- Sánchez embiste contra los «ultrarricos» de las centrales nucleares como si no fueran los mismos «ultrarricos», atendiendo a sus demagogias, que atesoran las plantas eólicas y solares de las que saca tanto pecho
Si alguien se hubiera despedido de España al cumplir Pedro Sánchez su primer año de mandato y hubiera regresado para asistir al «Plenónmibus» de este miércoles y jueves en las Cortes, seguro que hubiera compartido la sensación de Bernard Shaw cuando, hastiado del mismo número de un prestidigitador en un local de music-hall, se marchó y, al retornar al cabo del tiempo, se topó nuevamente con ese ilusionista y con idéntico juego de manos. Si para el escritor y polemista irlandés fue prueba inequívoca de que no había forma de que el music-hall evolucionara, otro tanto con Sánchez y su reiteración hasta el absurdo de similares componendas desde el ambón del Congreso.
No obstante, ello le trae al pairo. Como vislumbró el gran Ramón (Gómez de la Serna), hay una parte —menguante, si se quiere— de los votantes que, al verle el cartón, se lo perdonan recitándose para sí: «Lo listo que es este tío y yo con él al descubrir su truco». Ahora bien, tras lo vivido en el ‘music-hall’ de la Carrera de San Jerónimo, se constata, no ya que el poder ha corrompido a Sánchez, como ocurre tantas veces, sino que él ha corrompido el poder y destruye la nación, mientras embizca al respetable deslizando raudo las bolitas de un trile que ha elevado a juego oficial. Tras desaparecer de calles y esquinas, este timo de pícaros se enseñorea del hemiciclo de culiparlantes de la soberanía nacional. Así, después de escucharlo presumiendo casi de los apagones y parones ferroviarios sufridos por la ciudanía, habría que aseverar que, en España, parafraseando a Chesterton, la mejor manera de llegar a tiempo en tren es perdiendo el anterior.
Aun así, cuando la situación se desborda con un país a dos velas y los convoyes varados entre estaciones por la negligencia e incompetencia de gobernantes que anteponen «vivir de la política» a «vivir para la política», tales argucias hay que redoblarlas emporcando al adversario y satanizando a los «sospechosos habituales» para que la opinión pública se divierta a la gallina ciega con tales cabezas de turco. Para aparentarse víctima, en vez del victimario que es, Sánchez tira de su manual de resistencia apoyado en el cinismo y la hipocresía.
De un lado, Sánchez remeda a aquella dama de alta cuna y de baja cama que, al sorprenderla el marido acostada con su amante en el lecho conyugal, se insolentó con el cornúpeta al que, con descaro, le espetó: «Ah bien, veo que ya no me amas y crees más a lo que ves que a lo que yo te digo». Y, de otro lado, Sánchez embiste contra los «ultrarricos» de las centrales nucleares como si no fueran los mismos «ultrarricos», atendiendo a sus demagogias, que atesoran las plantas eólicas y solares de las que saca tanto pecho que hace saltar los fusibles y deja a oscuras a España con el Gran Apagón de este 28 de abril.
Lo cierto es que, siendo una hipótesis ya advertida por Red Eléctrica y por las compañías del sector, el eclipse no se ha debido a las «verdades de conveniencia» de Sánchez —el ciberataque, por ejemplo—, sino a su mesianismo y su «corre, corre Corredor» para anunciar a tambor batiente, contra todo criterio técnico y las leyes de la Física, que España era el primer país del mundo en usar sólo renovables. Al modo napoleónico, crea una comisión para enterrar el asunto y que, además, se da seis meses para que se haga el olvido. Al reventar la caldera al grito marxista (sector Groucho) de «¡Esto es la guerra!» persiguiendo su temeridad, Sánchez ha dejado sin luz a toda la península ibérica tras haber sido Reino donde nunca se ponía del sol.
Todo por mor de un desaprensivo que no escarmienta en cabeza ajena al no haber aprendido la lección de Zapatero. Hace diez años, escoltado por Sánchez al que su equipo le confeccionó su falsa tesis doctoral y por Zapatero del que fue ministro de Industria, Miguel Sebastián confesaba en la presentación de su libro «La Falsa Bonanza» que «se nos fue la olla» con las energías verdes cebando la bomba de la crisis financiera de 2008. «Al calor del boom económico, embriagados por la actividad económica y por el empleo, no quisimos ni oír hablar de dificultades estructurales, de desequilibrios o de crecimientos sostenibles», según Sebastián. Entre 2004 y 2011, las primas a las renovables se dispararon a los 9.000 millones anuales. Ello encareció el precio de la luz y desató un sinnúmero de pleitos internacionales millonarios que, a consecuencia de los cuales, tiene embargados hoy edificios emblemáticos del Estado en medio orbe.
Ello obligó al Gobierno de Zapatero a pinchar en 2010 aquella burbuja fotovoltaica merced a la cual se encandiló al mismísimo Obama y que se llevó por delante a multinacionales españolas como Abengoa con Borrell en su consejo de administración. No en vano, las primas a las renovables, causante del endiablado déficit tarifario, se convirtieron en producto financiero de alta rentabilidad tras propiciarse la reventa de derechos. Para Sebastián, se fue demasiado rápido y se cometieron excesivas pifias en unos años en los que, para multiplicar la cosecha de subvenciones, se llegaba al estrambote de enchufar las fotovoltaicas a la red de eléctrica en los días y horas en que no había sol. En la «Falsa bonanza», se malgastaba a tontas y ciegas.
Como explicó Sebastián aquel octubre de 2015 ante el desahuciado Zapatero y el novicio Sánchez, la burbuja fotovoltaica de la primavera de 2008 aconteció ante las narices del Gobierno con las administraciones dispensando facilidades, bordeando incluso la legalidad, a aquella avalancha de solicitudes ávidas de beneficiarse de una copiosa lluvia de primas que transfirió rentas desde la agricultura y la industria a «los terratenientes o financieros que desplegaron los huertos solares por toda España», según arguyó para recortar los subsidios a las renovables.
En suma, no es que los «ultrarricos» de las nucleares sean también los de las eólicas y solares, sino que estos últimos lo son merced al error de bulto de Zapatero, cuyos malos pasos sigue Sánchez a galope tendido. Por eso, como en «El hombre que fue Jueves», de Chesterton, donde Scotland Yard recluta a un poeta para que se infiltre en la cúpula de una banda anarquista hasta que se destapa que la conforman los policías encargados de su desarticulación, otro tanto con Sánchez y sus gregarios. Lejos de ser saboteado por ninguna «Mano Negra», como aquella de la Andalucía de la década de 1880, el Consejo de Ministros de Sánchez se sabotea a sí mismo como aquel Supremo Consejo Anarquista chestertoniano en el que «todos éramos —estalla uno de los fingidos anarquistas— un hatajo de policías imbéciles acechándonos mutuamente». Observando la cara de «Noverdad» Sánchez en el «Plenómnibus», merece análogas palabras a las que el escritor inglés le dedica a Jueves: «Syme no era realmente un poeta, pero, sin duda alguna, era un poema». Pierde la olla como ZP en su «Falsa bonanza» previa al diluvio financiero de 2008.