Pablo Pombo-El Confidencial
- Sánchez, que ya le regaló a Almeida la primera campaña al elegir a Pepu Hernández candidato, parece decidido a repetir su error, pero aumentándolo. Espíritu de superación
Almeida llevaba mucho tiempo sin recibir buenas noticias, pero lleva unas noches durmiendo más tranquilo. Las cosas empezaron bien para el popular al frente del ayuntamiento. Hubo incluso un tiempo en el que pareció una especie de Tierno Galván de derechas. Un superalcalde que estaba en todos sitios. Un tipo simpático, ágil y capaz de reírse de sí mismo.
Todo marchaba bien hasta que le tendieron una trampa y cayó como un pichón. En realidad, cayó con la ingenuidad propia de un amigo.
Pablo Casado, obsesionado como siempre estuvo por mantener el trono, cegado por la voluntad de evitar que nadie pudiese hacerle sombra después de una eventual derrota tras las lecciones generales, le ofreció la portavocía del partido y él cayó.
Cayó porque ese puesto es de combate y amarga la imagen pública de cualquiera. Cayó y se desencajó, desmontó la construcción de un liderazgo que avanzaba bien, pero que todavía no había cuajado. Fue así como su amigo le puso alas de plomo.
Le taponó la capacidad de seducción y le agrió. Cada vez que salió a defender la labor de Casado, se hizo daño a sí mismo. Quebró su registro y rompió su rol. Se equivocó al poner a los dirigentes de su partido por delante de los vecinos. Fue su primer error y todavía debe estar lamentándolo.
La segunda equivocación fue peor y la cometió en el mismo sitio, de nuevo en la calle Génova. Su papel en el fratricida navajeo entre Casado y Ayuso no terminó dejándole precisamente en el mejor lugar. Tanto el partido como el electorado se quedaron con la impresión de que no jugó limpio del todo.
Aquellos días le han dejado a Almeida una factura en el interior de su formación política que tarde o temprano pagará y otra factura social que, esta sí, podrá saldar en las próximas urnas de mayo siempre que no defraude las expectativas.
Para lograrlo, ya no podrá desplegar una campaña personalista. Esa oportunidad la tuvo y la perdió. Los atributos de su imagen, ahora rebajados, ya no le bastan para alcanzar el resultado deseado.
Tampoco podrá desarrollar una campaña de gestión. Los problemas de Madrid siguen siendo los mismos y la alcaldía no tiene nada sustantivamente distinto que mostrar a los madrileños. No hay emblema.
Sí puede, sin embargo, aplicar una campaña de marca, de logo en grande. Y lo hará, porque no tiene otra opción, aunque sus competidores en el centro y en la derecha estén en la ciudad de Madrid más fuertes que en otros municipios. Lo hará porque las siglas del Partido Popular tienen en la región una tracción de voto contra la que los demás no pueden sencillamente ni empatar.
Supongo que, hasta la semana pasada, andaba el equipo del alcalde dando vueltas a la mejor manera de generar un tándem electoral con Ayuso, que es la fuerza motora evidente. No era fácil dar con el tono, porque después de lo ocurrido faltaba la complicidad necesaria. Sin embargo, el día llegó. Por primera vez en mucho tiempo, Almeida recibió buenas noticias: el adversario también se equivoca.
Sánchez, que ya le regaló a Almeida la primera campaña al elegir a Pepu Hernández candidato, parece decidido a repetir su error pero aumentándolo. Espíritu de superación.
En la Moncloa saben que el mes de mayo será cruel y están buscando la manera de salvar la cara. Un triunfo en las dos principales ciudades de España, Madrid y Barcelona, no sacará al PSOE de pobre tras la debacle que está prevista, pero permite al menos poner algo en el mostrador del relato político.
Sin embargo, parecen haber olvidado lo que la federación socialista madrileña se empeña una y otra vez en enseñar. Es un territorio históricamente difícil de gestionar. Desde antes de la Guerra Civil, no hay secretario general del PSOE que no haya salido escaldado por su intervencionismo.
Como tantas veces había ocurrido antes, la marcha de Pepu Hernández generó un doble dilema que Sánchez no ha sabido solventar: optar por una candidatura desconocida, pero autóctona, o hacer un ‘casting’ para ver quién es el valiente que hace de paracaidista.
Todo parece indicar que la tradicional opción del paracaidismo es la única que se baraja y que faltan voluntarios. Por lo tanto, se hace más difícil la segunda parte del dilema: elegir alguien de la sociedad civil o un ministro dispuesto a jugársela.
El anuncio estaba previsto para este lunes y ha sido postergado después de haber puesto a todo el Consejo de Ministros en las quinielas. Si termina designándose a alguien de fuera, será fácil para el PP contar a los madrileños que el Partido Socialista no tiene a nadie que ofrecer para la capital de España.
Y si termina siendo un ministro, no será seguramente la única ministra con un perfil suficientemente competitivo: Margarita Robles ha apartado de sí ese cáliz más de mil veces.
Si el elegido acaba siendo Bolaños, será difícil evitar la impresión de que no se le envía para ganar, sino para que no siga en la Moncloa, donde vuelan los puñales y él acumula cuentas pendientes.
Y si es cualquier otro —u otra, cosa que parece probable—, quedará la sensación de que han bajado a la planta de saldos porque los números de conocimiento y valoración son los que son.
Sánchez pudo apostar por sembrar un proyecto que trabajase durante el tiempo suficiente una oferta política sólida y seductora. Nadie le forzó a meterse en este embrollo, que facilita la competición a Almeida cuando podría habérsela disputado.
Durante las próximas semanas, veremos la campaña de lanzamiento de una candidatura improvisada. El PSOE volcará lo mejor que tenga en esa tarea y los barones socialistas contemplarán lo que ocurre con una mirada cargada de escepticismo.
Esos dirigentes territoriales saben lo mismo que sabe Almeida: la Moncloa no comprende que las elecciones de mayo van a ser un plebiscito en torno a Sánchez y si hay un lugar en el que el sanchismo enfurece y moviliza, ese lugar es Madrid.
Va a ser muy difícil que el cartel no huela a sanchismo por los cuatro costados. Y la política de Ayuso se rige por los mismos parámetros que la aldea gala contra Sánchez. La lógica de la presidenta de la región es esa, es el nacionalismo madrileño de resistencia a todo lo que representa el líder socialista.
Ella se cayó de pequeñita en la marmita de la poción mágica de Miguel Ángel Panoramix Rodríguez. Ahora Almeida lo tiene más fácil, el tándem es más sencillo, unas gotitas en la lengua bastarán para convertirle en Astérix. Está a punto de tener lo que no tenía: un relato, una campaña, una razón para llamar a levantarse para votar contra el César. Están locos estos romanos.