Luis Casal-Vozpópuli
- Con la consultora Acento marcando distancias, el núcleo duro de Moncloa navega entre las advertencias de Bruselas y el ruido político por sus vínculos
El joven Pedro Sánchez no siempre tuvo despacho en Moncloa. Hubo un tiempo en que recorría pasillos con la fe de quien cree que la política es un ascensor y no un laberinto. Corría 1997, en un despacho anodino de Bruselas, donde compartía cafés, proyectos y ambiciones con otros recién llegados, Óscar López y Antonio Hernando. Eran jóvenes, estaban convencidos de que el socialismo volvería a gobernar y aún no sabían que aquel pacto de camaradería acabaría, casi tres décadas después, situándolos en el núcleo que gestiona algunas de las decisiones más delicadas del país. Entre ellas, el rompecabezas político y diplomático que hoy se llama Huawei.
Entonces, su mayor reto era colar enmiendas en un informe europeo o conseguir un billete barato de tren a Estrasburgo. Ahora sus despachos están alfombrados, sus agendas bloqueadas por cumbres internacionales y sus decisiones sometidas al escrutinio de Bruselas, Washington y Pekín. El tiempo ha convertido aquella sociedad improvisada en una estructura de poder: un presidente, un ministro y un secretario de Estado.
De ahí que la escena de unos aprendices del aparato socialista no regrese hoy como una simple crónica de la juventud socialista, sino como la fotografía ampliada de tres hombres que figuran en el centro de un escándalo con ramificaciones internacionales: la relación del Estado español con la multinacional china a la que Bruselas considera un riesgo estratégico y a la que, sin embargo, ha seguido adjudicando contratos para custodiar información sensible y gestionar infraestructuras críticas.
El nombre de los tres aparece en un contexto en el que Moncloa guarda más silencio que explicación. El PP ha registrado 13 preguntas en el Senado sobre si Huawei, obligada por ley a cooperar con la inteligencia china, ha impuesto condiciones a España en materia de tecnología. Las revelaciones de contratos millonarios —el más sonado, los 12 millones del Ministerio del Interior para almacenar escuchas policiales— han devuelto al primer plano un viejo debate que Europa resolvió vetando y que España ha decidido ignorar.
Tú a Ferraz y yo a la Moncloa
En el verano del 2000, el recién nombrado secretario de Organización del PSOE, José Blanco, paseaba por Ferraz calibrando nombramientos cuando recordó a López, que había sido becario en el Congreso y lo convirtió en su jefe de gabinete. Así, por recomendación directa, colocó a Sánchez en el área de Economía —bajo el ala de Jordi Sevilla— y a Hernando en Inmigración, con Consuelo Rumí. Ahí el apodo de los «chicos de Blanco» o Blanco boys, un trío disciplinado que aprendió a moverse por Ferraz en los años de vacas flacas.
Casi de inmediato, los tres se convirtieron en una especie de escuadrón de confianza para Blanco. Coordinaban campañas, afinaban argumentarios y se curtían en batallas electorales que no siempre ganaban, pero que les enseñaron algo más valioso que una victoria: cómo sobrevivir en la derrota. En 2009, tras casi una década de trabajo soterrado, los tres coincidieron en el Congreso de los Diputados. A esas alturas ya eran algo más que «los chicos de Blanco»: eran cuadros reconocidos en el partido, con redes propias y un instinto político afinado.
La gran prueba llegó en 2014, cuando Sánchez, entonces un diputado poco conocido, ganó contra pronóstico las primarias del PSOE. Fue un salto al vacío que le salió bien: en cuestión de días colocó a López como portavoz en el Senado y a Hernando en el Congreso. Era la foto soñada: los tres en primera línea, con un pie en la historia y otro en la trinchera. Ese mismo año, Blanco dejó a sus chicos volar en solitario y abandonó la política.
La historia de esos años es de sobra conocida. El Comité Federal del PSOE de 2016 rompió el partido y su amistad; Hernando se alineó con Susana Díaz, López con Patxi, y Sánchez quedó solo. Le quedaron José Luis Ábalos, Santos Cerdán y un puñado de fieles sin pedigrí que, contra todo pronóstico, lo acompañaron en la travesía del desierto.
El regreso de los chicos
Pero la historia sentimental del socialismo no explica por sí sola lo que ocurre en 2025.
La victoria de Sánchez en las primarias de 2017 obligó a reordenar afectos. El reencuentro con López llegó primero, en 2021, al nombrarle director de Gabinete en Moncloa y luego ministro para la Transformación Digital. Lo de Hernando fue más lento, casi quirúrgico: pasó por el sector privado, recaló en Acento Public Affairs —la consultora fundada por Blanco tras dejar la política— y pasó años sin dirigirle la palabra. Sólo tras varios encuentros discretos y una disculpa por WhatsApp en abril de ese año volvió a pisar la moqueta de Moncloa. Hoy es secretario de Estado de Telecomunicaciones, justo en el área más sensible del caso Huawei.
En medio del ruido, Acento ha querido marcar distancia. En un comunicado fechado el 6 de agosto, la consultora aseguró que “no participó ni directa ni indirectamente en cualquiera de los aspectos vinculados con este o cualquier otro contrato” y que está “absolutamente fuera de [su] ámbito de acción actuaciones comerciales o de contratación con las administraciones públicas”. La nota busca cortar de raíz cualquier insinuación de que la firma —mencionada en informaciones que la han vinculado con el lobby pro Huawei— haya tenido algo que ver con las adjudicaciones.
El motivo de todo esto se encuentra fuera de nuestras fronteras. En junio de 2023, la Comisión Europea recomendó «aplicar restricciones o excluir» a Huawei de las redes críticas, alertando de riesgos de seguridad nacional. Alemania, Francia, Italia o Suecia aplicaron el veto. España, en cambio, siguió adjudicando contratos a la compañía, incluso en áreas tan delicadas como el almacenamiento de escuchas judiciales o la infraestructura de comunicaciones policiales.
La Ley de Inteligencia Nacional de China, vigente desde 2017, obliga a empresas como Huawei a colaborar con los servicios secretos de Pekín si estos así lo requieren. Da igual el país en el que estén. Y, aunque la compañía insiste en que no cede información a gobiernos, la sospecha basta para que medio continente le cierre la puerta.
Así, lo que entonces era una anécdota —un triángulo de treintañeros con futuro, apadrinados por uno de los grandes urdidores del socialismo en España— hoy es una coincidencia incómoda: tres de los hombres que manejan el día a día en Moncloa son, precisamente, quienes deben responder por una de las decisiones estratégicas más controvertidas del Gobierno. Y no es sólo por cercanía política: López es ministro de Transformación Digital; Hernando, secretario de Estado de Telecomunicaciones. El ámbito de Huawei es, literalmente, su negociado.
En Bruselas no se grita, se sugiere. Y lo que sugiere la capital comunitaria es que España está corriendo un riesgo innecesario. Aquí, en cambio, el discurso suena a pragmatismo: contratos firmados, tecnología eficiente y un convencimiento —al menos oficial— de que el riesgo es controlable. Puede que lo sea. O puede que, como en 2016, llegue un momento en que las lealtades vuelvan a ponerse a prueba.
La diferencia es que ahora las consecuencias no se medirían en votos o congresos del partido, sino en la seguridad de las comunicaciones, el acceso a datos sensibles y la relación con aliados internacionales. El tablero es más grande, las piezas más valiosas y los errores, más caros. Y si algo enseña la historia de este trío es que, aunque las rupturas parezcan definitivas, siempre hay margen para el reencuentro. La cuestión es si también sobrevivirán a Pekín.