- Pretende convertir a Ayuso en la lideresa de una región violenta e inhóspita, henchida de fascismo y a la caza del homosexual
Convocan a la bullanga a Sol, no contra la homofobia, ni contra el recibo de la luz, o los 60.000 comercios quebrados en verano, sino contra Vox, Ayuso y el PP, no necesariamente por este orden. La agresión de Malasaña resultó trucha, falsa, fake, como los datos de Marlaska, las balitas de Iglesias, las denuncias de Podemos contra su abogado, la niñera de doña Irene, el máster del doctor Sánchez, las mascarillas de Illa, los informes de don Simón y así sucesivamente. La airada marabunta del odio, organizada por el PSOE y jaleada desde el Gobierno, es una añagaza recurrente y obscena para camuflar tanto desastre y arrojar a las turbas contra el costado derecho del tablero político. Ilegalizar la formación de Abascal y derrocar a Ayuso, estos son los objetivos
La izquierda berrea para despejar sus dudas y espantar sus miedos. La recua del progreso sufre una mala racha, quizás sin remedio. Moncloa balbucea, los morados destiñen, la secesión se cuartea, los golpistas se pelean y en Ferraz no manda nadie. Salvo él. Un cuadro. Nunca el PP de Pablo Casado lo tuvo mejor. Nunca se encontró ante un panorama tan bonancible y esperanzador. Nunca los hados se le mostraron tan venturosos. Y sin embargo, especialista como es la derecha en complicarse la vida, en incurrir en dislates y consumar errores, ha decidido esta semana dinamitar la placidez y agitar el saco de las disputas. El líder del PP, inopinadamente, hacía un incursión desestabilizadora en Sol y metía el dedo en el ojito derecho del partido, esto es, en Isabel Díaz Ayuso, sin mayor motivo ni razón aparente.
Enredaba, además, al alcalde madrileño, que, astuto como es, ha procurado todo este tiempo en mantenerse al margen de la disputa sobre la presiencia del PP en la región. «Tanto Ayuso como Alemida son dirigentes de mucho peso», dijo Casado, enfrascado en consumar uno de esos inexplicables movimientos de apoteósica torpeza que le caracterizan, animado quizás por algún lugarteniente, según el rúnrún de Génova. Ayuso, prudente y silente desde el retorno estival, «espera y aguanta hasta que se rompa el día y se disipen las sombras», como aconsejaba San Agustín, se sumergió brevemente en la disputa para recordar que en toda partes el presidente de la región lo es también del partido luego…átense los machos. Y vuelta a lo importante, que es la defensa de Madrid: «Se convocan manifestaciones por unos hechos que son mentira. El Gobierno de España toma a los madrileños por imbéciles».
«Vamos a ver», que diría el magistrado Marchena intentando recomponer la calma y ordenar los argumentos. Recuperar Madrid es obsesión enfermiza de Sánchez desde que llegó a la Moncloa. No puede soportar que exista una parte fundamental de España en la que no mande abrumadoramente su persona. La izquierda no ha recuperado allí el bastón de mando desde que lo perdió Leguina, allá por el medievo. Ocurra lo que ocurra, ya sea el perrito Excalibur del Ébola, unos desahucios crueles, un mantero lesionado, unas vicetiples coléricas, unos sanitarios incendiados, unos sindicalistas encebollados, una performance estudiantil… todos los berridos de las diferentes ligas identitarias confluyen en Sol. Y no precisamente por el reloj de las uvas.
Pretenden convertir Madrid en territorio hostil, zona peligrosa en la que pululan decenas de bandas de extrema derecha que salen cada noche a la caza de homosexuales
Ahora, con el esperpento de Malasaña, las cacatúas del régimen y los recitadores de las consignas del movimiento han pretendido revisar en Madrid un remake de Cruising, (A la caza), la peli en la que el policía Al Pacino se hacía pasar por gay para perseguir a un homicida fetichista y homófomo por los garitos más infectos y tenebrosos de Nueva York. Pretenden convertir Madrid en territorio hostil, zona peligrosa en la que pululan decenas de bandas de extrema derecha que salen cada noche a la caza de homosexuales. «Manadas de fascistas, a la caza» es la frase de la semana, repetida en titulares de prensa, en deposiciones de tertulianos, en declamaciones estridents de líderes políticos. Madrid no es libertad, Madrid es el franquismo, se desgañitaba ese por la tele.
Hay que derribar al PP, rescatrar a Madrid de la hidra franquista, hay que echarlos de ahí, no pasarán y todo eso. Así de chusca resulta la insistente palinodia. Lo intentan por todos los medios, recurren a todos los trucos, bien sea con la asfixia en la pandemia, los presupuestos, los impuestos, las inversiones, las infraestructuras…Sánchez resultó malherido el 4-M y pretende venganza. Lo razonable es que la oposición no colabore en este empeño. Nueve meses faltan para que el PP de la comunidad elija a su presidente. Un embarazo agónico, un plazo demasiado dilatado que, sin duda, aliementará la polémica, el debate, los codazos y demás gestos afectuosos intramuros del partido. Almeida desconocía -cuentan voces serias- que Casado lo iba a mencionar como posible aspirante al cargo. «Mira alcalde, no te metas», le han aconsejado algunos próximos. Por no desairar al jefe, cuestión delicada, optó por un ‘no descarto nada’ que sonaba a eso mismo, a que no se aparta. Bueno, es una frase soltada al paso más que la firme manifestación de un deseo.
Tiene un problema Sánchez para hacerse con la plaza. Maltratados y secuestrados durante los largos meses del contagio, los madrileños, salvo dos o tres intelectuales caviar, lo repudian, sienten hacia él un rechazo radical, un desprecio feroz. «Cállese y váyase al infierno», le chillan, tal que Hillaire Belloc a aquel agobiante capellán, cada vez que intenta pisar la calle. Cada dentellada socialista contra Madrid fortalece a Ayuso. Lo sabe Casado. Sánchez parece ignorarlo.