- Por casualidades o causalidades de la vida, aquel 2019 –con Sánchez manejando el Presupuesto– fue el año de creación de la consultora Acento por José Blanco, mano derecha de Zapatero, a la que incorporó al exministro del PP, Alfonso Alonso, para darle un aire transversal a un lobby que se disparó como un cohete llevando los asuntos de Huawei por medio de dos expertos en puertas giratorias
Amedida que sitúa en la picota el Estado de derecho en los términos que lleva afeando un sexenio el Greco (Grupo de Estados contra la corrupción del Consejo de Europa), un Pedro Sánchez a la fuga compromete la seguridad nacional a la que pone en jaque con su alineamiento con el régimen chino y su ruptura tácita con EE. UU. A la par que degrada la democracia y derruye la nación, rendido al totalitarismo internacional y al soberanismo nacional, los lobbies amigos hacen sustanciosos negocios con su agiotaje de cuello y guante blanco. Todo ello en un país con tan buen estómago como mala cabeza en el que un buen vino de Jumilla –como se ve estos días en las televisiones– distrae una barbaridad para que Sánchez tengan las vacaciones tranquilas en la tumbona del Palacio de la Mareta.
Por su cuenta y riesgo, sin dar vela al Parlamento como con el Sáhara, como si España fuera de facto una autocracia y él Xi Jinping, Sánchez fía las comunicaciones estratégicas a una terminal del Partido Comunista Chino y anula la compra de aviones furtivos F-35B a EE.UU. para sustituir a los más que obsoletos Harrier, cuya única alternativa viable era esa versión de despegue y aterrizaje vertical estadounidense. Nuevamente, el Gobierno prima los intereses ideológicos y los untos a los camaradas por mor de una reconfiguración geoestratégica cuyas bases sentó un Zapatero. El expresidente recoge las nueces del nogal que plantó en julio de 2005 con el otrora presidente chino Hu Jintao de una alianza mutua para ponérselo imposible a EE.UU., según presumiría luego con sus conmilitones del Grupo de Puebla, entre ellos Maduro, el jefe del cártel de los soles.
A resultas de la componenda, el portaaeronaves Juan Carlos I, hoy en el dique seco sometido a reparación, quedará inoperativo a corto plazo y la capacidad de las Fuerzas Armadas mermada en un país con 7.660 kilómetros de costa. Una temeridad de cara a riesgos sistémicos como el «Arco del sobresalto», esto es, el eje Baleares-Estrecho-Canarias como epicentro de la defensa española desde los 60, dada su importancia para sus fronteras, así como para el tráfico marítimo global. De ahí que el Ejército británico se agarre a la base del Peñón de Gibraltar, y qué decir de España ante la tentación perenne marroquí de plantar sus botas en Ceuta y Melilla, una vez que sus babuchas ya ocupan las calles de las ciudades autónomas.
Sin duda, esta confluencia de decisiones con China y EE. UU., luego de advertir el Comité de Inteligencia norteamericano que España juega con fuego al adjudicar contratos públicos en materias sensibles a Huawei, tensará inevitablemente el «Arco del sobresalto» si Trump y Mohamed VI juzgan útil tocar la lira con él. No en vano, por mucho que Sánchez se arrodille ante el monarca alauita como si fuera su Soberano, ambos países han atado sus relaciones con el nudo gordiano de los Acuerdos de Abraham de 2020 que auspició Israel y luego de que Washington amenazara con trasladar las tropas de las bases de Rota y Morón al otro lado del Estrecho en respuesta a las afrentas de Zapatero.
Como muestra de la vuelta de campana de Sánchez, conviene recordar cómo, al cabo de 39 años de la desarticulación logística de ETA en la cooperativa Sokoa, merced al Mosad, la CIA, y la Gendarmería francesa, aquel Gobierno del PSOE ha sido reemplazado por otro que ha hecho socios a ETA y se enfrenta a los países que hicieron posible aquella operación de la democracia contra sus sanguinarios enemigos. Un Sánchez que deshonra a las víctimas cómo no iba a hacerlo con quien coadyuvaron a menguarlas.
Si EE.UU. y la UE concebían que era inimaginable utilizar un tentáculo del PCCh para recopilar y almacenar datos sensibles, otro tanto el Ministerio de Defensa español que recomendó en 2019 la desconexión inmediata de Huawei después de que la Casa Blanca la incluyera en su lista negra. Sin embargo, ahora Defensa recurre a su tecnología, al igual que el Ministerio del Interior. Por casualidades o causalidades de la vida, aquel 2019 –con Sánchez manejando el Presupuesto– fue el año de creación de la consultora Acento por José Blanco, mano derecha de Zapatero, a la que incorporó al exministro del PP, Alfonso Alonso, para darle un aire trasversal a un lobby que se disparó como un cohete llevando los asuntos de Huawei por medio de dos expertos en puertas giratorias como Antonio Hernando y su mujer, Anabel Mateos, quienes han ido de la consultora al Gobierno y al PSOE como Pedro por su casa. Si la Policía belga registró diversas oficinas de Huawei en Bruselas investigando el posible pago de sobornos a eurodiputados para que hicieran lobby, aquí se salva el escollo con una iguala millonaria. Así se entiende que, pese a las advertencias del Consejo de Europa, Sánchez no regule los lobbies ni los conflictos de interés paredaños al tráfico de influencias.
En su obra «Adriático. Claves geopolíticas del pasado y el futuro de Europa», el periodista y analista político norteamericano Robert D. Kaplan aventura que Europa se aboca a un cambio vertiginoso por medio de dos oleadas: la demográfica, con un movimiento de población del sur, pues en 2050 la población africana se habrá duplicado frente a una europea estancada; y la comercial, con la irrupción de China tras asentarse hace años en el puerto griego del Pireo y dominar ya una terminal del barcelonés. A este respecto, después de que la cristiandad forjara Occidente, la UE –y no digamos España– podría quedar reducida al débil Sacro Imperio Romano Germánico deshecho en girones. A su juicio, los emigrantes del mundo musulmán y del África subsahariana son «los mensajeros que nos cuentan que los problemas llegan de nuevo a casa de una u otra forma».
Entre tanto, China se ríe de quienes se embriagaron –y no con vino de Jumilla precisamente– con el enorme mercado asiático compartiendo unos avances tecnológicos que los comunistas aplican ahora en provecho del Estado vigilante 4.0 de Xi Jinping. Algo tentador para quien busca machimbrarse con una China en la que se cuenta que más vale ser cabeza de gallina que rabo de toro. A lo que parece, Sánchez quiere ser cola de la gallina para seguir cacareando, y «¡Que viva el vino de Jumilla!».