PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • Frío, calculador, narcisista y maestro del relato, ha demostrado su instinto de supervivencia y su capacidad para devolver los golpes a sus adversarios

Decía Stefan Zweig que todos tenemos un día que marca nuestra existencia. El de Pedro Sánchez fue el 1 de octubre de 2016 cuando presentó su dimisión como secretario general del PSOE. Fue la única vez en su vida que derramó lágrimas de tristeza en público. No podía saber que nueve meses después volvería ocupar el cargo para el que había sido elegido en unas primarias en las que derrotó a Eduardo Madina Sánchez se juró aquel día que jamás sufriría una humillación como aquella, cuando los barones del partido le forzaron a dimitir. Pero el líder del PSOE no tuvo un camino fácil para recuperar lo perdido. Todos les daban por muerto e incluso él mismo dudada de sus posibilidades. Una semana antes de las primarias en las que venció a Susana Díaz, confesó que tenía pocas esperanzas de volver a ocupar el despacho de Ferraz. «Ella tiene muchos más avales y el apoyo del aparato. La vieja guardia felipista está con Susana». Pero se equivocó. No supo calibrar el fuerte sentimiento de rechazo de las bases contra el oficialismo que representaba la candidata sevillana.

En los siete años transcurridos desde entonces, Sánchez ha dirigido el partido con mano de hierro. En el congreso de 2017, colocó a sus hombres en los puestos clave y neutralizó a los barones que le incordiaban. Dicho con pocas palabras, se hizo con el control total de la organización. Hoy es un líder tan temido como aplaudido por un aparato que ha modelado a su gusto. Nunca ningún secretario general ha acumulado tanto poder como él. Incluyendo a Felipe González que tuvo que soportar las molestas críticas del ala guerrista.

Pero Sánchez no sólo ha purgado a quienes barruntaba que podían ejercer una oposición interna, sino que además ha ido prescindiendo de fieles colaboradores que dieron la cara por él en los momentos más difíciles como Ábalos, Adriana Lastra, Carmen Calvo o Juan Carlos Campo. Al exministro de Justicia le comunicó el cese cuando estaba de viaje, pocas horas antes de anunciar la remodelación del Gabinete. Unos meses antes, había asumido la papeleta de unos indultos a los dirigentes independentistas sobre los que tenía muchas dudas. Las personas le son útiles en la medida que sirven a sus intereses. Cuando no las necesita, no tiene reparos en prescindir de sus servicios.

Desconfianza

Seductor y a la vez implacable, nadie mejor que Sánchez oculta sus sentimientos bajo una máscara de inmutabilidad. Es imposible determinar si está triste o contento. Casi siempre impasible, es frío y calculador. Una de sus cualidades es su habilidad para medir los tiempos. De una tenacidad casi inhumana, no tiene miedo ni se rinde ante las dificultades. Está dispuesto a jugar fuerte y no admite ningún pulso. No debate, manda. Y, sobre todo, jamás olvida una afrenta.

Cuando Maquiavelo se tuvo que ir al exilio y vivir en el campo tras el regreso de los Medici a Florencia, se ponía cada noche los ropajes de su antigua dignidad. Fue entonces cuando escribió que la política es el arte de administrar los tiempos. El éxito o el fracaso de una decisión depende del momento. Sánchez es maquiavélico en este sentido. No sólo porque cree que el fin justifica los medios sino porque sabe, sobre todo, discernir cuándo tiene que actuar.

Es un líder tan temido como aplaudido por un aparato que ha modelado a su gusto. Ningún secretario general ha acumulado tanto poder

Se ha ganado la fama de ser un político sin palabra ni respeto a sus compromisos por las muchas piruetas que ha consumado. Dijo que no gobernaría con Podemos y lo hizo, aseguró que jamás pactaría con Bildu y lo ha convertido en su aliado, prometió acabar con las puertas giratorias y ha colocado a todos sus amigos, afirmó que no habría indultos y los hubo, aseguró que iba a traer al prófugo de Waterloo a responder ante la Justicia y lo ha amnistiado. Ahora afirma que no habrá consulta de autodeterminación, pero muchos lo dudan. Su persistencia en incumplir sus promesas es tan fuerte como su voluntad de poder.

No confía en nadie y nadie sabe cuáles son sus planes. Su vida privada es un coto celosamente protegido. Listo, precavido e intuitivo, con una memoria de elefante, ninguna deuda le ata. Y es capaz de dar un giro a los acontecimientos cuando todo parece perdido como tras los desastrosos resultados de las elecciones municipales y autonómicas. Esa noche decidió jugárselo el todo por el todo. Pese a sus frecuentes comparecencias, siempre en los medios afines, es un absoluto misterio.

Contratiempos

Sánchez, hijo de un alto funcionario, ha sabido aprovechar las oportunidades. Eso es lo que hizo en 2014 cuando Rubalcaba dimitió y ganó las primarias. Pero las cosas no fueron como él esperaba. En las elecciones generales de diciembre de 2015, consiguió solamente 90 escaños. En las de junio de 2016, solo pudo lograr 85 asientos, el peor resultado de toda la historia del PSOE desde la Transición. Su caída fue dolorosa y humillante, pero se levantó. Por eso, y por una vez, no pudo ocultar su sensación de euforia el miércoles pasado cuando, al entrar en el Congreso, todos los diputados de la bancada socialista le aplaudían con fervor. Ya sabía que iba a revalidar su mandato.

El único momento malo de la investidura fue cuando Miriam Nogueras le recordó que sólo podría mantenerse en La Moncloa cumpliendo todas y cada una de las exigencias impuestas por Puigdemont. No pudo evitar durante un instante un gesto de consternación. Fue solo un momento porque confía en que será capaz de manejar el heterogéneo conglomerado de interés que ha votado a su favor.

Está enamorado de su propia imagen. El narcisismo suele desembocar en la pérdida de límites y del sentido de la realidad

Isaiah Berlin clasificaba a los hombres en zorros y erizos, tomando un proverbio del poeta griego Arquíloco. Apuntaba que el zorro sabe muchas cosas, mientras que el erizo sabe mucho de una sola cosa. Pedro Sánchez es un erizo. Es un maestro del arte de la supervivencia política y a ello consagra todos sus esfuerzos. Nunca amaga, golpea.

Alguien ha sugerido su parecido con Robespierre por su incesante voluntad de acosar a sus enemigos. La comparación es exagerada, pero es verdad que el dirigente socialista siempre ha intentado exacerbar sus diferencias con el PP sin eludir su demonización, dinamitando todos los puentes y haciendo imposible los pactos. Está convencido de que el cainismo y el sectarismo son el caldo de cultivo de sus victorias electorales. En su discurso de investidura, más de la mitad del tiempo se lo pasó haciendo oposición de la oposición, que es lo que mejor se le da. O él o el caos. O Sánchez o las tinieblas.

Manejar el relato

Y es que el líder socialista es un experto del relato. Nadie como él se mueve en este terreno. No sabemos si ha leído a Lakoff, pero domina muy bien la creación de marcos mentales. Es capaz de marcar la agenda política y ha conseguido sembrar dudas sobre la capacidad de liderazgo de Feijóo, al que volvió a sacar una foto del pasado en el debate. No tiene límites a la hora de machacar a sus rivales. Jamás habíamos visto a un presidente del Gobierno riéndose a carcajadas despectivas de un adversario en la tribuna del Congreso.

Si el presidente combina el látigo y el elogio según le convenga, carece de empacho en el autoelogio hasta llegar a la desmesura. Jamás evita una ocasión de ensalzar su gestión. Habría que hacer un ejercicio de arqueología para encontrar en los anales del parlamentarismo tanta autocomplacencia.

Como le sucedió a Narciso, está enamorado de su propia imagen. El narcisismo suele desembocar en la pérdida de límites y del sentido de la realidad. Favorece un aislamiento que acaba en la convicción de que el mundo es injusto al no rendirse a los méritos de quienes padecen este síndrome. Ningún narcisista está satisfecho porque el halago es una droga que necesita siempre una dosis mayor.

Sánchez usa las palabras como un comodín. Pueden significar una cosa o lo contraria. O, mejor dicho, no significan nada. He aquí algunos del neolenguaje que practica: externalidad, gobernanza, resiliencia, conectividad, sostenibilidad y otras. Pero no sólo puede estar monologando una hora sin decir nada. En su prosopopeya, se atrevió también a compararse con Manuel Azaña y se refirió al «vínculo luminoso» de la II República con el presente.

Discípulo aventajado de la retórica de los sofistas, el líder socialista no tiene ideología. Se adapta las circunstancias. Ya lo dijo Carmen Calvo: una cosa es lo que prometía como candidato y otra lo que hace como presidente. Sánchez no se siente atado a ninguna promesa porque considera que lo que cambian son las circunstancias. Él está obligado a adaptarse a ellas. Es un político que se reinventa cada día, una especie de Ave Fénix que siempre renace de sus cenizas.

Max Weber estableció la distinción entre poder y autoridad. El poder es un ejercicio de quien lo ostenta, mientras que la autoridad proviene de la legitimidad. Pero Weber entendía la legitimidad con la coherencia con las ideas y con la honestidad de llevar a cabo un programa pese a las dificultades. Sánchez preside un Gobierno legítimo porque ha sido elegido por la mayoría parlamentaria, pero no responde a ese criterio de la coherencia. No duda en hacer lo contrario de lo que ha prometido cuando le conviene. Siempre es capaz de fabricar una justificación. Se contradice la realidad, pero no él.

El poder como explosivo

Todos los presidentes, empezando por Suárez, han sufrido criticas implacables y descalificaciones. Pero Sánchez es el único que se ha atrevido a poner su calvario en el eje de una campaña para revalidar su mandato. González se marchó al considerar que su ciclo estaba agotado. Aznar cumplió su compromiso de no gobernar más de dos legislaturas. Zapatero optó por no presentarse a la reelección. Rajoy se fue en silencio tras la moción de censura. El inquilino de La Moncloa no abandonará el poder mientras tenga un hálito de esperanza de revalidarlo.

Escribió Kierkegaard que «el grado de pudor mide el valor espiritual de una persona». Sánchez carece de pudor a la hora de exacerbar la división de los ciudadanos y a la hora de acusar al PP y a Vox de haber trazado un plan para devolver al pasado a los peores tiempos de la dictadura de Franco. Cree firmemente en la dialéctica del amigo/ enemigo, teorizada por Carl Schmidt. Todavía es pronto para saber si una estrategia tan arriesgada le saldrá bien. Él confía en talento y en su intuición para poder sobrevolar las enormes dificultades que se le presentan. Nada está escrito. Ya lo dijo Tierno Galván: el poder es un explosivo que se maneja con cuidado o estalla. Lo que el presidente ha demostrado es que sus enemigos se equivocaron al subestimarle. Siempre ha sido capaz de responder a los golpes y de ponerse en pie. El reto es ahora mayúsculo, pero el futuro está abierto.