Antonio R. Naranjo-El Debate
  • Todo el cinismo de la progresía se condensa en la excursión africana del presidente

Ha emprendido Sánchez una gira por Mauritania, Senegal y Gambia, sin que esta vez pueda especularse sobre si el interés era estrechar los lazos de España con África o los de Begoña Gómez y su África Center con todos esos clientes: no irá a hacer gran cosa, pero al menos no es fundada la sospecha de que va a abrirle puertas a su esposa. Un leve avance, pues: Robert Redford viaja, pero Meryl Streep se queda en casa en esta secuela rupestre de «Memorias de África».

La excursión del presidente del Gobierno valdrá, ante todo, para soltar millones a Gobiernos sospechosos para que, a cambio, intenten controlar la salida de inmigrantes rumbo a Canarias y si es posible acepten la devolución de algunos, según la habitual política de Europa en este ámbito, tan lamentable como en unos cuantos más.

Aquí privatizamos la defensa de las fronteras y se la adjudicamos a terceros países, para quitarnos el engorro poco estético de repeler a inmigrantes en territorio nacional, sin que nos importe cómo los tratan antes de llegar: se paga a Marruecos por ese servicio, con un cinismo solo superado por la incompetencia propia y resumido en la muerte de dos decenas junto a la valla de Melilla, resuelta por Marlaska con una cadena de mentiras para salvar su trasero togado.

Es de suponer, pues, que Sánchez haya aterrizado en la zona con el zurrón lleno de billetes, lo que en sí mismo ya es un reconocimiento de una crisis que, sin embargo, oficialmente no existe: ¿No habíamos quedado en que la inmigración irregular era un problema ficticio calentado por la ultraderecha xenófoba? Si es así, ¿por qué es necesario viajar a intentar sofocarlo a cambio de una millonada?

Y aún más, si todo el fenómeno migratorio es la consecuencia de las guerras, las hambrunas y las epidemias en origen, ¿por qué se les deja jugarse la vida cruzando el mar en una patera y no se les rescata y traslada en aeronaves y buques seguros?

Como se pilla antes a un progresista de pacotilla que a un cojo, la expedición sanchista es la confesión de que el relato local vale para que la tertulianez del Régimen emita sofocantes alaridos panfleteros, pero no esconde la gravedad real del asunto, la inepcia para gestionarlo y el descontrol de las consecuencias de todo ello. Aunque luego, por no perder el hilo argumental local, se complete la misión real del viaje con otro cántico negligente a favor del efecto llamada.

Algo hemos ganado este verano, al menos: debatir públicamente sobre la inmigración ha dejado de ser un anatema y existe la posibilidad, siquiera remota, de que al fin se pueda discurrir sobre el asunto sin el buenismo bobo o el dramatismo hiperventilado habituales, que son los dos extremos estériles de moda.

Ningún país civilizado del mundo puede mirar para otro lado ante un drama humanitario, pero ninguno, tampoco, puede convertir sus fronteras en una barra libre porosa por la que penetren, sin ninguna barrera, todos aquellos que quieran y tengan el aplomo de intentarlo por las bravas.

El Gobierno, en este asunto, ha evidenciado una vez más su incapacidad para bajar del universo imaginario en el que habita para gestionar la realidad, mucho más chusca pero también más inevitable. Y de ese barro llega el lodo que marcará el debate público en España y en Europa los próximos años.

Porque nadie con decencia y corazón puede permanecer impasible viendo a un niño llegar a una playa sin sus padres, ahogados en la travesía. Pero nadie con cabeza puede permitir, que en nombre de ese drama, se sigan llenando las ciudades de atletas de 22 años que vienen para jugar en el Real Madrid tras pagarle una pasta a un mafioso con barco y se encuentran en un campo de refugiados absurdo que solo les presta servicio de letrina y comedor y doce horas diarias de paseo sin rumbo.

Solo hay que escuchar a los operadores del campo o la construcción para entender cuánta mano de obra hace falta y vincular a esa necesidad el fujo de llegadas, sin renunciar a preguntarse cómo es posible que en un país con cuatro millones de parados reales no haya españoles dispuestos a cubrir las vacantes. Y añadir a eso la imprescindible cuota de refugiados y huidos por necesidad, que serán de Mali pero no de Marruecos; y la cooperación en origen, tan alejada de la actual, consistente en gastar a lo loco sin saber en qué bolsillos acaba.

La aplicación de esa doctrina no será sencilla, pero mientras se encuentra la fórmula hay que al menos emitirla: las mafias y sus engañados clientes deben saber que es una mala idea y no el chollo que ahora explotan impunemente.