- La Embajada española albergó la escena clave para revocar el mandato de los venezolanos en las urnas
El relato del propio Edmundo González sobre las circunstancias de su deportación a España, pues así hay que calificar su salida forzada de Venezuela, es una prueba de cargo incontestable de la complicidad del Gobierno de Sánchez con el régimen chavista y de las mentiras que, para taparlo, vertió a continuación.
Tal y como El Debate ha venido sosteniendo desde el primer momento, la bochornosa persecución del ganador de las elecciones no hubiera encontrado un alivio para Nicolás Maduro de no haber sido por la infame sintonía con el Ejecutivo de Sánchez.
Nadie hubiese podido salir ni entrar en Venezuela sin el permiso de la dictadura. Y ésta solo se concedió con dos exigencias consolidadas por España: que el ganador aceptara su condición de proscrito y que un país rematara la jugada quitándole a un tirano la molestia de tener cerca a quien le había derrotado y goza del respaldo de su pueblo.
Fue en la Embajada española en Caracas donde se coaccionó a González para que renunciara a reclamar su victoria, asumida a la fuerza en una carta su renuncia, con la presión personal e in situ de dos de los grandes sicarios del régimen, los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez.
Que esa pavorosa escena se produjera en suelo español, con la probable participación de Zapatero, explica muy bien por qué Sánchez se ha negado a acatar el mandato del Congreso para reconocer a González y por qué los socialistas españoles han hecho lo mismo en el Parlamento Europeo.
Pero además de aliarse con el chavismo, Sánchez ha mentido gravemente a los ciudadanos, al negar esta cadena de complicidades y pretender convertir en un acto de humanidad lo que ha sido una bochornosa operación política.
España debía haber liderado el respaldo a la heroica resistencia del pueblo venezolano, encabezado por una valiente como María Corina Machado, pero se ha convertido tristemente en un agente blanqueador de una tiranía abyecta que solo aspira a perpetuarse.
A todas las razones domésticas que Sánchez acumula y le hacen merecedor de una sonora reprobación, le añade así otras derivadas de una delirante agenda internacional que nos sitúa más cerca de los peores que al lado de los aliados tradicionales. Falta por saber cuál es la razón real de esta infamia.