Tonia Etxarri-El Correo
Sus socios comparten el temor a que la derecha gane las próximas elecciones
Del compromiso de Pedro Sánchez a convocar elecciones «cuanto antes» al emplazamiento retador a la oposición de que pueden «esperar sentados» porque piensa gobernar hasta 2020, han transcurrido siete meses y se ha producido un vuelco electoral en Andalucía. El PSOE ha perdido el poder que ha ostentado durante más de 36 años. Cambio de ciclo. El temor a que un tripartito de centro derecha empiece a marcar tendencia en España es lo que le mantiene aferrado al timón de La Moncloa. Ninguno de sus socios le rechista. Es un temor compartido. Porque ninguno está interesado ahora en terminar la legislatura. Ni nacionalistas vascos ni secesionistas catalanes. Saben que difícilmente se va a volver a dar esta conjunción astral de un presidente tan necesitado de apoyos con su intención de obtener los máximos beneficios en su pulso independentista. Una alternativa de centro derecha comportaría, entre otras cosas, una redefinición de las autonomías. Eso se temen. Por lo tanto, Sánchez piensa seguir aprovechándose de esta situación. Buscando réditos en la polarización. Su mayor activo, cuando vuelva a ser candidato, es haber encauzado el conflicto en Cataluña. Una aproximación, al menos. De ahí que se empeñe en seguir. Para poder beneficiarse de la campaña electoral más larga concebible en un Gobierno provisional. Aunque no haya pasado por las urnas, y tenga tan solo 84 escaños de los 350 del Congreso y que, ni siquiera, sea ya diputado. Pero es presidente, al fin y al cabo.
Va dando prebendas a sus aliados. Con aumento de gasto público y subida masiva de impuestos, que comportará más deuda y déficit. No le importa. Más dinerito a sus socios. Tirando de Disposición Adicional Tercera del Estatut. La inversión territorial equivalente al PIB de Cataluña será del 18%. Aunque todo le parezca poco a los gobernantes catalanes, más pendientes de gestos políticos que económicos. Sánchez ya se ha deshecho en gestos. Algunos, como la presión a la Justicia, no han sido sutiles. Cuestionando en sede parlamentaria la existencia del delito de rebelión en el ‘procés’, contradiciéndose a sí mismo cuando estaba en la oposición. Borrando la palabra «violencia» del escrito de la Abogacía del Estado sobre los acontecimientos del 1-O. Destituyendo al abogado del Estado, Edmundo Bal, partidario de mantener la acusación del delito de rebelión. Dejando caer, a través de algunos ministros y compañeros, su disposición a conceder indultos. Gestos de injerencia en el Poder Judicial. Pero los independentistas tan solo admiten la libre absolución de los que se van a sentar en el banquillo por haber querido dar un golpe a la Constitución. Y el referéndum, como siempre.
Hoy comienzan los trámites del proyecto presupuestario. Sánchez necesita a todos. Populistas. Nacionalistas vascos. Secesionistas catalanes. EH Bildu. Pero sus socios de la moción de censura también le necesitan. No van a volver a tener a un presidente dispuesto a hacer tantas concesiones. La alternativa de centro derecha no será tan condescendiente. Los nacionalistas vascos, que ya se pusieron en guardia en cuanto Ciudadanos traspasó la frontera catalana y empezó a expandirse con su discurso centralizador, no tienen ningún interés en acortar esta legislatura. La izquierda es útil, la derecha, mala y los nacionalistas, los buenos. Este es el axioma con el que se mueve la política en nuestro país.
En la campaña de la izquierda cobra fuerza los prejuicios hacia la derecha. Con una sobre actuación que está desenterrando enfrentamientos propios de otras épocas. La izquierda va sembrando sospechas. Que viene la involución. Y no se refieren a la que provocaría el secesionismo sino a quienes han favorecido la gobernabilidad en Andalucía. Y se ha disparado el concurso de los insultos. Los episodios de violencia que han sufrido los militantes de Vox han venido precedidos de una campaña de desprestigio contra ellos. Sánchez compara a PP, Ciudadanos y Vox con el ultra brasileño Bolsonaro y se queda tan a gusto.
Pero su ataque contra la alianza en Andalucía se vuelve contra él. ¿Cómo puede justificar sus pactos con socios que son anticonstitucionalistas? «Prefiero pactar con el partido de Ortega Lara que con el de Otegi», se le encara la flamante portavoz del nuevo PP, Isabel Díaz Ayuso.
Con Presupuestos o sin ellos, intentará aguantar. Ya ha batido el récord de gobernar a golpe de decreto (25 en 7 meses). Seguirá así para compensar su debilidad parlamentaria. Reniega de coaliciones constitucionalistas. Su opción está en un extremo.