Ignacio Varela-El Confidencial

Hemos traspasado ese instante, tan español, en que el objeto inicial de la discusión deviene irrelevante y los argumentos también, porque el debate se hace 100% posicional: conmigo o contra mí

Un viejo amigo suele decir que, cuando discute con su pareja sobre el color de las cortinas, le tranquilizaría pensar que solo se habla de las cortinas. Casi nunca es así, concluye con melancolía freudiana.

Sería un consuelo pensar que hoy asistiremos en el Congreso a un debate honesto y racional sobre las ventajas o desventajas de prorrogar el estado de alarma, o sobre cómo abrir una fase de acuerdos sucesivos y responsabilidades más compartidas en la gestión de la crisis. Ello resultaría saludable, aunque se planteara desde la discrepancia.

Por desgracia, no es así. Hemos traspasado ese instante, tan español, en que el objeto inicial de la discusión deviene irrelevante y los argumentos también, porque el debate se hace 100% posicional: conmigo o contra mí, sumisión o confrontación, victoria o derrota. Ya no se busca la salida del laberinto sino cómo aprovechar sus recovecos para romper las piernas al adversario. Puro veneno.

El 14 de marzo, la portada de ‘El País’ anunciaba: “El Gobierno declara el estado de alarma durante 15 días”. Dos días después, la noticia de portada era esta: “Los presidentes autonómicos cierran filas con el Gobierno”. Al día siguiente: “La oposición cierra filas con Sánchez para superar la crisis”. Luego vino un inequívoco mensaje de respaldo del Rey y una primera votación en el Congreso para prorrogar el estado de alarma: 321 votos a favor, un insólito frente de apoyo que abarcó desde Vox a Podemos.

Salvo en el golpe del 23-F, ningún Gobierno en la historia moderna de España ha dispuesto de tanto respaldo para afrontar una crisis. No lo tuvo Suárez en la Transición, ni González en los momentos más duros de la lucha contra ETA, ni Aznar cuando involucró a España en una guerra, ni Zapatero ante el abismo económico, ni Rajoy frente a la insurrección institucional en Cataluña. En este caso, además, media España tuvo que vencer la aversión profunda a un Gobierno de origen y vocación frentista, nacido de una heterogénea coalición negativa plagada de elementos anticonstitucionales. El miedo hace milagros.

El gran fracaso de Pedro Sánchez es que, 50 días y 25.000 muertos más tarde, no ha dado un solo paso efectivo para transformar el apoyo basado en el pánico en uno sustentado en la confianza. Al contrario, sigue jugando a fondo la baza del terror y la intimidación como único instrumento de convicción.

El gran fracaso de Sánchez es que no ha dado un paso efectivo para transformar el apoyo basado en el pánico en uno sustentado en la confianza

En el recorrido, los 321 votos de entonces se han reducido a la mitad. La mayoría parlamentaria de la investidura está quebrada por el lado de los nacionalistas, y ello no se ha compensado construyendo una relación de colaboración razonable con la oposición. Se está incubando un motín de las comunidades autónomas y de muchos alcaldes —incluidos los del oficialismo, que a duras penas contienen su malestar—. Y ya veremos hasta cuándo dura la lealtad de Podemos.

El ‘modus operandi’ de Sánchez en esta crisis es indescifrable desde cualquier criterio de racionalidad política. Otro en su lugar se habría esforzado por ampliar el ámbito de sus apoyos, aunque solo fuera por protegerse frente al temporal. Él, por el contrario, se ha afanado —con éxito digno de mejor causa— en enajenarse los que tenía y profundizar todas la brechas preexistentes. Sus llamadas al consenso han sido descaradas maniobras de tahúr, acompañadas por un séquito de desprecios a las fuerzas cuyo acuerdo decía buscar. Ello no solo provoca un daño inmenso al país; también compromete seriamente el futuro de su Gobierno y el de su partido.

Hay razones sólidas para sostener que el estado de alarma debe mantenerse, al menos mientras la evolución de la epidemia sea tan incierta y la mejoría tan frágil. Pero el presidente se ha empeñado, durante los últimos días, en perder la razón que pudiera asistirle y pavimentar el camino de la ruptura.

No se facilita el voto favorable amenazando a millones de ciudadanos con retirarles todas las medidas de protección social si el Congreso no se somete a la voluntad del Ejecutivo, o presentando la reválida quincenal como un generoso acto discrecional y no como lo que es, un imperativo legal indeclinable. Supeditar las políticas sociales a la votación de este miércoles no solo es inmoral. Además, contiene una trampa para quien formula el chantaje. De seguirse el argumento, ello delataría que el Gobierno tiene previsto suprimir todas las ayudas sociales el 30 de junio, que es el límite temporal que él mismo ha fijado para poner fin al confinamiento de la población (único aspecto para el que es imprescindible el estado de alarma).

Supeditar las políticas sociales a la votación de este miércoles no solo es inmoral. Además, contiene una trampa para quien formula el chantaje

Tampoco ayuda que salgan los centuriones del oficialismo imputando preventivamente al primer partido de la oposición la responsabilidad de los contagios y las muertes que se produzcan de aquí en adelante. Si se aceptara esa lógica infernal, ¿a quién se debería culpar de los más de 200.000 contagios conocidos y 25.000 muertos certificados a causa del coronavirus? La asimetría moral es uno de los rasgos más odiosos de la política española, y la izquierda la cultiva de forma sistemática. Ábalos y Echenique se han quedado a un milímetro de llamar asesina a la derecha que en tres ocasiones ha otorgado poderes especiales a un Gobierno del que no tiene ningún motivo para fiarse. Un paso más en esa dirección durante el debate de hoy, y todos los puentes del entendimiento habrán volado para el resto de la legislatura.

Parece haber un ‘estilo Sánchez’, una pauta de comportamiento que se reproduce una y otra vez, en la oposición y en el poder, dentro de su partido y fuera de él. Se resume en conducir todas la contiendas a una dicotomía extrema: sometimiento o confrontación. El espacio intermedio entre una cosa y la otra es tierra quemada para el ideario sanchista.

Observando su comportamiento reciente, es difícil eludir la sospecha de que su escenario favorito es la adhesión inquebrantable; y a falta de esta, el segundo sería provocar al PP para que rompa la baraja cuanto antes y echarle el país encima.

El resultado práctico es que si el Gobierno consigue salvar agónicamente la votación de hoy, probablemente esta prórroga será la última que se le otorgue. No veo al PP absteniéndose o a Ciudadanos votando sí a esta prórroga sin acompañarlo de un ultimátum: o el presidente del Gobierno cambia radicalmente su modo de actuar o dentro de 15 días se encontrará con un no y España con otro infierno que añadir a los que ya padecemos.

Lo dicho: se empieza perdiendo la razón y se concluye con la razón perdida. O quizá sea al revés, quién sabe.