego. En el PSOE le salió bien. Ahora, veremos.