Ignacio Varela-El Confidencial
- Sánchez se mostró más que nunca como un matón pendenciero de arrogancia incontenible y Feijóo cayó como un pichón en una ingenuidad impropia de un político de su experiencia
Pedro Sánchez, tres discursos y 130 minutos en la tribuna. Alberto Núñez Feijóo, dos intervenciones apresuradas en apenas 25 minutos. Me niego a analizar eso como algo que se aproxime a un debate parlamentario equitativo o un cara a cara en la cumbre. Podría decirse con más propiedad que uno puso la cara (toneladas de cara) y el otro ofreció el trasero para que se lo rompieran. Sánchez se mostró más que nunca como un matón pendenciero de arrogancia incontenible y Feijóo cayó como un pichón en el error que jamás puede permitirse quien se enfrenta a un sujeto de esa especie: una ingenuidad impropia de un político de su experiencia. Como señaló Rubén Amón en su crónica de urgencia, al líder del PP y a sus colaboradores les queda mucho que aprender sobre la naturaleza del sanchismo.
Me parece increíble que los responsables del PP no tuvieran la precaución de repasar el reglamento del Senado antes de desafiar a Sánchez a que acudiera a la Cámara Alta. ¿Acaso soñaron que se les concedería una especie de debate sobre el estado de la nación en miniatura, o quizá confiaron en que Sánchez usaría con cierta moderación la ventaja abrumadora que el formato proporciona al Gobierno? A los 15 minutos y dos segundos, el esbirro que preside el Senado ya estaba acosándolo para que cerrara la boca y diera paso a la segunda y luego la tercera perorata del jefe. Las comparecencias del Gobierno no están hechas para debatir, sino para que uno hable tanto como quiera y los demás escuchen. Por eso el aparato monclovita aceptó inmediatamente el regalo que les ofrecieron desde Génova.
Uno de los problemas de Pedro Sánchez es que carece de sentido de la medida. Cuando las circunstancias o un despiste del adversario lo colocan en posición dominante, exprime esa ventaja sin contemplaciones hasta la última gota, entrando de lleno en el terreno del abuso de poder. Ayer le brindaron una excelente ocasión de puntuar positivamente: el reglamento le beneficiaba de forma estrepitosa, le permitieron elegir a su conveniencia el tema y el enfoque de la sesión y, por razones obvias, posee un conocimiento actualizado del dosier energético superior al de Feijóo.
Con el campo inclinado claramente a su favor, le habría bastado aprovechar prudentemente la situación para salir del evento como ganador. Pero una vez más, su instinto depredador lo traicionó doblemente: porque hizo un uso escandalosamente abusivo de la desigualdad reglamentaria, convirtiéndola en el hecho más notorio de la sesión, y porque, en lugar de limitarse a mostrar su mayor dominio del temario, cayó en la tentación de convertir su segundo y tercer discurso en sendas ‘trincas’ personales con un diluvio de navajazos al estómago de su interlocutor, que apenas dispuso de cinco minutos —racionados con igual mezquindad por el presidente— para defenderse de una avalancha de agresiones. Sánchez no se conformó con superar a Feijóo argumentalmente: lo quiso atropellar valiéndose de la desmesurada ventaja que le deparaba el marco de la sesión. La cosa fue tan excesiva que terminó volviéndose contra él. Si en esta fase de la precampaña electoral se trata de intentar hacerlo más parecido a un ser humano que a un androide programado para el exterminio, ayer retrocedió varios pasos en ese propósito.
El caso es que el arranque de su primer discurso adquirió un infrecuente tono presidencial, de gobernante realista y maduro. Pero fue un efecto efímero: se ve que los redactores se dejaron llevar por el forofismo y pronto Sánchez empezó a gustarse y nos dio la bienvenida al paraíso español: un país donde todo es prosperidad, listo para acudir a salvar al resto de Europa, con todas sus necesidades energéticas cubiertas y un pequeño accidente llamado inflación que remitirá más pronto que tarde y del que, en todo caso, los ciudadanos están protegidos por la benemérita acción social del Gobierno progresista.
Alardeó del 13% de paro, sugirió que solo dos de cada 10 trabajadores sufren precariedad laboral en España, afirmó que la producción industrial crece de modo espectacular, se vanaglorió del saneamiento de las cuentas públicas y de reducir la montaña de la deuda, sacó a pasear de nuevo los 24.000 millones de los fondos europeos (de los que no ha sido capaz de ejecutar ni el 20% de lo recibido) y pronunció literalmente estas tres expresiones insólitas: “fundamentos robustos de la economía”, “cifras francamente positivas” y “muestras innegables en Europa de confianza en la economía española”. Lo dicho, toneladas de cara.
Si hay alguna incertidumbre en el horizonte, repitió varias veces, se debe únicamente a factores ajenos, singularmente el perverso universal Putin y la mala cabeza de franceses, alemanes y otros socios que ahora esperan ansiosos la ayuda salvadora de España. ¿La recesión? Un invento. Hasta se permitió el lujo de compararse ventajosamente con los Estados Unidos, un país energéticamente autosuficiente y con pleno empleo. Con el clima social existente, es de imaginar el estupor de quienes escucharan la fábula onanista. Ya lo escribió Iván Redondo en ‘La Vanguardia’: no permitas jamás que el contexto se interponga en tu mensaje.
También trajo escritas las otras dos piezas: de hecho, las leyó sin disimulo. En ellas, ignoró olímpicamente el contenido del minidiscurso —ciertamente aturullado— de Feijóo y se lanzó a su yugular, con una retahíla de invectivas en las que lo hizo personalmente responsable hasta de las cosas de la vieja Alianza Popular en la transición. La última obsesión del oficialismo es presentar al nuevo líder de la oposición como un paleto ignorante y reaccionario, y, sobre todo, como un pelele manejado a distancia por los oscuros poderes oligárquicos —y los periodistas a su servicio—, que conspiran para derrocar al noble Gobierno progresista que solo busca proteger al honrado pueblo trabajador —también llamado “la gente”— de la rapiña capitalista. Ya es difícil desbordar a Iglesias en verborrea populista, pero Sánchez está cada día más cerca de lograrlo.
Feijóo cometió dos errores fatales. El primero, ya señalado, provocar inocentemente un debate en el que, dadas las condiciones inicuas de la contienda, solo podía salir arrollado. El segundo, adoptar un tono quejumbroso y lastimero, perdiendo lastimosamente el escaso tiempo de que disponía en dolerse de que lo insulten. Al líder del PP, acostumbrado a dominar con la gorra el Parlamento gallego, se lo vio aturdido ante la embestida navajera de Sánchez. Alguien debe hacerle saber que esto es lo que le espera hasta las elecciones, sobre todo si las encuestas le siguen favoreciendo. Solo él y su equipo son responsables de este primer pinchazo serio de su peripecia al frente del PP.
‘Insolvencia o mala fe’ es la nueva etiqueta que se quiere adosar a Feijóo. En las próximas semanas, nos hartaremos de oírla repetir a los costaleros de Sánchez. Ciertamente, en esta sesión el líder de la oposición se ayudó poco a sí mismo en cuanto a la solvencia; pero toda la mala fe corrió por cuenta del presidente.