Si las elecciones de ayer hubieran sido unas generales y no unas europeas, la victoria del PP con cuatro puntos de ventaja sobre el PSOE, y el achicamiento del espacio de Sumar y de Podemos, que ha pasado del 12,33% de los votos en los comicios de 2023 al 8% de ayer, habrían hecho presidente a Alberto Núñez Feijóo y no a Pedro Sánchez.
Ese era uno los objetivos de máximos que se había marcado el PP para estas elecciones europeas. Conseguir un resultado que, trasladado a unas generales, le diera la Moncloa a Feijóo y no a Sánchez. En este punto en concreto, el PP cumplió ayer las expectativas.
Los resultados arrojados por las urnas españolas merecen, sin embargo, un análisis más profundo. Porque al fracaso de Yolanda Díaz, que ni siquiera hizo acto de presencia en la sede de su partido alegando necesidades de «conciliación familiar», cabe sumar la entrada en el Parlamento Europeo de la fuerza de Alvise Pérez, un agitador sin partido y sin programa que sólo puede ser encuadrado en el cajón de sastre de la antipolítica.
Pero incluso ese dato puede ser esgrimido como un éxito por un Feijóo que se convierte en el único líder de un partido conservador de los cuatro mayores países de la UE que ha sido capaz de contener el crecimiento de los partidos de la extrema derecha mientras estos ganaban las elecciones en Francia, Italia, Austria, Holanda, Hungría, Croacia, y Finlandia, o quedaban en segundo lugar en Alemania y Polonia.
El PSOE, que ha pasado del 31,68% de los votos en 2023 al 30,2%, puede esgrimir un innegable espíritu de resistencia. Pero sólo a costa de obviar que esa resistencia se nutre del trasvase de votantes de Sumar y de Podemos, y que el resultado global de la suma de la izquierda y la extrema izquierda mengua elección tras elección.
Fue el presidente del Gobierno, además, el que planteó los comicios europeos como un plebiscito sobre su presidencia. Y los resultados son inescapables. Si estas elecciones eran un referéndum sobre Begoña Gómez, la amnistía y el reconocimiento de Palestina, Pedro Sánchez lo ha perdido frente al PP de Feijóo.
La derrota del PSOE, más amplia de lo que se previó durante la última semana de campaña, cuando se llegó incluso a fantasear con un empate o una victoria socialista, dificultará que el presidente lleve adelante sus planes para la renovación del Consejo General del Poder Judicial, la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado o las anunciadas, aunque todavía no concretadas, futuras restricciones a la libertad de prensa.
Mención aparte merece el enésimo fracaso de las estimaciones del CIS, que ya ni siquiera puede pretender que es algo más que una herramienta para la manipulación de la opinión pública y la creación de un estado de ánimo ciudadano cuyo objetivo final es la alteración de los resultados electorales en beneficio del presidente del Gobierno.
Pero que nadie se engañe al respecto. Los resultados de las elecciones europeas, que el PSOE embellecerá para presentarlas como una heroica resistencia con todos los factores en contra, son mucho menos problemáticos para el presidente que lo que ocurra durante los próximos días y semanas en el Parlamento catalán.
En este sentido, es muy probable que la debilidad evidenciada ayer por el PSOE, ciertamente todavía no letal para el presidente, pero sí desde luego preocupante para la estabilidad de su gobierno, incrementen las exigencias de sus socios de coalición. Está por ver que la huida hacia adelante de Sánchez siga teniendo recorrido.
El cambio de eje de la política europea, que ayer dio un giro evidente hacia la derecha y la derecha radical, no remarán a su favor. Sánchez está hoy un poco más sólo que ayer, tanto en España como en Europa.