EMILIO CONTRERAS-EL DEBATE
  • Su objetivo es permanecer en el poder aunque no pueda gobernar. Sería la versión política de ‘don Tancredo’, que no toreaba pero permanecía inmóvil en el centro de la plaza

Pedro Sánchez ha demostrado que es capaz de pactar con quien dijo que nunca lo haría y de ceder lo que dijo que nunca cedería, a cambio de conseguir el poder y mantenerse en él, aunque luego esté atado de pies y manos para poder gobernar. Lo que ha ocurrido desde su investidura en noviembre es la prueba más clara de que una cosa es mantenerse en la Moncloa y otra bien distinta es resolver los problemas de los ciudadanos.

Desde entonces hemos podido comprobar que el pacto con sus socios sólo fue para la investidura y no para asegurar la estabilidad del gobierno. Todos le recordaron entonces que cada propuesta que llegara a la Cámara –proyecto o proposición de ley, convalidación de decretos o cualquier otro texto– debería ser objeto de un trato a cambio de una concesión a los separatistas. Quien le recordó el sometimiento al mercadeo diario con más arrogancia y un punto de chulería fue Gabriel Rufián, el derrotado el 12 de mayo. Y lo estamos viendo desde la investidura de Pedro Sánchez el 16 de noviembre.

En estos casi siete meses, el gobierno sólo ha conseguido que el Congreso de los Diputados le apruebe un proyecto de ley y dos proposiciones de ley, una de ellas la de amnistía. El mes pasado perdió la votación de la Ley sobre Prostitución y tuvo que retirar la Ley del Suelo para evitar dos derrotas parlamentarias en 48 horas. Tenía en contra no sólo a sus socios parlamentarios, también a sus socios de gobierno. Y para no volver a hacer el ridículo, el grupo parlamentario socialista se vio forzado el 28 de mayo a votar a favor de un texto del PP en el que se pedía tomar en consideración una proposición de ley para que el gobierno y su presidente sean más trasparentes en política exterior y comparezcan ante el Congreso.

Mucho más grave fue la renuncia el 13 de marzo a presentar los Presupuestos Generales del Estado para este año. La falta de apoyo de quienes sólo se lo dieron para la investidura le llevó a tomar esa decisión, la mayor prueba de debilidad gubernamental. Porque la aprobación de los impuestos y la decisión de en qué se ha de gastar ese dinero cada año es la clave de toda la acción de gobierno. Como consecuencia de esa renuncia, han decaído las inversiones previstas en infraestructuras, ferrocarril y carreteras, y las ayudas a la construcción de miles de viviendas sociales. Por falta de fondos, el Gobierno de Pedro Sánchez no podrá cumplir sus promesas sobre Sanidad, prestaciones sociales, subsidios, becas y mejoras en dependencia.

En cualquier democracia parlamentaria seria, la decisión de renunciar a presentar los Presupuestos por falta de apoyo habría sido motivo sobrado para disolver las Cortes y convocar elecciones. Pero el presidente ha demostrado que sólo aspira a mantenerse en el poder y a tomar las decisiones que no precisen aprobación parlamentaria. E incluso cuando ésta es necesaria, alega urgencia y recurre al regate de la ‘proposición de ley’ para evitar los trámites, controles y dictámenes que se exigen a un ‘proyecto de ley’. Incluso llega a bordear esos límites cuando suscribe compromisos como conceder ayudas a Ucrania de 5.000 millones en tres años, sin que ese gasto tenga posibilidades de pasar el control del Congreso porque sus socios de gobierno son contrarios a esa ayuda.

Su objetivo es permanecer en el poder, mandar hasta donde se lo permita la ley, pero no gobernar porque no puede. Sería la versión política del quietismo de don Tancredo, aquel que no lidiaba, pero permanecía inmóvil en el centro de la plaza de toros, aguantando los arreones del toro. Solo toma decisiones de trascendencia cuando sus socios separatistas le apoyan, como ha sido la aprobación de la Ley de Amnistía, una especie de renovación provisional del permiso de residencia en la Moncloa.

Su debilidad parlamentaria hace que siempre que puede rehuya el debate. Se ausentó del Congreso en el de la amnistía y sólo entró en el hemiciclo en el momento de votar. Pero más escandalosa fue su intromisión en las funciones de su presidenta, Francina Armengol, cuando le pidió en el pleno que retirara el uso de la palabra a Núñez Feijoo. «Que vaya acabando ya», le increpó en voz alta. Si en público coarta así al poder legislativo, es lógico preguntarse qué instrucciones le dará en privado.

Conviene recordar que la ocupación del poder no es un fin, sólo es un medio con el que poder gobernar. Para conseguir únicamente lo primero sólo hace falta carecer de escrúpulos políticos y pactar con quien se tercie; mientras que para alcanzar lo segundo hay que negociar y armar una mayoría estable con un gobierno cohesionado y un programa con el que hacer frente a los problemas que afectan a los españoles.

Desde hace meses, la gobernación del Estado está paralizada, y únicamente la salva la gestión de las administraciones. El presidente manda pero no gobierna, y continúa en Moncloa siguiendo la táctica de don Tancredo. Sánchez gana, pero España pierde.