Y la cuarta, que Pablo Iglesias tiene la inteligencia de una ameba y la intuición de un infusorio, porque si llega a abstenerse y permitir la investidura de Snchz, un simple viaje a Cuba o a Isla Margarita podría haber hecho del Presidente español un piojo más de la costura de las FARC, los Castro y el gorilato venezolano. Si 11 semanas en Ibiza, la Costa del Sol y California han convertido al que bailongueaba con Iceta ante una inmensa bandera española en un adepto de la nación catalana, y al crítico del populismo como fuente de miseria en Pablo Iglesias de Tarso, en su caso Malibú, ¡qué no habría conseguido una noche en Tropicana!
Los 11 millones de votantes del PSOE y Ciudadanos tienen razón sobrada para sentirse estafados por un zascandil que se fue de vacaciones con un discurso de defensa explícita y rotunda «del Título Segundo de la Constitución» y ha vuelto gimoteante pero dispuesto a despiezar el Estado, última garantía de solidaridad con los que menos tienen, en las piezas que decidan, mediante referendos a la carta, la ETA y los separatistas catalanes.
Y Cebrián tiene razón para quejarse –aunque me divierte horrores– de un tío al que ayudó, con González y Susana, a ser secretario general sin más mérito que la facha y la obediencia y a cargarse a Tomás Gómez, elegido por la militancia, con una encuesta de traca en la que Gabilondo arrasaba en Madrid. Aunque lo mejor es decir que lo echó Alierta, que hace un año que dejó Telefónica, cuando él le pidió a su sucesor que lo defendiera de Cebrián. Como dice Girauta: «¡De la que nos hemos librado!»