Jesús Cacho-Vozpópuli

  • Hoy se convalidan en el Congreso las tropelías sanchistas destinadas a dejar en pañales las defensas de la nación de ciudadanos libres e iguales ante las acechanzas de sus enemigos declarados

Me equivoqué. Titulé mi columna del pasado domingo en este diario con un “Sánchez es nuestro Castillo” y me equivoqué. Algunos lectores se pusieron ese mismo día en contacto conmigo para hacerme ver lo poco afortunada de la comparación. Ambos son golpistas, cierto, el uno cogido con las manos en la masa el miércoles 7 en Lima, cuando en un discurso cortocircuitado por los nervios anunció el cierre del Congreso peruano y el establecimiento del toque de queda; el otro, empeñado en un golpe que lleva más de cuatro años cocinándose a fuego lento, en un intento de despojar a la Constitución de sus defensas mediante un proceso acumulativo que rehúye esa representación brutal en la sede de la soberanía. Esa astracanada de Pedro Castillo en Lima, el caballo de Pavía presentándose feroz ante sus señorías, es un golpe como la copa de un pino. El de Pedro Sánchez es un proceso de desmonte gradual del régimen del 78, que estos días conoce una aceleración brutal. Pero ahí terminan las similitudes.

“El golpe de Castillo fue uno de los más breves de la historia peruana”, escribía en larepublica.pe el periodista Augusto Álvarez Rodrich el mismo miércoles 7 de diciembre. “Y su fracaso una de las expresiones más grotescas que resume su presidencia de año y medio: no supo gobernar por su mediocridad; no supo robar: a diferencia de varias administraciones previas, dejaba la pistola humeante tras cada atraco al erario; no supo golpear, pues hasta su golpe fue un mamarracho del cual se apearon inmediatamente hasta los integrantes más vulgarmente sobones de su régimen; y ni pudo escapar pues quedó atrapado en el infernal tráfico de Lima por la tarde, donde fue detenido en flagrancia al disolver el Congreso de manera irregular, por lo que podría pasar 20 años en cárcel”. Un pobre hombre, en suma, un tipo sin habilidad alguna salvo para robar, asunto para el que ha demostrado, él y su familia, una obsesión enfermiza. Un maestro rural que se resistió a aprender las cuatro reglas que todo dirigente con un mínimo grado de autonomía precisa para gobernar, una marioneta a la que quienes le manejaban en la sombra –los clanes de la narcopolítica y el Foro de Sao Paulo, con el enigmático Aníbal Torres, presidente de facto, en primera línea-, rodearon de ineptos, mediocres, ladrones y oportunistas. Un Titanic que amenazaba hundimiento desde su botadura.

Sánchez es otra cosa y mucho más peligrosa. Un fauno enamorado de su arboladura. Un maniquí de bella facha coronada por una cabeza discretamente amueblada de conocimiento pero totalmente ayuna de principios morales, es decir, un amoral contra el que resulta difícil enfrentarse porque no tiene ningún problema para decir por la tarde lo contario de lo que ha dicho por la mañana, mentir con total descaro, vender a quienes le han servido y traicionar cualquiera de los principios que juró defender. Un tipo que ni siente ni padece, sin afectos, capaz de arrojar al arroyo a quien se le ponga en frente. Un enfermo de poder, esa enfermedad que lleva a los totalitarios vocacionales a prescindir sin remordimiento de cualquier tipo de control democrático que pueda obstaculizar sus ansias de grandeur. Un aprendiz de dictador dispuesto a gobernar sobre las ruinas de España o lo que quede de ella después de pagar las letras que sus socios, “Sánchez tiene una banda”, le presentan periódicamente a cobro.

Sánchez es otra cosa y mucho más peligrosa. Un fauno enamorado de su arboladura. Un maniquí de bella facha coronada por una cabeza discretamente amueblada de conocimiento pero totalmente ayuna de principios morales

Para nuestra desgracia, las defensas de la España sedicentemente democrática y los anticuerpos necesarios para oponerse a la labor destructiva del psicópata son mucho más frágiles que las del anémico Perú, un país jodido desde hace tantos siglos por tanta jodida gente, tan variopinta como perdidamente mala. “El Perú demostró encomiable apego a la Constitución”, en palabras de Luis Almagro, secretario de la OEA. Esa es la diferencia entre Perú y España. Que la democracia peruana, a pesar de los Fujimoris que ha soportado, ha sido capaz de resistir durante año y pico los embates de un Gobierno de extrema izquierda presidido por un zoquete con sombrero a quien le temblaban las manos cuando trataba de leer las hojas que le habían redactado para cerrar por las bravas el Congreso y acabar con la democracia peruana, ello después de que las fuerzas armadas y la policía le negaran su apoyo. Una resistencia que no se atisba en España, un país que lleva recibiendo más golpes que el saco de un boxeador, la reforma del Código Penal para acabar con la sedición y abaratar la malversación, el asalto al Tribunal Constitucional, las amenazas de cárcel a los miembros del CGPJ…

Vivimos una semana trágica para el orden constitucional y para el porvenir de este país puesto en almoneda por un desalmado sin escrúpulos. Hoy se convalidan en el Congreso las tropelías sanchistas destinadas a dejar en pañales las defensas de la nación de ciudadanos libres e iguales ante las acechanzas de sus enemigos declarados. Y en la tarde de ayer estaba reunido el TC para ver de adoptar algún tipo de medidas cautelares ante la sesión parlamentaria de hoy. Y se nos viene encima otro referéndum de autodeterminación de Cataluña travestido por el gran traidor y sus edecanes como un nuevo y festivo concurso de castellets. La nación indefensa y la población asustada, entre incrédula y acribillada por la atroz sensación de que no hay capacidad de respuesta, no hay forma de parar este atraco, porque lo de Sánchez y Cataluña es un atraco a mano armada, un robo que colectivamente pretende perpetrar la “banda” con impunidad y alevosía. Robar lo de todos. Robar lo que es nuestro. La portavoz de Sánchez, Isabel Rodríguez, exalcaldesa de Puertollano, toda una autoridad, dijo ayer que “no se va a celebrar en nuestro país ningún referéndum». Ergo habrá referéndum.

Hoy se convalidan en el Congreso las tropelías sanchistas destinadas a dejar en pañales las defensas de la nación de ciudadanos libres e iguales ante las acechanzas de sus enemigos declarados

La izquierda latinoamericana sigue pariendo paridas en su intento desquiciado por colocar a Castillo en la posición de víctima, que no de agresor. “Cuentos para blindar a un golpista. En el colmo del absurdo hay quien esparce la tesis de que Castillo fue la víctima”, titulaba ayer la edición digital de El Comercio de Lima. Excusas extravagantes de gente como López Obrador, Gustavo Petro, Evo Morales o Nicolás Maduro, según las cuales Castillo fue víctima de la oligarquía, los medios, Estados Unidos o el racismo. Otras versiones son simplemente grotescas, como la de que un Castillo drogado fue obligado a leer el manifiesto del golpe, al punto de no recordar nada de lo ocurrido. La “droja” en el colacao. A la tarea se ha aplicado en España el pájaro Monedero, que no carpintero, para quien, más o menos, el pobre Castillo se vio obligado a dar un golpe de Estado por culpa de la oposición. Un error de un minutito, un punch sin importancia o el filibusterismo de una oposición peruana que durante año y medio se negó a poner su libertad en manos del maestrillo sátrapa. La única víctima ha sido Perú, que ha soportado en el poder a un hombre de paja inepto y ladrón, que ha hecho méritos más que sobrados para ser destituido y para que la Justicia lo procese y la historia lo condene. Como algún día, no tardando mucho, espero que los tribunales españoles procesen y condenen al salteador de caminos que hoy nos preside.

A la tarea se ha aplicado en España el pájaro Monedero, que no carpintero, para quien, más o menos, el pobre Castillo se vio obligado a dar un golpe de Estado por culpa de la oposición

Se suceden estos días los comunicados alarmadísimos de los abajo firmantes, grupos de ilustres “ex” que, tan llenos de buena voluntad como faltos de poder para detener el derribo de la nación, desean dar salida a su frustración alzando el dedo de la protesta inocua. Gente llena de buenas intenciones, pero gente que no sabe, no sabemos, cómo frenar al gran ladrón de nuestros derechos constitucionales. Todos inermes ante el bandido, un mediocre moral, como Castillo, sin dignidad ni patriotismo. Todos paralizados por el miedo. Me equivoqué: Sánchez no es Castillo. Es alguien mucho más peligroso que Castillo. Un desecho de tienta moral que de nuevo nos pone en la tesitura de tener que luchar por nuestra libertad. Por conservar nuestra libertad. Vale la conmovedora sentencia de Margaret Thatcher: “La libertad no es un sinónimo de vida fácil (…) hay muchas cosas difíciles en la libertad: no te brinda seguridad, crea dilemas morales, exige mucha responsabilidad, pero esa es la naturaleza del hombre y en eso consiste su gloria y salvación”.