Editorial-El Español

Fuentes cercanas a José Luis Ábalos han afirmado a EL ESPAÑOL que sus mensajes filtrados con Pedro Sánchez forman parte de la documentación sensible que, según aseguró el exministro también a este periódico el pasado agosto, obraba en su poder. Entonces amenazó con que «si hablo, puedo hacer caer el Gobierno».

Podría sorprender, por tanto, que Ábalos y el PSOE hayan convergido este lunes en la misma línea argumental: atribuirle la filtración de los mensajes a la Unión Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil.

El exministro ha evitado desmentir tajantemente que haya sido él el autor de la filtración, pero ha lamentado haber sido víctima de filtraciones desde que se inició la investigación. Y ha apuntado a la UCO, asegurando que la Guardia Civil disponía de esos whatsapps.

Por su parte, el PSOE ni siquiera ha insinuado que la filtración haya podido venir de Ábalos. Al contrario, María Jesús Montero también ha apuntado oblicuamente a la UCO. Ha reprochado a «quien tiene el deber de custodia» de los mensajes que no los hubiera «o bien tenido a resguardo, o bien eliminado».

La conclusión que se sigue de esta coincidencia es que Ábalos y Ferraz han convenido en una estrategia conjunta, que ha sido oportunamente amplificada por la bochornosa cobertura informativa en TVE. Una estrategia cuyo propósito es desacreditar a la UCO en términos generales, explotando la desconfianza que sembraron algunos de los errores de bulto que han dejado con anterioridad los investigadores.

A ambos les interesa este descrédito. A Ábalos, para limpiar su maltrecha imagen, escudándose en que la UCO está llevando a cabo una «investigación selectiva» y escarbando en sus temas personales sin que sean el objeto de la causa. Al PSOE, para encajar este episodio dentro de su narrativa de un acoso en los tribunales al presidente del Gobierno.

Lo que parece claro es que las amenazas de Ábalos han surtido efecto. Porque lo que pretendía el exministro con la divulgación de los mensajes es presionar al Gobierno para que le protegiese de la UCO. Y parece que es efectivamente lo que ha ocurrido.

De ahí que el ex número dos de Sánchez no haya querido hacer más sangre. De hecho, los mensajes divulgados, si bien emborronan aún más (si esto es posible) la credibilidad de Sánchez, no incriminan en ningún comportamiento ilícito al presidente del Gobierno.

Todo apunta a que se ha tratado de un pellizco medido de Ábalos, para apretar a Sánchez lo suficiente pero no tanto como para comprometerle penalmente.

En cualquier caso, estos mensajes reabren y acrecientan el misterio sobre los verdaderos motivos por los que el presidente destituyó a su escudero en julio de 2021.

La opción más benévola con el presidente es que, según la versión que llegamos a conocer, Sánchez lo cesase por la creciente rumorología sobre la disoluta vida privada del exministro.

Pero si efectivamente prescindió de él por este motivo, ¿por qué Sánchez calificó de «infundios», en sus mensajes de noviembre de 2021, las informaciones publicadas tres días antes sobre conductas de Ábalos relacionadas con la prostitución?

Y, sobre todo, ¿por qué tomó la iniciativa de romper su silencio cuatro meses después de cesarlo para «solidarizarse» con Ábalos, cuando comenzaron a difundirse las informaciones sobre su vida personal y sus gastos irregulares?

La segunda opción, mucho más demoledora para el presidente, es que destituyese a Ábalos por haber tenido conocimiento de sus prácticas presuntamente delictivas junto a Koldo. Y si Sánchez consideraba realmente infundadas las informaciones sobre la vida priva de su número dos, entonces debió cesarlo por otro motivo.

Además, el hecho de que, el día en que lo despidió, el presidente le dijera a Ábalos que «la relación con Koldo no te ha hecho ningún favor», parecería avalar esta segunda hipótesis.

Por no hablar de que resulta ingenuo pensar que alguien con un dominio total de su partido como el que tiene Sánchez ignorara completamente que, tal y como les atribuye el instructor del Tribunal Supremo en su auto de este lunes, Ábalos y Koldo usaban su influencia en el Ministerio para «‘abrir puertas’, facilitar contactos, agilizar trámites, con el propósito de favorecer los intereses que el Sr. de Aldama promovía».

Está fuera de duda que el presidente tenía, al menos, algún tipo de información desfavorable sobre su entonces ministro de Transportes. La incógnita está en qué tipo de información tenía. Los españoles siguen a la espera de una explicación sobre un hecho insólito en democracia: que un presidente cesara a su número dos abruptamente sin aportar ninguna razón.