JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR-EL CORREO

  • El de Mohamed VI no es un país, es una finca y él, un terrateniente absentista

Pedro Sánchez ha ido a Marruecos con once ministros para una cumbre bilateral, pero el déspota local ni siquiera se ha molestado en recibirle porque le resulta más cómodo seguir de vacaciones en su lujoso palacio en las paradisiacas playas de Gabón, un remoto país del África negra. Lo que deberían haber sido conversaciones serias y prolongadas cara a cara ha quedado reducido a una charla telefónica. ¿Una humillación? ¿Un desplante? Sin duda. Pero en realidad Mohamed VI se ha limitado a aplicar su ‘modus operandi’ habitual, poco o nada profesional.

Puede que el déspota marroquí se haga llamar rey, pero sigue comportándose como los sultanes antiguos. Marruecos no es un país, es una finca, y el amo de la finca es un terrateniente absentista que se limita a disfrutar de la vida y de la placentera compañía de sus tres robustos amigos especiales, los hermanos Azaitar, campeones de artes marciales mixtas, que ejercen cada vez mayor influencia. Pueden pasar trimestres enteros sin que Mohamed VI se moleste en visitar su propio país. ¿Para qué tomarse la molestia de reunirse con el presidente español? El sultán marroquí ha dado plantón a personajes de muchísima más enjundia; por ejemplo al secretario de Estado de EE UU, Mike Pompeo. Pero vayamos por partes.

Muchas de las cosas que se cuentan sobre Pedro Sánchez no son más que paparruchas de la propaganda sectaria. Es evidente que posee una gran constancia y verdadera astucia táctica, pero también que carece de conocimientos, de buenos consejeros, aparte de que le falta una auténtica estrategia o simple visión de conjunto. Además, en muchos asuntos se comporta con una ligereza e improvisación que rayan en la incompetencia criminal.

Elaborar una ley contra la violencia de género, y redactarla tan mal que reduces de facto las penas de prisión y te ves obligado a liberar a los mismos granujas y canallas a los que pretendías endurecer los castigos demuestra falta de previsión. Es como aquel que hace bricolaje en casa y corta un listón de madera de 120 centímetros, para descubrir que se ha equivocado en las medidas y necesitaba 130 centímetros. Solo que aquí no hablamos de centímetros, sino de vidas humanas. Y todavía no se ha convocado una sesión de urgencia del Parlamento para votar la anulación de la nueva ley y regresar a la normativa anterior mientras se prepara un proyecto mejor redactado.

En política exterior, la actitud dominante en la Administración Sánchez parece ser ‘no me des la tabarra con estos líos y quítamelos de encima cuanto antes, como sea’. Solo así se pueden explicar acciones irresponsables como realizar cesiones sustanciales a una potencia hostil, Marruecos, en el tema del Sáhara, sin amarrar con firmeza a cambio compromisos específicos de contraprestaciones en asuntos concretos, con fechas límite bien claras. El resultado es que ocho meses después de las cesiones unilaterales de Sánchez, las aduanas de Ceuta y Melilla siguen sin abrirse.

Se puede argumentar que la visita de Sánchez no ha sido infructuosa porque la delegación española ha tenido tiempo de trabajar con los funcionarios marroquíes de alto rango. Y de alcanzar acuerdos o despejar el camino para conseguirlos. Sin embargo, este espejismo deriva de creer que el sistema de gobierno de Marruecos es homologable al español. Nada más lejos de la verdad. España ha sabido dotarse de un Gobierno que existe y opera al margen de que los diferentes puestos los ocupen los unos o los otros. Los marroquíes, en cambio, padecen un caudillaje despótico. El sultán, que se atribuye el título de rey, es la fuente última y única de autoridad. Da igual todo lo que negocien los subordinados si el sultán no lo refrenda, y aunque lo refrende es frecuente que se le olvide aplicar lo refrendado, o que cambie de idea caprichosamente sin previo aviso. Su padre, Hasán II, actuaba igual.

Por lo tanto, si a cambio de las cesiones de Sánchez el Gobierno marroquí hubiera firmado en junio un tratado especifico con compromisos detallados y calendarios concretos, o se lograse suscribir algo así en el futuro cercano, daría igual. La única diferencia es que tendríamos algo escrito en lo que basar nuestras reclamaciones y, si procediera, nuestras represalias por el incumplimiento de lo pactado.

El sucesor de Sánchez tendrá que tomar una grave decisión: o capitula por completo entregando Ceuta y Melilla, rebañando a cambio algunas concesiones formales, a sabiendas de que el sultán no las cumplirá, o se prepara para el choque frontal o incluso la guerra. Y al final será la guerra porque, por mucho que posterguemos el asunto, si no cedemos en todo no se ve forma de que pueda acabar de otra manera.