- Tal ristra de abusos ha hecho que la corrupción sea ya el sistema mismo, a la vez que tercermundiza un país tenido como ejemplo de democracia y modernidad
Con su «consuerte», su «hermanísimo» y su sumiso fiscal general camino del banquillo, mientras aguarda turno la «banda del Peugeot» (Ábalos, Koldo García y Santos Cerdán) que le devolvió a la secretaria general del PSOE en mayo de 2017, a la par que se destapa el gatuperio del rescate privilegiado de «Air Europa» con Begoña Gómez de madrina de sus patrocinadores y con Pedro Sánchez de factótum, el triministro Bolaños -el nuevo Ábalos, a juzgar por el lapsus de Pilar Alegría– confecciona a toda prisa un traje ignifugo a su «Puto amo». El ministril evoca al Conejo Blanco de la Alicia repitiendo monocorde con su reloj de leontina: «¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! ¡Llegaré demasiado tarde!». En esa lid entre legalidad e impunidad, reside el porvenir del Estado de Derecho en España.
Así, al tiempo que relega a la condición de bulos y casquería una corrupción nunca vista en España, pero concorde con el pecado original de la fraudulenta tesis doctoral de Sánchez, Bolaños acelera los planes para anular la independencia judicial y fiscal. A este fin, altera el ingreso en ambas carreras saltándose a pídola las reglas de igualdad, mérito y capacidad, amén de encomendar a «¿de quién depende? Pues eso» la dirección de la Policía Judicial para que, como diría su primer beneficiario, «la UCO deje de tocarme los cojones». De esta guisa, Sánchez consuma lo pergeñado en su retiro de cinco días en su particular monte Aventino, no por amor a su mujer al ser procesada, sino para aferrarse al poder. Para ello, no duda en mandar a hacer puñetas a quienes no rindan sus togas y en amordazar a la prensa crítica con su «ley Begoña» para que la canalla no meta la nariz en la cloaca monclovita.
Como el pasado es el futuro que aguarda a los españoles con este retroprogreso -avanzar para retroceder- del Estado de Derecho, cabe rememorar la porfía de Unamuno con un prócer socialista al que recriminó un precepto legal de la II Republica que era como si un juzgado proveyera: «Lo condenamos a muerte porque, si no, la horda lo saca de la cárcel y lo lincha». A la postre, su interlocutor transigió con que era injusto, pero sin dar su brazo a torcer porque «aquí no se trata de justicia, sino de política.» Y, para emitir sentencia, como terció la chequista Margarita Nelken, «basta un panadero, que no importa que no sepa de leyes, pero sí que conozca lo que es la revolución».
No por casualidad, Bolaños, al informar el martes sobre el nuevo paquete de medidas regresivas del Estado de Derecho habló de «transformar la Justicia» que es el término acuñado por el expresidente López Obrador, cuyo designio sigue su sucesora Sheinbaum, para que México transite de la democracia a la tiranía con un aparato judicial sujeto al partido -el Movimiento para la Reforma Nacional (Morena)- que controla al Ejecutivo y al Legislativo. En parangón con una «trasformación» que hiere de muerte la potestad del Tribunal Supremo para enjuiciar los actos del Gobierno, la contrarreforma de Bolaños somete a la Justicia a los intereses del PSOE con la cooptación de magistrados y la captura de los órganos judiciales. Se trata, en definitiva, de un suma y sigue para socavar el orden democrático y reemplazarlo por otro despótico al servicio de un autócrata sin escrúpulos.
Si en noviembre de 2023, centenares de jueces protestaron delante de sus juzgados contra la referencia que se hacía en el pacto de investidura de PSOE-Junts al «lawfare» o judicialización de la política, habrá que ver si esta agresión letal suscita una movilización acorde con su enjundia o todo queda en los comunicados de repulsa de las asociaciones. En todo caso, aquí no se dirimen cuestiones gremiales, sino derechos fundamentales que conciernen a todos. Por eso, esas campanas no doblan a duelo sólo por los togados.
Tal ristra de abusos ha hecho que la corrupción sea ya el sistema mismo, a la vez que tercermundiza un país tenido como ejemplo de democracia y modernidad, pero que han puesto en almoneda quienes quieren retrotraerlo al pretérito imperfecto que preludió una Guerra Civil con la vana pretensión de derrotar a Franco 86 años después sin importarles sepultar la convivencia y la libertad. A nadie se le escapa que España no podrá mantener una democracia efectiva sin un Poder Judicial libre con una Corte Suprema sin intromisiones en sus competencias de un tribunal político como el Constitucional que, tomado por el sanchismo, se autoerige en juez único a la hora de validar los desafueros gubernamentales. De no frenarse el desafuero, Sánchez podrá presumir de lo que el Tribunal Supremo de EEUU no le consintió a Nixon: «Si el presidente es quien lo hace, no es ilegal».
Como Sánchez no va a asumir ninguna responsabilidad con socios que hacen caja de su debilidad ni dimitirá incluso si le imputan, según anuncia que hará su fiscal general, por lo que él no será menos, no se puede confiar en que respete legalidad alguna incluida la electoral. Por desdicha, lo acreditó cuando, para no ser desalojado de la secretaria general, urdió un pucherazo que forzó su escopeteada fuga de Ferraz, y al comprarle el cargo al prófugo Puigdemont que se comprometió a entregar a la misma Justicia de la que se ríe a mandíbula batiente.
Así, en paralelo a las satrapías que comisiona su maestro Zapatero, Sánchez sienta las bases para que, en contra de lo sucedido hasta ahora desde la restauración democrática, donde ningún partido ha impugnado elección alguna, las próximas convocatorias no se celebren con garantías. No en vano, restringe la libertad de expresión y de asociación con la trampilla de la norma que ilegaliza la Fundación Franco y que puede proscribir al rival que le pete. Si la democracia exige Estado de derecho, comicios libres y competitivos, división y equilibrio de poderes, acceso libre a la información y absoluta transparencia con rendición de cuentas a órganos no colonizados partisanamente, y respeto a la participación y representación, el sanchismo viene desmontando esos sillares presentando la guerra como paz, la esclavitud como libertad y la ignorancia como sabiduría con la tórrida propaganda del «Gran Hermano» Sánchez. Al fin y al cabo, según Orwell, «el poder estriba en hacer pedazos las mentes humanas y volver a unirlas en nuevas formas a su elección».
Frente a este autogolpe en marcha, la gente, como no soporta demasiada realidad, se enajena de problemas tan capitales, si es que no se la trae al pairo como al último Princesa de Asturias, Eduardo Mendoza. Inquirido por el procés catalán, luego de reaccionar con su ensayo ‘¿Qué está pasando en Cataluña?’, declara que «yo lo que quiero es que haya concordia, buena voluntad, corridas de toros, vino, juerga y fútbol; lo demás me trae sin cuidado». El ilustre «sin cuidado» certifica que, para que el mal medre, basta que las buenas personas no hagan nada por impedirlo.
Pues albricias, amigo Mendoza, vayan días y vengan premios. Disfrute usted que puede del confort de granja, mientras el gobierno entretiene a la afición organizando una consulta pública sobre el resultado cosechado por la cantante Melody en Eurovisión y sobre el impacto del televoto en el segundo puesto de la «genocida» Israel como un nuevo ensayo -tras el de la Opa del Sabadell por el BBVA- de unas futuras elecciones plebiscitarias. Toda madera es poca para la hoguera de vanidades de ”Noverdad” Sánchez.