José Alejandro Vara-Vozpópuli
  • Tamames, desinhibido y zumbón, protagonizó el episodio cumbre. Yolanda Díaz, astuta ingenuidad, aprovechó el momento. Feijóo, la inevitable ausencia. Sánchez, naufragó.

Pedro Sánchez perdió los papeles. Subió al estrado con el discurso equivocado. Ramón Tamames había acortado, modulado y afinado el borrador que se filtró días atrás a los medios. Sánchez, lejos de reaccionar y adaptarse al nuevo libreto, se empeñó en leer el ‘tocho’ que le habían preparado sus esforzados escribas antes de la mutación. Patinazo colosal y, además, nada breve. Tamames, en su pasaje más ocurrente y celebrado, se lo reprochó: «Ha sido una hora y cuarenta minutos. En menos tiempo, Asimov explicó la historia del Imperio Romano».

Superada la primera jornada sin más víctimas que alguna vejiga hipertrofiada y un par de cogotes desportillados por las somnolientas cabezadas, la moción de censura de Vox se desarrolló por los senderos de lo previsible, salvo un par de estimulantes sorpresas. La primera réplica de Abascal Sánchez, en un tono prudente y mesurado, propio de un lord inglés en una función de Wilde, descolocó incluso a muchos de los suyos. También, cómo no, la solvencia de Ramón Tamames en la lectura de su inocua propuesta, más académica que política y, por ende, con más vuelo intelectual que impacto electoral. Entre medias, no hubo más que las interminables, pedestres y ofuscadas intervenciones del presidente del Gobierno, ansioso de foco, ávido de cámaras, yonqui de aplausos, con esa prosa espesa y torpona de guía de museíto de provincias. Como en los comics, un humillo cabreado emergía de sus sienes cundo se sumergió en el auto a la hora del tardío almuerzo. Ya no regresó.

En ausencia de Feijóo, Abascal se quiso líder de la oposición. Evitó ensañarse con el PP y hasta le tendió la mano para formar un tándem alternativo al Gobierno basura. Quince minutos infames de demonización de los medios, sin duda innecesarios, enlodaron el arranque de su disertación, un atinado compendio de los diferentes castigos que el sanchismo inflige al torturado contribuyente. El aludido gesticulaba con muecas desabridas ante la lluvia de boniatazos y respondía luego con insultos caducos y menosprecios infantiles. Hasta le reprochó al líder de Vox que no hubiera mencionado a Putin. Vamos a ver, señor presidente, que los putinianos son los comunistas que tiene usted en su Gobierno.

  • En su arbitraria enunciación de los pecados del enemigo, se aferró con desesperación de náufrago a las manoseadas balizas. ‘Ultraderecha’, ‘fascista’, ‘machista’ y eso

El sanchismo es como esa religión de la que se conservan algunos templos (en este caso, la catedral de la Moncloa) pero en la que ya pocos creen. Ni siquiera su deidad suprema, que intentó vanamente robustecer los temblorosos cimientos de su iglesia en una sesión diseñada a su medida y que malbarató por falta de preparación y exceso de confianza. Signos evidentes de una inevitable decrepitud. En su arbitraria enunciación de los pecados del enemigo, se aferró con desesperación de náufrago a las manoseadas balizas. ‘Ultraderecha’, ‘fascista’, ‘machista’ y eso. A Tamames, con currículum de antifranquista encarcelado, incluso le restregó a Blas Piñar. Recibió adecuada respuesta en forma del criminal Largo Caballero.

Más argumentos no acumula Sánchez para hilvanar una sólida estrategia cara a las urnas de mayo, en las que arriesga no sólo su poder local y regional, sino ese imprescindible impulso para afrontar unas elecciones generales que ya le anuncian ruina. Lo de fusionar al PP con Vox es argumento periclitado tras lo ocurrido en los comicios de Madrid y de Andalucía, donde el voto útil, impulsado por dos dirigentes de enorme tirón, inclinó el escrutinio hacia el el partido de Feijóo. Enarbolar la temible imagen de un Abascal con uniforme de requeté hace tiempo que dejó de producir efecto político alguno salvo en los sectores más fervorosos de la izquierda cerril. Tan absurdo como el vicio casi pecaminoso de pronunciar la palabra ‘ultraderecha’ cada cinco frases, algo que sólo resulta razonable bajo los efectos de la desesperación o de un canuto patagónico.

Su discurso, la presentación en sociedad de su inconcreta Sumar, fue oportunista, epidérmico, faltón, embarullado y memo, ingredientes óptimos para triunfar en la izquierda

La moción, eso sí, ha ejercido de sobrevenido parapeto al alud de inconvenientes episodios que en estas últimas semanas han zarandeando, como nunca hasta ahora, la imagen del Gobierno. El desfile de violadores por el sí es sí y los calzones de la banda del diputado socialista provocaron escenas de desesperación y hasta histeria en el ala oeste de la Moncloa, que recibió como un regalo inesperado esa liturgia parlamentaria, tan inútil como escasamente amena. «Todo lo que termina es breve», decía Macedonio. Pues no.

Si Sánchez desperdició su oportunidad, labrada ex profeso para su ilustrísima persona, Yolanda Díaz se mostró mucho más hábil. Su discurso, presentación en sociedad de su inconcreta Sumar, fue oportunista, epidérmico, faltón, embarullado, reiterativo y memo, esto es, los ingredientes necesarios para triunfar en ese ‘espacio’ de semovientes que pululan a la izquierda de la izquierda. Junto a Feijóo, inspirado ausente, fue la triunfadora de la jornada. Es lo que hay.