La danza del pinganillo en la Carrera de San Jerónimo coincide con un movimiento frenético en las casas de apuestas sobre la posibilidad de una vuelta a las urnas. Cuando todo parecía atado y bien atado, cuando nadie, ni siquiera los espíritus más escépticos, dudaban de que Pedro Sánchez se pasearía triunfante en la renovación de su confortable reposo en el colchón de la Moncloa, emergen de repente algunas sombras imprevistas en el horizonte que amenazan tormenta y quizás naufragio.
El fugado de Waterloo, en su papel de figura eminente del actual esperpento en el que se ha convertido el tablero nacional, prodiga sus quejas y sus mohínes, sus advertencias y reclamos para forzar nuevos requiebros y retorceduras al equipo negociador socialista, que arrancó el envite con la potencia de los Jumbo de la bici y ahora se antojan una cuadrilla de cerebrines algo encogidos, arrebatados por melindres e incógnitas, como la sección femenina del balompié.
Isabel Rodríguez bordeó nuevamente el ridículo al eludir la palabra amnistía y al repetir cuatro veces la absurda idea de que Cataluña es un remanso de paz desde hace cinco años gracias a Sánchez
¿Habrá repetición de elecciones? ¿Estamos ante un mero teatrillo o en la antesala de un choque frontal? Carles Puigdemont, el primer figurante de esta parada de los monstruos, insiste en mantenerse en lo exigido a primeros de mes, amnistía antes de la investidura y pruebas palpables sobre el referéndum. Oriol Junqueras, muy preciso cuando habla en español, ha despejado, a la sombra de los leones del Congreso, cualquier átomo de incertezas al respecto: «Si el acuerdo existente cuando la Mesa de la Cámara ya incluía la amnistía, el acuerdo final [sobre la investidura de Pedro Sánchez] también deberá incluirla». O sea, que lo suscrito en agosto vale para ahora. Punto.
En Moncloa ponen sordina a tales afirmaciones. Isabel Rodríguez, la inconcebible portavoz, bordeó nuevamente el ridículo en su comparecencia semanal, empeñada en eludir la palabra amnistía y predicar cual papagayo la absurda idea de que Cataluña es ahora un remanso de paz gracias a que, desde hace cinco años, Sánchez cuida de la convivencia y protege la Constitución. «Los españoles pueden estar tranquilos», recitaba con un tono paternalista al estilo de Arias Navarro.
No importa cómo se desarrolle el juego, ni quién mete más goles, ni lo que señale el marcador. Eso es lo de menos. La clave es vender la idea de la victoria y la imagen de triunfador. «Todo es cuestión de emociones», ya se sabe
Dado que nadie despeja las incógnitas sobre este enrevesado panorama, Sánchez, ahora paseando por entre las nubes de Nueva York, ha decidido rescatar la vieja estrategia win-win de aquel Iván Redondo que dirigía el ala oeste de Presidencia antes de cobijarse bajo el ala indepe del conde de Godó. O sea, pase lo que pase, nosotros ganamos. No importa cómo se desarrolle el juego, ni quién mete más goles, ni lo que señale el marcador. Eso es lo de menos. La clave es vender la idea de la victoria y la imagen de vencedor. «Todo es cuestión de emociones», ya se sabe.
El plan A pasa por la amnistía y la investidura. El plan B consiste en afrontar unas elecciones revestidos de dignidad y firmeza. La mayoría de las fichas se centran en el plan A. Habrá acuerdo, Feijóo fracasará en su intento y Sánchez triunfará como postulante. Los que están en la pomada de la transa con el forajido de Bélgica lo tienen claro. No dicen ni mu, ni una filtración, ni un rumor fuera de control. Ya está todo sentenciado. Sólo hay que esperar.
Paralelamente, se cultiva también la cara B, por lo que pueda pasar con aquel pirado. Se dramatizan las dificultades, se subrayan los gestos dignos, se acentúan las poses de firmeza. Lo último es reclamar al de Waterloo que, en el acuerdo final, renuncie a su promesa de ‘lo volveremos a hacer’. Y ahí sale Miquel Iceta, el primer miembro del Gobierno en pronunciar la palabra maldita desde el 23-J: «No tiene sentido que se vuelva a empezar, eso es la amnistía, para que se repita todo otra vez». Félix Bolaños, más hermético, se limitó a advertir que no cabe pensar otra vez en la unilateralidad del procés.
«Mucho ojo que la derecha está a cuatro escaños de gobernar», repiten algunos de sus próximos. «Nosotros como mucho subiríamos dos», precisan
Los socialistas se hacen los estrechos mientras la negociación avanza en sigilo. Lo dejó claro Sánchez el domingo: «Habrá un Gobierno progresista, claro que lo va a haber». Hay que despejar dudas porque en sectores de la familia bermellona cunde cierta inquietud. ¿Y si no se consigue el acuerdo? ¿Y si al forajido se le cruzan más los cables? Desde algunas terminales del PSOE han telefoneado a Ferraz por ver si contratan ya vallas publicitarias para la campaña electoral de enero.
El win-win nunca está de más, por si las moscas. Aunque hay un argumento que descarta la opción de las urnas. A Sánchez le fue muy mal en 2019, no quiere arriesgarse. Hará lo que haga falta, dará todo lo que le pidan. «Mucho ojo que la derecha está a cuatro escaños de gobernar», repite alguno de sus asesores. «Nosotros, como mucho, subiríamos dos. Hay que convencer a Puchi, pida lo que pida», añaden. Él sabrá si le irá mejor con Feijóo en la Moncloa.
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