Francisco Rosell-El Debate
  • A nadie se le escapa que esta penúltima claudicación es abiertamente inconstitucional. De hecho, al tramitarse como una iniciativa de los partidos, y no del Gobierno, se soslayan los dictámenes preceptivos del Consejo de Estado o del Consejo General del Poder Judicial

«Como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague», según esa comedia del siglo XVIII español, Pedro Sánchez sigue satisfaciendo la deuda que contrajo para mercadear su investidura con el prófugo Puigdemont mediante el abono de gravosas e incesantes gabelas. Como es costumbre en quien llegó al poder de la mano de una gran falsedad, termina corroborándose por sistema todo lo que antes niega con impudicia de mentiroso compulsivo. Con tal de presidir el Consejo de Ministros, aunque sea atado al separatismo, no le perturba mutilar España como Groucho Marx en la famosa secuencia en el Oeste en la que ordena a sus hermanos Chico y Harpo, al agotarse el carbón, que hagan leña con los vagones del tren para avivar la caldera de la locomotora y proseguir la marcha hasta astillar si es preciso el convoy completo.

Así, al grito igualmente de «¡Traed madera, que es la guerra!», «Noverdad» Sánchez ha satisfecho este martes a Puigdemont una Ley Orgánica para delegar las competencias emigratorias a la Generalitat que, entre otras demasías, empotra a los Mossos en el control de las fronteras con Policías Nacional y Guardias Civiles a la espera de que estos cuerpos estatales sean reemplazados totalmente en una encomienda que, como ayer se jactó el fugitivo, «sólo ejercen los Estados». Una opinión compartida hasta hoy por Sánchez al ser una facultad exclusiva del Gobierno central que no puede ser transferida ni deferida.

A nadie se le escapa que esta penúltima claudicación es abiertamente inconstitucional. De hecho, al tramitarse como una iniciativa de los partidos, y no del Gobierno, se soslayan los dictámenes preceptivos del Consejo de Estado o del Consejo General del Poder Judicial a fin de que no pongan objeciones a la transferencia de esta prerrogativa estatal, según el artículo 149.1, apartado segundo, de la Ley de Leyes. De hecho, la antepone incluso a las relaciones internacionales o la defensa por resultar imperiosa para garantizar la soberanía nacional. Por ello, el artículo 150.2 no puede conferir una competencia del 149.1 consustancial a «la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles».

Renunciando a defenderse a sí misma, sus enemigos se enseñorean de la Nación española hasta despeñarla por el desfiladero. No sólo Sánchez les otorga lo que prohíbe la Carta Magna, sino además «dos huevos duros», que dice Groucho en «Una noche en la ópera», al equiparar denigratoriamente a los españoles nacidos fuera de Cataluña con los emigrantes extranjeros como si fueran extranjeros en su propio país. Un ultraje que ya anticipó Pilar Ruiz Albisu, madre del militante del PSE-PSOE y policía local Joseba Pagazaurtundúa, asesinado por ETA en 2003, fallecida este lunes, con su premonitoria carta pública de 2006: «Patxi [López], dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre». Unas palabras que el tiempo ha ratificado al constatarse como ETA, tras la negociación de Zapatero con la banda terrorista, ya no mata, pero manda en España sin pedir perdón a sus víctimas, y como los golpistas catalanes ponen en almoneda la nación española a cambio de que Sánchez medre dejando que la devasten para que Puigdemont construya la suya sobre el solar de ese derribo. Un terrible «do ut des».

Con esta nueva cesión al aguardo de las venideras, se precipita el fenecimiento del Estado en Cataluña al quedar éste inerme, al igual que en el País Vasco, por medio de esta refeudalización y fragmentación. Siendo la nación más antigua del continente, España se configura, como Jacques Delors diagnosticó sobre la Unión Europea tras presidirla una década, en «un objeto político no identificado». Para esta operación de desguace, Sánchez viene procediendo a base de pequeños pasos, en apariencia insignificantes, para lograr su objetivo sin provocar reacción.

Dado que el salchichón favorito de los húngaros es el salami y se degusta en finas rodajas, quien fuera dictador comunista del país hasta 1956, Matyas Rakosi, se sirvió de ese embutido para denominar una estrategia política enormemente eficaz como opera Sáncheztein. Para avanzar con esa táctica del salami —que aquí habría que llamar longaniza de Vic—, el Gobierno pretende embutir la excepcionalidad en una tripa de normalidad a fin de que esta suma de capitulaciones resulte comestibles y digestivas.

Con este fin, recurre al trampantojo de que Baviera cuenta desde 2018 con policía fronteriza, pero se oculta que su tarea es auxiliar de la policía federal en la que recae la autoridad máxima. Pero es que, además, Baviera carece de partidos separatistas y no ha proclamado la independencia como Cataluña ha hecho con reiteración y con sus amotinados presumiendo de que lo volverán a hacer como en 2017. No se trata de poner «un mosso en tu vida», como verbalizó hace días la consejera socialista de Interior, Núria Parlón, sino de expulsar a policías nacionales y guardias civiles en cuanto esté listo el dispositivo que permita hacer sus veces y pasaportarlos. No en vano, el Gobierno ha dispuesto incrementar los mossos a 25.000 antes de 2030 para que «nadie, salvo la Generalitat, tenga la última palabra para decidir».

En esta encrucijada, tanto el nacionalismo con «seny» del beato socialista Illa como el soberanismo con «rauxa» de Puigdemont (Junts) o Junqueras (ERC) encaminan a Cataluña a un cruce de caminos. Bien a una secesión pactada por su establishment como el «divorcio de terciopelo» de Checoslovaquia en 1993, sin atender a que sólo el 37 % de los eslovacos y el 36 % de los checos apoyaban la disolución, o bien a una declaración unilateral de independencia ante la impotencia de un Estado sin atributos y con sus anestesiados ciudadanos como meros convidados de piedra, sin descartar claro un referéndum convenido en que todo se reduzca a un mero formulismo.

Entre tanto, como los españoles no pueden soportar tanta realidad, Sánchez les ayuda a tolerarlas con sus sofismas del jaez de «España no se rompe» como si la ruptura efectiva de Cataluña no fuera visible para el ciudadano hasta que se desgajara tectónicamente del resto de España como «La balsa de piedra» que fabula el Nobel portugués Saramago en la novela de ese título. Sin embargo, todo puede sobrevenir cuando, abiertos los ojos al televisor y cerrados a la evidencia por palmaria que ésta sea, hay muchos españoles que son ciegos de lo que no quieren ver y sordos de lo que no desean oír.