Después del 8-M, la hecatombe. Se anunciaba, se preveía, se denunciaba. El Gobierno impulsó la manifestación feminista, consciente de lo que estaba en juego: la salud de miles de ciudadanos. Y, horas después de concluidas las marchas en todas las ciudades de España, se abrieron las compuertas a una oleada de medidas restrictivas. El sábado no pasaba nada. Este lunes, el apocalipsis. Cierre de colegios, teletrabajo, competiciones a puerta cerrada… Como si lo hubieran calculado. Como si no les importara jugar con la salud de la gente. Con ustedes, la epidemia que tanto negaron y ahora hace temblar a España.
La única respuesta al coronavirus por parte del presidente es un vídeo promocional con musiquilla de ascensor. Pedro Sánchez, oculto y silente desde el estallido de la pandemia, ha recurrido de nuevo a la fórmula de propaganda cool que le diseña Iván Redondo para recordarnos que él sigue ahí, que el presidente del Gobierno vela por nosotros, aunque en ocasiones no lo parece. El vídeo de la polémica recoge la visita presidencial a la sala de mandos del seguimiento de la epidemia, acompañado por el ministro de Sanidad y del doctor Fernando Simón, el muy chamuscado portavoz para la crisis, al frente. Todos sonrientes, relajados, sin amago de preocupación. Un montaje ortopédico y absurdo. Las Bolsas se hundían con estruendo, el Ibex perdía ocho puntos, las cifras de infectados derribaban la barrera del millar, el número de muertos se acercaba a los 30, pero Sánchez, ajeno a la incómoda realidad, seguía fiel a su guión. Tapadito no te salpican. Sin embargo, la imprevista comparecencia de Pablo Casado en rueda de prensa, trastocó los planes del Gobierno.
«Sánchez no da la cara». El líder del PP, hasta ahora muy colaborador, casi complaciente, con la estrategia del Gobierno, decidió dar un paso al frente ante la magnitud de la tragedia. Casado ofreció un decálogo de medidas para hacer frente al desastre, en especial el económico. Sobre cuestiones sanitarias o de movimientos de las personas evitó pronunciarse. Se centró en advertir de la hecatombe económica que llega con la fuerza de un tsunami, y planteó una serie de medidas, en especial rebajas fiscales, para evitar el gran naufragio. Raudos, saltaron los trompeteros de la izquierda: «El PP politiza la epidemia». «La derecha mete al virus en campaña». Y así.
El ‘mudito de la Moncloa’, le llaman algunos pérfidos en Ferraz, tan sólo ha sido capaz de hilvanar unas cuantas frases, en un acto con autónomos, para referirse por vez primera a este marasmo mundial
Un análisis sin duda errado porque quien analice con severa frialdad la actitud del presidente del Gobierno llegará a la conclusión de que, quien en verdad ha politizado este descomunal desastre es él mismo. Sánchez maneja una técnica muy depurada de comunicación que consiste en esconderse. Evita hacer declaraciones, esquiva el contacto con los medios, no admite ruedas de prensa. No le ha funcionado mal este sistema, que deja al plasma de Rajoy en paños menores.
El problema es que estamos ante un escenario infernal en el que un presidente del Gobierno ha de dar la cara. Todos lo han hecho, desde Trump hasta Boris Johnson pasando por Macron a Giuseppe Conte. Sánchez es la excepción. Ahora recuerdan incluso cuando le reclamaba a Mariano que compareciera, día sí, día también, para dar la cara por el Ébola. Y el perrito ‘Excalibur’. «Usted no preside un gobierno, preside un desgobierno», gritaba Sánchez desde su escaño en el Congreso. «Usted se esconde, no da la cara, tiene que irse a su casa». Eso clamaba el entonces líder da la oposición ante un episodio que en España apenas dejó huella. Dos misioneros repatriados que fallecieron en el hospital y un contagio. Y el perro Excalibur, horas y horas de televisión con el famoso perrito.
Sánchez optó por hilvanar unas cuantas frases, en un acto con autónomos, para referirse por vez primera a este marasmo mundial. Anunció un ‘plan de choque’, en imitación al de Pablo Casado, para dar la sensación de que el Gobierno está haciendo algo. Pura farfolla. Palabrería sin contenido. No hay nada de nada, comentan los departamentos afectados, así como sindicatos y patronal. Transmitió luego, eso sí, un mensaje de ‘unidad, serenidad y estabilidad’ al pueblo español, que ya no le cree, porque Sánchez siempre miente. Unas palabras que, seguidas de ese anuncio falsario, sonaban a burla.
O no impartiendo directrices para evitar concentraciones populares como las del 8-M. O difundiendo un vídeo propagandístico el primer día en el que abre la boca sobre el virus
No es el PP quien ha metido al coronavirus en política, como pregonan desde la izquierda trompetera. Ha sido Sánchez quien ha politizado desde el principio esta crisis. Lo ha hecho manteniendo un estratégico silencio mediático que pensaba útil. O no convocando ni informando a los líderes de la oposición democrática hasta la tarde del lunes, cuando la onda expansiva de la epidemia se había triplicado. O no telefonear, salvo excepciones, a los presidentes de las autonomías más afectadas para ofrecer ayuda, transmitirles ánimo y entregarles los 2.500 millones que les adeuda y que tan necesarios van a ser en los próximos días. O difundiendo un vídeo propagandístico el primer día en el que abre la boca sobre este asunto, dos meses después de que arrancara el vértigo del mal. O, lo que es más sangrante y quizás delictivo, no impartiendo directrices para evitar concentraciones populares como la manifestación feminista del 8-M. Hasta el domingo, 450 contagios, y el lunes, 1.200. No pasaba nada porque ocultaron información. De esta forma, Carmen Calvo y sus ministras, con Begoña como estrella invitada, pudieron corretear por la Gran Vía lanzando gritos sectarios contra las pobres damas de Ciudadanos. O, sencillamente, por no haberse presentado ante los españoles en televisión, acompañado por todos los ministros implicados para explicar con detalle y transparencia cuanto ha ocurrido, lo que se va a hacer y lo que se espera que ocurra.
El panorama hospitalario empieza a desbordarse, a adquirir el aspecto de una pesadilla. Este fin de semana puede rozar lo dantesco. Sánchez, sin embargo, nada dirá sobre el coronavirus hasta el miércoles, en el Congreso, a preguntas de Pablo Iglesias. Y hasta el jueves no se reunirá el equipo del ‘plan de choque’ para paliar el daño económico. Vaya urgencia, menudo choque. Todo eso es politizar la crisis, es seguir una estrategia que, en Moncloa, piensan que les favorece o, al menos, les aleja de la zona cero de la catástrofe. Igual que se apartó del escándalo Delcy y le endosó el marrón al ministro Ábalos (salvando las distancias), así pretende ahora salirse del foco del virus para que ni siquiera le roce. Algo impensable. La tragedia amenaza ser tan devastadora que resulta ya imposible ignorarla o esquivarla. Sánchez pretende, una vez más, engañar a todo el mundo. Quizás en esta ocasión no lo consiga. No será fácil. El 8-M, ese maldito 8-M retumbará insistentemente en su memoria.