- La normalización de la violencia política indica que la izquierda española no aceptará una derrota. Solo cabe esperar de ella juego sucio. Debemos comprenderlo y mirarlos de frente. Engañarse no sirve de nada
Terrorismo callejero alentado y elogiado por el Gobierno. Eso es lo que tenemos, y mejor que miremos el problema de frente. Es una abierta amenaza no ya al Estado de derecho, sino a la mismísima convivencia pacífica entre españoles. Boicotear La Vuelta de manera sistemática exige organización, coordinación. También el eco mediático deseado para convertir la causa de Hamás en la única causa de la izquierda española ante su próximo hundimiento. No hay nada improvisado en la gira de terrorismo de bajo perfil que ha acompañado al acontecimiento deportivo. Tampoco es casual la elección de esa concreta competición: recorre el país y se extiende durante tres semanas. Necesitaban ese tiempo para infundir en la sociedad española el temor a un estallido violento. Como cuando la Transición.
Entonces teníamos un Rey decidido, y el presidente capitaneaba una nave que, zarpando de la ley, ponía rumbo a otra ley. Hoy vemos, consternados, al Rey acorralado, ninguneado y amordazado. Y en la Presidencia de Gobierno a un piloto suicida, en contradirección por la autopista y a toda velocidad. ¿Qué le mueve? Seguir conduciendo (conducator) un año más, un mes más, una semana más, un día más. Su permanencia personal en un poder ya ilegítimo por falta de controles y contrapesos reales es la prioridad absoluta. De él y de su círculo podrido de ladrones, abusadores, prevaricadores, malversadores, golpistas y terroristas (sin «ex», que solo estaban haciendo la siesta).
Al piloto suicida le importa un comino a qué ciudadanos respetuosos de la ley se lleve por delante con su temeridad infinita. El sabotaje a La Vuelta es un giro (perdonen los italianos) radical. Un volantazo para colocarse en la trayectoria del camión que se aproxima. Se trata de demostrar al mundo que está dispuesto a todo. El volantazo no es improvisado: Sánchez se ha sintonizado y sincronizado con un coordinador etarra (con dos condenas) y ha animado públicamente sus acciones. Nueve de los identificados en la jornada madrileña de la orgía antisemita eran condenados por kale borroka; otros por yihadismo. Además de jalear a la piara y enaltecer sus acciones, el Gobierno ha prohibido a la Policía utilizar la fuerza. Esto solo puede considerarse una colaboración gubernamental para reventar la etapa final de La Vuelta. Los policías fueron figurantes.
Después, el Gobierno ha vuelto a elogiar la campaña de violencia sostenida de los terroristas. Ha hecho su parte, que, como ha señalado el ministro israelí de Asuntos Exteriores, es la normalización de la violencia política. Ha presentado a los terroristas de baja intensidad (de momento) como pacíficos manifestantes por una buena causa, mientras estos herían a veintidós policías. Marlaska les ató las manos vía delegado del Gobierno y los puso ante la horda con un vallado trucado, sin encadenar, para que se comieran las vallas, inermes. La normalización de la violencia política indica que la izquierda española no aceptará una derrota. Solo cabe esperar de ella juego sucio. Debemos comprenderlo y mirarlos de frente. Engañarse no sirve de nada.