ÁLVARO NIETO-Vozpopúli
- El Gobierno sigue aplicando a rajatabla y sin pausa un guión que incluye hasta tres escándalos por semana. ¿Adónde vamos? A ningún lado bueno, eso seguro.
Sánchez tiene prisa, eso es indudable. Ha pisado el acelerador con firmeza y no se detiene ante nada ni ante nadie. ¿Adónde nos lleva? Hay dos teorías para responder a esa pregunta. Los benévolos creen que los escándalos son fruto de la improvisación y de la estrategia del «partido a partido» en la que el principal asesor del presidente, Iván Redondo, es especialista. Y luego están los malévolos, que ven un plan perfectamente organizado para cambiar de régimen a medio plazo.
Que el Gobierno aproveche la legislatura para hacer cosas normalmente debería ser algo elogiable, pero hay tres factores que impiden reconocer como virtud esa hiperactividad: 1) las decisiones que se están adoptando no iban incluidas en el programa electoral con el que el PSOE se presentó a las elecciones, 2) buena parte de las medidas van dirigidas a garantizar la supervivencia de Sánchez, no a mejorar el bienestar de los ciudadanos, y 3) muy poco de lo aprobado va encaminado a resolver los dos principales problemas que ahora mismo tiene España, la pandemia del coronavirus y la crisis económica.
Prisas, según para qué
Y eso es precisamente lo más desalentador de este Gobierno: demuestra una enorme diligencia para todo aquello que le interesa, pero arrastra los pies cuando se trata del interés general. Así, le faltó tiempo para nombrar a una ministra al frente de la Fiscalía, ha puesto sobre la mesa una reforma para asaltar el Poder Judicial, le ha dado una vuelta de tuerca a la ley de la memoria histórica, se está cambiando de arriba abajo la educación forzando todos los plazos en el Parlamento (hacía años que no se veían tantas prisas para tener lista una ley en la Carrera de San Jerónimo), se acercan presos de ETA al País Vasco cada semana y se acaba de crear una ‘comisión’ para vigilar la «desinformación» y garantizar el «pluralismo» de los medios de comunicación.
Por el contrario, la lucha contra la pandemia no está entre sus prioridades. Aparte de haberse quitado del medio en una inaudita elusión de responsabilidades, hemos visto cómo el Ejecutivo ha sido incapaz en seis meses de modificar las leyes para buscar una alternativa legal que evitase declarar otro estado de alarma. Y el ejemplo más exasperante de su desidia está en ese supercontrato de material sanitario que anunció en agosto el ministro de Sanidad, Salvador Illa, y que, aún hoy, sigue parado, por lo que las autonomías, hartas de esperar, se han visto obligadas a abastecerse por su cuenta, como ha contado Vozpópuli este domingo.
Hay quien achaca esto último a la incompetencia del Gobierno. Y podría ser verdad si no fuera por todo lo enumerado en el párrafo inmediatamente anterior, es decir, que el Ejecutivo cuando quiere sí se da prisa y es capaz de tomar decisiones. Por tanto, más bien se trata de una estrategia deliberada. Mientras España está distraída con el coronavirus, Sánchez aprovecha para avanzar en su propia agenda.
El síndrome de la rana hervida
Por eso cada día cobra mayor verosimilitud que el Gobierno esté aplicando la estrategia de la rana hervida, popularizada hace unos años por el escritor suizo Olivier Clerc. Esa teoría sostiene que si a una rana la metes en una cazuela con agua caliente, inmediatamente saltará fuera para tratar de salvarse. Pero, por el contrario, si el agua está fría al principio y la vas calentando muy lentamente, al final la rana morirá abrasada porque, cuando se quiera dar cuenta de que está en peligro, ya no tendrá ni siquiera fuerzas para saltar de la olla.
Con eso es con lo que podrían estar jugando en estos momentos en La Moncloa. Con tres escándalos por semana desde el principio de la legislatura, el Gobierno ha conseguido que nos acostumbremos a un vertiginoso ritmo de decisiones infumables, que cualquier cosa nos parezca normal. El último escándalo tapa y supera el anterior, el agua de la olla se va calentando, pero todo es tan progresivo que no nos damos ni cuenta de lo que está ocurriendo en realidad. Mientras los españoles están preocupados por no morir de covid y por sobrevivir a la crisis, el Gobierno aplica con determinación una serie de reformas que por sí mismas no serían tan graves pero que, acumuladas y con el paso del tiempo, pueden suponer un vuelco en la democracia española.
Con tres escándalos por semana, el Gobierno ha conseguido que nos acostumbremos a un vertiginoso ritmo de decisiones infumables, que cualquier cosa nos parezca normal
Con miles de muertos y millones de parados, ¿quién narices va a protestar por la erosión paulatina del Estado de Derecho? Y menos aún si el Gobierno cuida todos los detalles para tener anestesiados a amplios espectros de la sociedad: subida de salarios para los funcionarios y los pensionistas, ingreso mínimo vital para los más humildes, nuevo subsidio para los que dejen de cobrar el paro, renovación de los ERTE ‘sine die’… Y que no falten tampoco ayudas para tener contentas a las televisiones (Vozpópuli ha desvelado este fin de semana que el Gobierno permitirá emitir toda la publicidad que deseen en horario de máxima audiencia).
Saltos al vacío
Algunos califican ya abiertamente a Sánchez de «dictador». Y, obviamente, eso es a día de hoy una exageración. Pero conviene no restarle importancia a cada una de sus ‘ocurrencias’, porque nunca se sabe dónde podemos acabar. De hecho, este presidente del Gobierno está yendo mucho más lejos que cualquiera de sus predecesores. Hasta ahora aceptábamos como algo consustancial con el poder la toma partidista de RTVE o la Fiscalía, pero ahora se están dando saltos al vacío tan inquietantes como que el Congreso de los Diputados renuncie voluntariamente a su labor de control al Gobierno durante seis meses.
Hay quien dice que los que estamos dando la voz de alarma vemos demasiados fantasmas, pero algunas de las últimas decisiones tienen un tufillo tan autoritario que hasta la Comisión Europea ha tenido que llamar la atención al Gobierno dos veces en apenas un mes: primero por la proposición de ley para controlar el Poder Judicial y luego por la creación de esa ‘comisión’ para vigilar los medios.
Seguramente todavía es pronto para asegurar que Sánchez y Redondo pretenden instaurar en España un régimen a la turca o a la rusa, donde hay una democracia aparente, con elecciones cada cierto tiempo que siempre gana el mismo. Pero no hay que bajar la guardia, no vaya a ser que el día menos pensado queramos saltar de la cazuela y ya sea demasiado tarde.