El ambiente en Moncloa no es de fin de curso, sino de fin de carrera. De final de la escapada. Después de lo de los prostíbulos al menos tres, y muy notables, están deseando irse de vacaciones para siempre.
Me cuenta uno/a de mis gargantas profundas que, tras el tremendo debate del miércoles, el optimismo impostado era tal que alguien del núcleo duro propuso a Sánchez aferrarse a lo que hace quince años bauticé como «el segundo chiste del caballo».
Me falta una segunda fuente, pero si «non è vero, é ben trovato». En ese núcleo duro hay varios que echaron los dientes junto a Rubalcaba. Y fue precisamente Rubalcaba quien me contó el chiste, almorzando un día en el comedor del altillo donde vivía en el Ministerio del Interior.
Yo lo catalogué como segundo chiste del caballo para distinguirlo del genuino chiste del caballo, que era el que se burlaba de la propensión de la derecha a criticar a su líder –Aznar, Rajoy, ahora Feijoó– mientras estaba en la oposición.
«Sí, tú sigue hablando mal de tu caballo y a ver como lo vendes…», le decía el observador lúcido al correveidile madrileño de turno.
El segundo chiste del caballo estaba inspirado en una leyenda oriental y servía a Rubalcaba para ridiculizar la forma en que Rajoy aguardaba a que los hados le fueran propicios.
Lo recuerdo como si lo tuviera delante, con esa mirada maliciosa y esa media sonrisa que se abría camino a través de la desgastada dentadura que mediaba entre la barba y el cráneo reluciente:
«Resulta que en la celda de los condenados a muerte se monta una gran algarabía porque uno de ellos ha logrado que el Emperador le escuche la víspera de su prevista decapitación. Casi sin aliento comparte la buena nueva:
El segundo chiste del caballo estaba inspirado en una leyenda oriental y servía a Rubalcaba para ridiculizar la forma en que Rajoy aguardaba a que los hados le fueran propicios
-El Emperador me ha otorgado la gracia de aplazar la ejecución durante un año.
-¿Y cómo lo has conseguido?, le preguntan admirados los demás reos.
-Muy sencillo, le he dicho al Emperador que, si me daba, ese plazo, enseñaría a hablar a su caballo.
-¡Pero tú estás loco! Sabes que eso es imposible. Cuando el Emperador se de cuenta de que le has tomado el pelo, montará en cólera. Tendrás una muerte terrible. Serás torturado. Te desollarán vivo, te cocerán a fuego lento, te enterrarán en la arena untado con miel para que los insectos devoren tu cerebro…
El fulano escucha imperturbable las recriminaciones de sus compañeros y al cabo de un rato les explica el sentido de su apuesta:
-Sí, todo eso es verdad. Pero, mira, en un año se puede morir el Emperador y entonces su hijo decretará un indulto general… En un año puede haber un terremoto que derribe las paredes de esta cárcel y todos nos escaparemos fácilmente… Oye, y en el peor de los casos, quién te dice a ti que, de aquí a un año, al jodido caballo no le dé por decir unas palabras”.
Hasta aquí habló Zaratustra, perdón Rubalcaba. Se burlaba del inmovilismo de Rajoy, sin darse cuenta de que, poco después -atrapado en la condición de candidato a la Moncloa necesitado de un milagro- el chiste podría aplicársele a él, con el resultado de todos conocido.
Y por supuesto, sin imaginar, que en la posteridad esa fantasía se convertiría en el último asidero de un presidente socialista sentenciado por todo tipo de desmanes.
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Los paralelismos entre el cuentecito y lo que ocurrió el miércoles son patentes. Sánchez acudió ante los socios que ejercen el imperio sobre su destino y les pidió que le mantuvieran con vida, no un año sino dos.
A cambio les prometió que el caballo de su proyecto político hablaría la lengua de la honestidad y la decencia, a la vez que galoparía por las lomas de la política social, la cesión de los impuestos a Cataluña y unas cuantas cosas más para el País Vasco.
Como el condenado del chiste, Sánchez consiguió que se suspendiera su ejecución, al salir del pleno sin tan siquiera verse obligado a presentar la temida moción de confianza.
Pero la euforia inicial que transmitió su equipo se fue apagando en las siguientes jornadas, una vez que les tocó digerir que, a diferencia del Emperador, los socios de Sánchez no habían accedido a darle plazo alguno.
Ni dos años, ni tan siquiera uno. Ni hasta 2027, ni siquiera hasta 2026.
La cruda realidad es que, después de su apelación, Sánchez sigue en el corredor de la muerte. O para ser más exactos, en esa «UCI» a la que le abocó el PNV, sin la garantía de un entubado estable.
Este factor de incertidumbre es decisivamente negativo para Sánchez porque el condenado a muerte sabía que, aunque no falleciera el Emperador ni se derrumbara la cárcel, dispondría de doce meses para enseñar a hablar al caballo.
Como el condenado del chiste, Sánchez consiguió que se suspendiera su ejecución, al salir del pleno sin tan siquiera verse obligado a presentar la temida moción de confianza.
Teniendo en cuenta lo que dicen los sondeos, la evolución procesal de los casos de corrupción o la propia marcha de la economía, todas las esperanzas de supervivencia de Sánchez están puestas en que acontezca algo inesperado equivalente a esa muerte o ese terremoto.
Es decir, en que al PP le salga al paso un cisne negro. Por ejemplo, un caso de corrupción, aun más flagrante que los de Abalos y Cerdán, en el círculo de Feijóo. O una arremetida prolongada de Trump durante la que la oposición pudiera ser identificada como colaboracionista de un detestable enemigo de España.
Porque a falta de un milagro de esa índole, a Sánchez sólo le quedaría la baza de haber enseñado a hablar al caballo. O sea, la del blanqueo de la imagen del PSOE para que compareciera inmaculado ante las urnas.
Para ello necesitaría que las investigaciones en marcha corroboraran su diagnóstico de que la corrupción ha sido cosa de tres. Es decir que la presidenta de Adif y el director de Carreteras resultaran exonerados, que las causas contra Begoña Gómez, David Sánchez y el fiscal general quedaran en nada, que no fuera imputado ningún otro ministro o alto cargo y que se desvaneciera cualquier sospecha de financiación ilegal del PSOE.
Y que, entre tanto, se implementaran eficazmente, las nuevas medidas anticorrupción.
Coincidirá el lector en que la tarea de enseñar a hablar al caballo parecía mucho menos ardua.
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Es verdad que frente a la desventaja de la incertidumbre en la que le han dejado los socios, Sánchez tiene una baza de la que carecía el condenado a muerte del chiste. La de forzar un nuevo juicio en el momento que más le convenga, antes de que se cumplan los dos años que quedan de legislatura.
Es normal que él niegue que vaya a recurrir a esa baza. Incluso que niegue se le haya pasado nunca por la cabeza.
Antes reconocerá -ya lo ha hecho dos veces- que ha considerado la posibilidad de dimitir. Sabe que el día que admita la mera hipótesis de disolver anticipadamente las Cortes perderá su aura de resiliencia y se convertirá en un pato cojo.
Hay cosas que nunca se anuncian. Simplemente se hacen. Como el 15 de febrero de 2019 o el 29 de mayo de 2023. No será ahora cuando Sánchez complete por primera vez una legislatura.
Estoy seguro de que, desde que compró su permanencia en la Moncloa con el infame peaje de la amnistía, ni una sola mañana habrá dejado de levantarse con el juicio de conveniencia en la cabeza.
Ya que no soy capaz de aprobar unos presupuestos, ya que tengo bloqueadas las principales leyes que me importan, ya que me ha dejado tirado Podemos, ya que vivo pendiente del hilo de dos partidos de derechas como el PNV y Junts, ¿cuál es mi ventana de oportunidad en el calendario para lograr una base de poder estable?
Es lógico que a Sánchez le reconcoma este dilema con ansiedad exponencial.
Es normal que él niegue que vaya a recurrir a esa baza. Incluso que niegue se le haya pasado nunca por la cabeza.
Porque a medida que va transcurriendo el tiempo, a punto de franquear el ecuador de la legislatura, el riesgo de perder el dominio del calendario se acrecienta.
Sobre todo, cuando deambula bajo la espada de Damocles de que sean otros los que escriban el guión y le hagan caer como a Rajoy. Más de una noche se le ha aparecido el fantasma de las navidades pasadas: «Quien a hierro mata a hierro muere».
El deterioro físico y mental del presidente va en paralelo con la mengua de sus expectativas fruto de las oportunidades perdidas. ¿Habría podido Sánchez obtener más escaños si hubiera disuelto el parlamento cuando los separatistas se negaron a aprobarle los presupuestos del 24? ¿O cuando repitieron la jugada con los del 25? ¿O, a mitad de camino entre un portazo y otro, explotando el victimismo tras sus cinco días de reflexión?
Nadie sabrá lo que hubiera sucedido en esas coyunturas, pero todos sabemos que sus expectativas de hoy son peores que las de ayer y que, mientras no ocurra nada disruptivo a su favor, serán mejores que las de mañana.
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Todo indica que Sánchez empieza a ser consciente de que está franqueando la frontera que implica pasar de pelear por seguir en la Moncloa a pelear por seguir en Ferraz. La desmesura de su cólera y lo disparatados de sus argumentos en el turno de réplica del miércoles fueron todo un síntoma.
¿Acaso creía que elevando la voz como si fuera Óscar I y recurriendo a sofismas propios de Óscar II iba a convencer a alguien que no gane dinero gracias a él de que durante diez años no se enteró nunca de lo que hacían y decían sus compañeros del Peugeot?
El deterioro físico y mental del presidente va en paralelo con la mengua de sus expectativas fruto de las oportunidades perdidas.
Parece que ya nadie piensa a su alrededor o para ser más exactos que nadie a su alrededor le dice lo que piensa.
Pretender aplastar a Feijóo en sus actuales circunstancias con las víctimas de las residencias de ancianos y la dana, con una memez del calibre de llamar «clausula Quirón» a la protección genérica de los contribuyentes, y culminar con la recurrencia a su relación de hace 30 años con el narco Marcial Dorado era ir al degolladero.
Feijóo, al que tantas veces ha minusvalorado, estaba esperándole con las tijeras preparadas. Sánchez fue a por lana y salió trasquilado.
A quienes nos gustaría que los debates parlamentarios se parecieran más a una elegante naumaquia que a la sangrienta batalla de Jutlandia, la cruda referencia de Feijóo a los «prostíbulos» de los que Sánchez habría sido «beneficiario a título lucrativo» no pudo por menos que producirnos un repelús inicial.
Y no sólo por el tipo de dinamita, que también. Era ver caer con estrépito el último puente entre las dos orillas.
Pero existe el principio de igualdad de armas y hay que reconocer que, si Sánchez y los suyos no dejan de insistir en que Ayuso vive en un apartamento fruto del delito fiscal y Feijóo tiene el despacho en un edificio reformado con dinero B, no pueden quejarse de que se les replique con la actividad que sirvió para pagar el piso que el líder del PSOE habitaba antes de mudarse a la Moncloa.
Feijóo, al que tantas veces ha minusvalorado, estaba esperándole con las tijeras preparadas. Sánchez fue a por lana y salió trasquilado.
Y si el presidente volvía a meterle el dedo en el ojo al líder de la oposición alegando que tenía que saber a qué se dedicaba Marcial Dorado, parece como mínimo proporcional que Feijóo le contestara que más motivos había para que él supiera a qué se dedicaba su suegro.
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Feijóo reventó el debate y Sánchez se refugió en el victimismo. De ahí no ha sido capaz de salir desde el miércoles.
Tal vez porque debe ser consciente de que tanto la medida de expulsar del PSOE a quien consuma prostitución como la propuesta de prohibirla por ley se tambalean al llegar precedidas de su perpetuo conformismo con lo que ocurría en su entorno familiar.
¿O acaso Sánchez ha dejado testimonio en alguno de sus libros, en alguna de sus entrevistas con medios adictos, de que la actividad de su suegro le produjera a él o a su esposa algún conflicto íntimo, alguna incomodidad al menos cuando se beneficiaban de ella?
La pregunta de Cruz Sánchez de Lara a una contertulia en Espejo Público resonó como un aldabonazo en cualquier conciencia: “¿Tú habrías aceptado esa donación, sabiendo de dónde venía?”.
Desgraciadamente para Sánchez sus más de dos décadas de aprovechado silencio cuadran mejor con el horrendo machismo desvelado en su entorno político que con el discurso feminista del que tanto alardea.
Por eso los sondeos detectan ya un devastador efecto bumerán entre el voto femenino.
Y es que al final la estrategia de la resistencia a toda costa del segundo chiste del caballo tiene un riesgo adicional con el que el condenado a muerte parece no contar. El riesgo de que, harto de que intenten forzar su naturaleza tratando de obligarlo a hablar, el caballo liquide de una coz al impostor.
Eso es lo que lleva camino de ocurrirle a Sánchez con la prostitución. Que la gente ate cabos y se de cuenta de que esto no va en el fondo ni de las mentiras en la OTAN, ni de la engañifa de la reducción de jornada, ni de la infamia de la amnistía, ni de la estafa de la financiación singular, ni de la vergüenza de las saunas, ni siquiera del oprobio de la corrupción.
Esto va de la insoportable hipocresía del presidente del Gobierno.