Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Las concesiones hechas al independentismo resucitan su estilo más virulento

Son las palabras con las que el PSOE trató de justificar la moción de censura que llevó a la formación heredera de ETA a la Alcaldía de Pamplona y que se dan de tortas con las de estos días: «Bildu es un partido progresista y democrático», «Feijóo intenta retrotraernos a los años del terrorismo». La primera frase es de Óscar Puente y la segunda de Pilar Alegría. Pero lo que se quiso presentar como un paso hacia la paz democrática quedaba desmentido por el grito con el que fue aclamado Joseba Asiron en el balcón municipal de la capital navarra; por ese «jo ta ke irabazi arte» que es el que realmente nos retrotraía a los tiempos de la ETA activa y que puede traducirse por «dale duro hasta vencer».

Con las concesiones al independentismo vasco, a Sánchez le ha pasado como con las que ha hecho al catalán. Las ha querido vender como un paso hacia una pacificación que ya se estaba produciendo en ambos casos por sí sola gracias al agotamiento histórico de sus causas así como al desánimo y al envejecimiento de sus agentes. Pero dichas prebendas solo han servido para resucitar con el estilo más incivil y virulento a uno y otro nacionalismo. Ante esos gestos de una generosidad a todas luces interesada, las huestes juveniles de Otegi y las más talluditas de Puigdemont han dejado a Sánchez en evidencia a los cinco minutos redoblando su desafío al Estado democrático de Derecho, sacando pechito y agitando la quijada cainita como el simio de Kubrick en el inolvidable preámbulo de ‘2001: Una odisea del espacio’ bajo las notas del ‘Así habló Zarathustra’ de Richard Strauss.

En los pronósticos que se han hecho estos días para las elecciones vascas de pasado mañana y las catalanas del 12-M, Sánchez no va a poder recibir el balón de oxígeno que necesitaría para avalar la prolongación de esta accidentada y rocambolesca legislatura. Peor aún, su única manera de no perder sería la de no ganar en ninguno de los dos comicios los suficientes votos que le obliguen a elegir entre el PNV y Bildu para compañeros de cama en el primer caso, ni entre Esquerra Republicana y Junts en el segundo. Se ha dicho que la estabilidad de Sánchez en La Moncloa depende de un pacto de gobierno con Pradales en el País Vasco y de que Puigdemont llegue a presidir la Generalitat. Pero un Bildu fuerte en las afueras del poder y del que Sánchez necesite en Madrid es una garantía de futuras fricciones. Como lo es un Puigdemont que, crecido como está antes de llegar a ‘Honorable’, será una fuente segura y permanente de órdagos y de conflicto.

Quizá lo mejor para Sánchez sería que se aplicara a sí mismo la ‘pax’ que predica y que siga en La Moncloa fingiendo que no está en La Moncloa. O sea, haciendo, además de funambulista, de hombre invisible.