Luis Asúa-Vozpópuli

Su mayor éxito fue la grandeur. Pero no la imperial o la militar -como criticaron algunos- sino la de las neveras, la del progreso económico

A certain idea of France: The life of Charles de Gaulle es el título de una magnifica biografía del militar y político francés escrita por el historiador británico Julian Jackson. Un libro muy premiado y recomendable, lleno de referencias para orientarnos en estos tiempos de desconcierto.

A muchos españoles -y a casi todos los anglosajones- la figura del general De Gaulle les provoca una gran antipatía, pero no hay que soslayar a quien quizá sea la persona más conmemorada de Francia, incluso por delante de Napoleón. Sólo hay que recordar cómo se llaman la plaza por excelencia de París o el principal aeropuerto de la República.

El libro descifra el éxito de este gran general, sin duda una persona muy culta. Era de una impertinencia que rayaba la locura (Roosevelt, su gran detractor, lo consideraba un enajenado) incendiario y mesiánico, pero muy práctico. Acérrimo estatista, era también valiente y muy honrado a pesar de no practicar demasiado el agradecimiento, maquiavélico hasta el extremo y con un ego y un patriotismo del tamaño de la nación que le tocó primero salvar y luego gobernar.

Poco desvelaremos en un artículo de sus casi ochocientas páginas de lectura apasionante y en ocasiones francamente divertida (el general exhibía, a veces, un gran sentido del humor). Muy recomendables son algunas de sus reflexiones -que luego se harían historia- como la falta de compromiso de la Gran Bretaña con Europa -que acabaría en el Brexit o el desastre que supuso una descolonización de los países africanos y asiáticos acelerada por la exigencia rusa y norteamericana -uno de los pocos consensos de la Guerra Fría- sin haber generado antes una clase media local que evitara los horrores provocados por los nuevos gobernantes. Muchos también se sorprenderán de la desmitificación que se hace en el libro de los efectos inmediatos de la revolución de mayo del 68.

De Gaulle fue un gigante de la historia de Francia. Su existencia a partir del manifiesto del 18 de junio de 1940 (que prácticamente nadie escuchó en directo) es una aventura apasionante. Consiguió llevar a Francia de una posición de humillación y derrota a compartir la victoria de los Aliados.

Su determinación era establecer un término medio, una Francia democrática, pero con un fuerte poder Ejecutivo que devolviera a la nación la grandeza desde la unidad de todos los franceses

Pero su verdadera obsesión y mayor éxito fue superar la profunda crisis estructural del sistema político francés, provocada por la tensión entre el asambleísmo nacido en la revolución de 1789 y el bonapartismo que vino después. Su determinación era establecer un término medio, una Francia democrática, pero con un fuerte poder Ejecutivo que devolviera a la nación la grandeza desde la unidad de todos los franceses. Pas mal!  No hay duda de su éxito histórico en el diseño de la V república.

Las coincidencias con la actualidad que aparecen en el libro son muchas. Vivimos tiempos de desconcierto en los que renace la nación como comunidad frente a una globalización desbocada que debe beneficiar a muchos más; tiempos de confusión con un debate pendiente sobre si mantener el conjunto de buenas prácticas o el ideario -por llamarlo de alguna manera- del consenso occidental, socialdemócrata, neoliberal o “progre” según la posición más o menos crítica de cada uno al respecto.  Vivimos una época de delegación, de subcontratación de nuestras políticas más esenciales (exteriores, económicas, fiscales, incluso culturales…) pero también de nuestra forma de pensar. El gran debate es si este sistema dará mucho más de sí.

En manos de mamá Europa

Delegar en la UE -actualmente incluso nuestro bienestar más inmediato, con las ayudas a recibir por la Covid19– nos convierte en seres estáticos e infantiliza nuestra capacidad de afrontar los problemas. Todo lo dejamos en manos de mamá Europa renunciando a nuestro talento y capacidad; a nuestro esfuerzo. Para un Gobierno tan cortoplacista y débil como el de Pedro Sánchez debe de ser la única salida, pero no estaría de más un poco de altura de miras, por no llamarlo grandeza, y políticas de unidad al estilo de Charles de Gaulle para luchar contra lo que se nos viene encima.

Una de las claves en la vida del general De Gaulle es su negativa a lo que el profesor Maravall llamaba “el mezquino ir tirando” de muchos gobernantes.  Cuando de Gaulle no tenía mayoría, o no podía llevar a cabo su idea clarísima de Francia, simplemente se marchaba, daba un paso atrás y esperaba su oportunidad para llevar a cabo su misión. Hay algo bíblico en el personaje y de ahí su indudable grandeza y éxito.

Practicaba una doctrina difusa denominada asociacionismo (del capital, del trabajo o del estado) para lograr un crecimiento económico importante e igualitario, sin grandes estridencias

Su mayor éxito fue lagrandeur. Pero no la imperial o la militar -como criticaron algunos- sino la de las neveras, la del progreso económico.   Obviamente no era un liberal ni tampoco un socialista. Practicaba una doctrina difusa denominada asociacionismo (del capital, del trabajo o del estado) para lograr un crecimiento económico importante e igualitario, sin grandes estridencias. El éxito de la Francia de los 60 se tradujo también en una importante explosión cultural. De Gaulle y Francia estaban de moda.

Y todo viene de la estabilidad y de la unidad. La grandeur se consiguió gracias a la unidad de acción y cuando ésta se perdió, la fuerza económica se diluyó. Incluso el Reino Unido hizo su sorpassoeconómico a Francia hace algunos años. Y es que los gobiernos de Margaret Thatcher se parecen a los del general de Gaulle más de lo que alguno pudiera pensar. Unidad de acción con ella, desde el liberalismo. Y los que vivimos aquellos años dorados sabemos de lo que hablamos. Londres, Inglaterra y el Reino Unido eran simplemente imparables.

Hablamos de mandatos nítidos, con objetivos claros que generen bienestar para todos y lejos del actual “gobierno a la carta” de la izquierda, que atomiza la sociedad en minorías

La comunidad de acción dentro de la democracia no es lo mismo que la transversalidad. Se pueden conseguir mayorías absolutas sin renunciar a las ideas, como hicieron José Mª Aznar o Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid. Esto tiene poco que ver con ocupar un gran espacio político, incluso mayoritario, pero sin saber muy bien qué hacer con él.

Obviamente no hablamos de unanimidades, pero sí de mandatos nítidos, con objetivos claros que generen bienestar para todos y lejos del actual “gobierno a la carta” de la izquierda, que atomiza la sociedad en minorías engendradas por ellos mismos para asegurarse el espacio electoral.

Fracaso sin paliativos

De Gaulle fue uno de esos personajes que cambian la historia de un país, como lo fueron Mandela, Churchill y por supuesto Roosevelt. También Thatcher o Reagan marcaron una época, y en la España de la democracia tenemos a Suárez, González o Aznar. El común denominador de todos estos personajes es su capacidad de unir a sus países por un objetivo. Como diría un maño amigo mío: ‘igualico quel Sánchez’. Éste último se parece más a otro presidente francés, François Mitterrand, que estuvo en el poder cuatro años más que de Gaulle pero de quien no queda más reminiscencia que demasiados años en el gobierno y además cambiando de “pareja” (tuvo siete primeros ministros) y viendo como el prestigio de Francia y su peso dentro de la Unión Europea se degradaban hasta acabar convirtiéndose en la muleta de Alemania…

Hoy estamos enfermos de estatismo.  Es tal nuestro desastre económico y social que, para muchos jóvenes, al menos los que más han estudiado, la única salida es ser funcionario o irse fuera; para el resto irá la renta mínima.  Y la paradoja es que el Estado no da más de sí, el infierno fiscal, el intervencionismo asfixiante, la deuda al límite (de ahí que ya sólo queda recurrir a que se endeude la UE), el confinamiento más inútil, infantil y fracasado de Occidente, el fracaso sin paliativos de las comunidades autónomas en la sanidad que es su partida mayor de gasto, la anomia de nuestros jóvenes…  Este es el caldo de cultivo para arremeter definitivamente contra este Estado y promover algo tan sencillo como la liberación de los ciudadanos.